El tomate –que conforma con la papa, el cacao y el maíz el principal cuarteto de alimentos que el continente americano legó al mundo– pertenece a la misma familia de la belladona, cuyo fruto es uno de los más venenosos que existen.
Debido a ello, en los primeros tiempos de su introducción en Europa, no mucha gente se atrevió a comerlo.
Por esa razón, en el siglo XVIII, el tomate solamente se cultivaba como alimento en Italia, Francia y España. Donde había sembradíos del rojo fruto, el mismo se sembraba en espacios restringidos, dado que la idea de su nocividad se había impuesto casi como un dogma de fe.
Esa celebridad adversa llevó a que, cuando se le quiso reintroducir en el continente americano como fruto comestible, los habitantes de diversas regiones de éste se negaron a comerlo, alegando múltiples pretextos.
Sin embargo, en 1830, un colono llamado Robert Gibbon Johnson decidió producirlo en Norteamérica y lo cultivó en la ciudad de Salem, Massachusetts, la pequeña ciudad famosa por los juicios que se le hicieron a más de doscientas mujeres a las que se acusó de brujas.
Gibbon y su familia acostumbraban comer tomates, pero sus vecinos se negaban a hacerlo. De hecho, veían a dicha familia con recelo por tal razón.
Un día, como deseaba cultivar la planta para comercializarla, Robert Gibbon anunció que haría una exhibición pública de las virtudes alimenticias del tomate y se comprometió a comer el contenido de una cesta entera del fruto, en presencia de quienes desearan verlo.
Este anuncio generó numerosos comentarios, en su casi totalidad contrarios a que realizara la que se consideraba una prueba sumamente riesgosa.
Algunas personas vaticinaron que la piel de los tomates se pegaría al estómago de Johnson y le produciría cáncer. Otros le auguraron una fiebre cerebral y los médicos de Salem –reunidos en una especie de cónclave científico–, señalaron que, si el colono llevaba adelante su exhibición, enfrentaría peligros físicos mortales.
Estos mismos médicos predijeron que si Johnson se comía todos los tomates contenidos en la cesta “echaría espuma por la boca y caería fulminado por un ataque de apendicitis”.
Días después, Robert Gibbon Johnson cumplió su promesa ante más de dos mil personas reunidas en un terreno baldío próximo a su casa y eso bastó para que los vecinos de Salem le perdieran el miedo al tomate.
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Posteriormente, los tomates cultivados por él y su familia empezaron a venderse en el mercado local y, poco a poco, su consumo se extendió hasta que, cuatro o cinco años más tarde, se hizo habitual en buena parte del territorio de la futura Unión.
En cuanto a su origen, el tomate es nativo de la cordillera andina, específicamente, de la región limítrofe entre los actuales Ecuador y Perú. Mas, como fue cultivado y consumido por los aztecas, erróneamente se atribuye a México la cuna de dicho fruto, al que también se considera verdura.
Tal confusión se debe al hecho de que su nombre proviene de la voz azteca tomatl y a que fue México el lugar desde donde se llevó a Europa.
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Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).
Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una soga, La vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya, Evitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.
«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».
Ciudad Valencia / Foto del autor Gerardo Rosales