EL CINE DE ADOLFO ARISTARAIN

El cine de Adolfo Aristarain se refiere a la obra fílmica de este importante director cinematográfico latinoamericano.

Hay un poco de mí en ti / pero es mucho más que lo poco de ti que hay en mí // Mi orgullo está en / saber que esta vez / he dado más de lo que recibo. Somari de Gustavo Pereira.

 

A Sherline Chirinos, este homenaje a su doctorado amatorio por partida doble: en poesía y música.

 

Adolfo Aristarain (1943, Buenos Aires) es uno de nuestros más grandes autores cinematográficos. He tenido la fortuna de toparme con cuatro de sus películas (muy a pesar del sonso acecho del cine hollywoodense): Tiempo de Revancha (1981), Un Lugar en el Mundo (1991), Martín (hache) de 1997 y Lugares Comunes (2002).

VE EL FILME «UN LUGAR EN EL MUNDO»

 

A tal respecto, valga el agradecimiento a la Cinemateca del Aire de Rodolfo Izaguirre, la Televisión Española y el Cine Arte Patio Trigal de la U.C. fundado por Daniel Labarca. Tal cuarteto de Buenos Aires-Madrid tiene como nudo temático la problemática del Amor, sin almibaradas piruetas que la resequen y corrompan.

El mismo Aristarain nos lo confiesa -llanto porteño interpuesto- cuando constata día a día lo difícil que es amar al Otro con sus virtudes y defectos.

 

Se nos une Ingmar Bergman al advertirnos que debemos cuidarnos de los que nos aman, en la sabrosura del goce y en la fragilidad del dolor; Miguel Hernández nos lo canta también en un terceto magistral: “¡Oh la luz de mis ojos qué serena!: / ¡qué agraciado en su centro encontrarías / el desgraciado alrededor del llanto”.

La galería de personajes de esos cuatro maravillosos largometrajes, protagonizados por el estupendo cómplice que es Federico Luppi, constituye el museo de cera en donde somos víctimas y victimarios de este porfiado e incendiario afán amoroso.

Tiempo de Revancha es un film político contundente, antítesis del panfleto realista-socialista: Pedro Bengoa, un desilusionado sindicalista de izquierda, busca estafar a una empresa minera depredadora de los hombres y el entorno, simulando la mudez producto de una explosión “accidental” en la mina.

 

En ese proceso de robar a un grandísimo ladrón, su siglo de perdón transita del “medio palo verde” (500.000 $) a un reencuentro con su espíritu rebelde y militante. Tanto es así que, reunido con el soberbio patrón, renuncia a su botín para proseguir el litigio, pintándole una salvaje paloma en sus capitalistas barbas.

El final es intensamente terrorista: Bengoa, ante el espejo, se corta la lengua en un acto de personal purificación revolucionaria. Se sugiere entonces una recreación del aterrado silencio al que fueron sometidos nuestros pueblos por cruentas dictaduras apátridas; se nos antoja una revisita a la Cólera Buey de Juan Gelman: “toda poesía es hostil al capitalismo / puede volverse seca y dura pero no / porque sea pobre sino / para no contribuir a la riqueza oficial”.

 

Un  Lugar  en  el  Mundo es  una  obra  madura  y  harto  conmovedora:  Los  personajes –destaca el inolvidable cuarteto actoral de Luppi, Cecilia Roth, José Sacristán y Leonor Benedetto- van en pos de un posible espacio redentor, lejos del mundanal ruido urbano, centrado en una comunidad de campesinos y pastores de ovejas.

La familia integrada por Mario, Ana y su hijo Ernesto vive allí su exilio, provocado por la represión militar en la Argentina de los años 70: Ellos alientan una cooperativa de pequeños productores de lana que sería finalmente derrotada por los terratenientes y la empresa transnacional de turno; por lo cual Mario en un acto aglutinador de la clase trabajadora, o -peor aún- de desesperación anarquista, quema el inventario para no darle gusto al Gran Patrón.

El bello paisaje será arrasado por TULSACO en la golosa extracción del excremento del diablo, el petróleo. Más allá de las implicaciones políticas y sociales, nos toca el vínculo dialéctico y amoroso entre sus personajes, de una bella humanidad que nos arrastra al tango o a la samba triste de sus vidas.

 

Martín (hache) es una crónica amarga de la educación sentimental de Martín Echenique: Se refiere al pánico que le inspira ejercer el amor, patente en los muros de Jericó que se construye para ser inaccesible a su país, su hijo Martín Hache y su amante Alicia (encarnada por una deliciosa Cecilia Roth).

Nuestra mirada hambrienta se recreó en los senos al descubierto de Alicia, así como también nuestra tristeza flotó abrazada al cadáver de esa hermosa mujer en la piscina, hecatombe suicida a los terrores y titubeos amorosos de Martín padre.

 

Valga este final abierto: Lugares Comunes toma como pretexto la devastadora crisis económica argentina del patilludo y boludo Carlos Menem, para retomar el tema de nuestro lugar en el mundo, teniendo como marco el devenir amoroso y personal.

En este caso, Fernando Robles –profesor jubilado a juro por la burocracia menemista- redescubre en el exilio vivido cortamente en su charca de Córdoba, la sirga amorosa con su mujer Liliana (confieso que me enamoré de ella y de la actriz Mercedes Sampietro) y la vida misma.

La charca, bautizada con el nombre 1789, representa la materialización de sus sueños de libertad, igualdad y fraternidad que pretenden desbordar el desmadre que ha sido siempre el mundo. Lamentablemente, la muerte le impide disfrutar junto a Liliana esa comuna del amatorio corazón libertario. Sin embargo, esa dama de niebla (Gustavo Pereira dixit) acomete entusiasmada el majadero proyecto comunitario de su querido esposo.

 

En síntesis, Adolfo Aristarain es uno de los nuestros, pues tercamente chicotea la desilusión que nos provoca las miserias de este mundo en el cual se desparraman nuestros estragos, pero también el amor materializado en las locas empresas que seguimos realizando.

No nos importa seguir combatiendo sin cuartel a TULSACO, bien sea empresa minera, petrolera, mediática o inmobiliaria. Indudablemente, vale la pena seguir expulsados de tales paraísos artificiales que execran al amor.

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC