“Arquetipos de maestro: Bolívar, Rodríguez y Bello” por Juan Medina Figueredo

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Simón Rodríguez y Andrés Bello forman, junto con Simón Bolívar, la trinidad procera y emblemática de nuestro país. Bolívar (guerrero, estadista y escritor romántico) es el icono de la independencia y la nacionalidad. Venezuela recurrió al espíritu del padre Bolívar y la República, a través de la Constitución de 1999,  adquirió nuevo nombre: República Bolivariana de Venezuela.

Simón Rodríguez, en el huracán político, será digno y solitario defensor intelectual y emocional de Bolívar en sus días postreros y tras su muerte. Presentará a Bolívar como el único capaz de garantizar lo que llamaría la segunda independencia, o la República social. Andrés Bello vivirá la emergencia y desarrollo de las nuevas repúblicas y en Chile será factor de estabilidad y desarrollo republicano.

Rodríguez y Bello son  dos grandes arquetipos de maestro, inscritos en el inconsciente colectivo de nuestra nación. Razones sobran para ello. Ambos representan la sabiduría humanística, de movimiento pendular entre la filosofía y la ciencia, con eje en  un habla políglota. Con una trascendental vocación educativa, no les faltó la errancia de los antiguos sabios. Su mirada clavada en el mapa de lo que llamaron la América, antes española, les hizo volver sobre sus pasos para transitarla hasta su muerte.

Volver la mirada y escuchar a Simón Rodríguez y Andrés Bello puede depararnos interesantes respuestas  a nuestras laberínticas interrogantes. A veces parecemos mirarlos y escucharlos sin reconocerlos: Aprender a pensar y a hablar, desarrollar virtudes y adquirir oficios, fueron enseñanzas fundamentales y empeño escolar de Rodríguez y Bello. ¿Por qué no reconocemos sus lecciones? ¿No será que debemos leerlos y releerlos directamente, sin cansancio, hasta comprender su magisterio?

Al destino político y civilizatorio de Nuestra América apostaron su suerte y su vida Bolívar, Rodríguez y Bello. No bastaba la independencia, era necesario construir Repúblicas, y para ello era indispensable fundar las escuelas que formasen a sus ciudadanos. Esta escuela requería, en el pensamiento de Rodríguez y Bello, una determinada pedagogía. Ella debía dirigirse  a despertar y ordenar el pensamiento y el habla  y capacitar para el trabajo.

Pero nada de eso sería posible sin avivar la sensibilidad, la visión y la misión de los pobladores de la otrora llamada América española. De allí el propósito estético de nuestros maestros Rodríguez y Bello. Si el racionalismo de la Ilustración los iluminaba, la pasión del Romanticismo les hizo concebir el sueño de una nueva civilización en esta parte de América. La política los aventó al extranjero, permitió su regreso a Nuestra América y les requirió su quehacer hasta la muerte. La educación fue para ellos el cimiento de la República y la estética de su época los impregnó sin restarles originalidad.

 

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Andrés Bello y Simón Rodríguez son los dos grandes iconos de nuestra educación. Esta es objeto de una crítica permanente. Volver a estos maestros siempre será fuente de inspiración. Volver a Bello y a Rodríguez, siempre tendrá un elevado sentido ético y pedagógico. Ellos representan a nuestros más ilustres antepasados. Ninguna cultura se desarrolla sin su tradición como venero insustituible. La modernidad, que hizo de la originalidad un mito, nunca pudo deshacerse de la tradición. En su mayor arranque de libertad sólo alcanzó a postular la libertad de elección de una personal tradición.

Estudiar a Bello y a Rodríguez, en conversación con ambos, es muestra de respeto, veneración y gratitud hacia los fundadores de nuestra nacionalidad. Decía Mariano Picón Salas: “Y nuestros maestros del pasado sólo nos servirán si son algo más que estatuas; si aún siguen formulando preguntas y ofreciendo soluciones que aceptan, discuten y revisan los herederos de su legado espiritual”.

Particular interés reviste la consideración estética de la obra de Simón Rodríguez, ventana abierta por pocos autores y a través de la cual queda mucho por mirar todavía.  Andrés Bello, por su parte, construyó un discurso y un método crítico de la literatura y sigue siendo maestro ineludible en este campo, como lo consideraba Mariano Picón Salas.

 

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Juan Medina Figueredo

Juan Medina Figueredo (Aragua de Barcelona, 1947): Polígrafo de raza, ha incursionado en la poesía, el ensayo literario y el análisis socio-político. Su rebeldía política y cultural no es panfletaria sino solidaria, al punto de estar bien aliñada por su bondadosa personalidad. No se le puede reclamar nada, pues sus convicciones ideológicas y su quehacer escritural apuntan a una conciencia ética y espiritual inconmovible.

Entre sus libros contamos “Reverberaciones” (1995, poesía); los ensayos “La Terredad de Orfeo” (dedicada al poeta Montejo) y el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su estructura en redes que comunica la crónica y el ensayo; el volumen de cuentos “La Visita del Ángel” (2010) y la novela “Por un leve temblor” (2014). Con estos dos últimos ganó el premio de narrativa de Fundarte y una mención de publicación del mismo sello editorial, respectivamente. Que nosotros sepamos, caso único en este certamen literario.

Su poesía ha sido publicada en dos colecciones poéticas importantes como “El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía” y “Rostro y Poesía” de la Universidad de Carabobo. Su periplo literario apuesta por un decir directo y no mediatizado por los discursos académicos autorizados. (Reseña de José Carlos de Nóbrega)