TRILOGÍA DE LA CALLE QUE ESTÁ DURÍSIMA

TRILOGÍA DE LA CALLE QUE ESTÁ DURÍSIMA

Trilogía de la calle que está durísima trata de una presentación a la antología poética “Una luz en el estribo” de próxima aparición.

Muchas veces pasa desapercibido el hecho que la antología poética es un género literario puro que custodia a la Poesía misma con celo amoroso. El que funge de antólogo tiene una dura tarea susceptible de ser muy gratificante. Una selección que se precie de serlo, no puede fallar por gratuidad o capricho, ni someterse a fines publicitarios viles.

No hay cosa más falsa que la sobrestimación y la arrogancia, despropósito al que la poesía auténtica tritura sin piedad. Los poetas de raza se cuidan de proteger su descrédito ante el status quo. De lo contrario, se lo traga el funcionariado cultural ignorante, fútil y establecido.

Luis Enrique Mármol lo sabía, incluso en el emprendimiento lúdico y humorístico del oficio. Sus Pastiches criollos no estriban en una parodia ociosa de las voces de otros poetas de su generación, sino que celebran por vía humorística la poesía de su tiempo [la Generación del 18] con un profundo conocimiento del discurso de cada quien. Son magistrales ensayos en verso y prosa poética.

Como decía el poeta brasileño Lêdo Ivo, la poesía es rigor y claridad. La antología pertinente y respetuosa para con el Otro poeta, se macera en un afán epistémico, metodológico y meta-poético, pues muestra impunemente las costuras de un Ars Poética vinculada con la vida. Implica la conjunción entre la música, el proceso de aprendizaje existencial y el ejercicio intelectual sobrio, responsable y respetuoso con el prójimo poético al que se le premia la misión de dignificar a la Humanidad.

Tomemos un par de ejemplos notables, las selecciones bien comentadas y referenciadas “El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía” (2008) y “Poetas venezolanos en solidaridad con Palestina, Irak y Líbano” (2010) de los poetas y compiladores Luis Alberto Angulo y Luis Ernesto Gómez.

 

La cosa se hace particularmente difícil cuando el poeta hace su propia selección, la cual no redunda en una contemplación narcisista ante el espejo de su propia obra, sino que abunda en una evaluación poderosa en lo ético y estético conducente, eso sí, a la continuidad escritural por proyectar.

Además de Lêdo Ivo, tenemos antologías personales de cabecera como las de Jorge Luis Borges, Juan Gelman y Vicente Gerbasi. Funcionan como enriquecedoras retrospectivas de pintores como Goya, Reverón o Bárbaro Rivas.

En este caso, “Una luz en el estribo” simula la curaduría de una muestra colectiva de tres artistas coetáneos, cófrades y amigos. Estos son los poetas Ángel Malavé, José Javier Sánchez y William Torrealba. Juntos pero no disueltos en la mancha de petróleo que ensucia el mar, ni en el cielo despejado de nubes fecundas.

Los vínculos entre los tres son múltiples y sólidos como la sirga bien dispuesta que ata la barca a la tierra del puerto con seguridad en la calidad de su materia: El culto amoroso a la mujer, la épica de la calle y la urbe en décimas o verso libre, el compromiso político con el pueblo sufriente. Sin imitar ni satirizar antologías de buen sudor académico o raigambre personal comprometida, los tres poetas apuestan por la suya en un espíritu fraternal inequívoco.

 

Dadas las coordenadas del contexto histórico, con el esplendor de la resistencia y la miseria de politicastros que pretenden vender el país por treinta monedas, el trío no se conforma con aparejar un café para tres en la redacción de algún diario o en una simultánea vía chat. Convoca a quien los quiera oír de buena gana y camaradería.

Incluso le reservan una silla de madera y cuero a la dama pandémica y enmascarada no sé sabe de qué color, para que se deje de estar esparciendo tanta mortandad en todas las calles del mundo.

A la sirena apocalíptica con su manopla disfrazada de estrella de seda, le haría bien oírlos porque le conviene [sumarse a un panal bullente de vida plena, sencilla y significativa]. Ángel Malavé le cantaría sus cuitas de navegación o bitácoras de vuelo por los bares, espacios de distensión y pajareras amorosas de Caracas, como acto de la memoria que nos redima y encauce por un camino de realización individual y de país soberano de verdad.

 

LEE ESTE LIBRO DE ÁNGEL MALAVÉ

 

La sumisión está contraindicada en esta república libertaria, utópica pero realizable en el coraje ciudadano. No se trata, pues, de un anecdotario dipsómano para atenuar la cuarentena ni el tedio que provoca una abstención coyuntural. La cosa estriba, si de la del estribo se trata, en la compulsión vitalista de beberse el río transparente del imaginario y la memoria con todo y su esfera plateada.

Es la poesía traducida en el cancionero latinoamericano de Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, La Lupe, Omara Portuondo o Ibrahim Ferrer. El piano del viejo Rubén González les va muy bien.

 

José Javier, afín a la buena literatura epistolar de puño y letra, le robará a las estafetas décimas callejeras, poemas de versificación anarquista que desgranan mitos urbanos que aún nos regocijan y la novedad refrescante de sus poemas en prosa. No se regodean en experimentos en el lenguaje que no llevan a ninguna parte.

 

LEE ESTOS POEMAS DE JOSÉ JAVIER SÁNCHEZ

 

Tampoco pinta mujeres histéricas, autorretratos afectados y maledicentes, ni someten a los pobres perros domésticos a un cáncer de colon que los exprima por toda la casa. Son crónicas cercanas a todos que, por fortuna, no escupen la arrogancia del texto lapidario y definitivo, sino que se suspenden en el aire como Remedios la Bella.

No importa que esta nínfula perturbadora se lleve el juego de sábanas favorito o la chaqueta de cuero con la que impostamos todavía a Marlon Brando. Cusingo y Chaplin [disfrazado de José Gregorio Hernández] planean la coreografía equívoca de un tiroteo de película.

Un caligrama suyo es motivo para celebrar otro cumpleaños de Juan Calzadilla, el poeta más joven del país. Las salas de cine son el cuarto de máquinas donde se activa la imaginación a ras de la escritura nostálgica, irreverente y querendona. Uno se llevaba a la acompañante a películas ya vistas, pues no importaba reverlas sino dejar que la mano tierna y salvaje de Ella buceara en la bragueta.

 

El barcito de Sabana Grande se transfigura en el Palladium duelista de los dos Titos, Puente y Rodríguez, para luego empalmar en San Agustín con el concierto sobrenatural de Eddie Palmieri y La Perfecta. Ángel, José Javier y William forman parte del Rat pack caraqueño, calificado trago a trago, verso a verso, peripecia tras peripecia.

William Torrealba la invitaría a bailar salsa brava, casino o incluso cabilla. Los kilómetros de paso bailado todas las noches en “El maní es así”, además de distraer a tan mortífera muchacha, la haría dormir de día, de modo que su corona más nociva que la cabeza de la Medusa, estuviese a buen resguardo en un escaparate diseñado por Juan Loyola o Claudio Perna.

 

VE ESTE VIDEO DE WILLIAM TORREALBA

 

El problema radica en la poesía amatoria y de alcoba del poeta, pues correría el riesgo de enamorarse de la chica epidémica. William no es un Don Juan que se salga con la suya, pues que me perdonen las dos, él está francamente enamorado de toda una legión de féminas. Ello para la indignación de Juan Charrasqueado.

La brevedad de los poemas eróticos, en el sentido gratificante y sagrado del término, no es más que una manera de contener toda una vida en el goce, la contristación y la comunidad amorosa con las mujeres.

Estado de gracia que se filtra en el resquicio de unos pocos pero luminosos versos, esto es al vuelo de libélulas que imprimen la ardentía de la noche oscura que arrullaba a San Juan de la Cruz en inteligencia mística.

¿Con quién se quedará ella, luego de la fiesta? ¿Con los tres? No estaría mal. Dejemos que ellos lo discutan como una rara fraternidad que descree del Apocalipsis como Fin de Mundo. El final de los tiempos, al fin y al cabo, redime como si fuera Navidad toda la vida.

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC