Cada 23 de abril, el mundo celebra el Día Internacional del Libro, una fecha que conmemora la riqueza del idioma y los libros que lo componen. Es una celebración establecida por la UNESCO desde 1995 y coincide con el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, tres pilares de la literatura universal.

Para esta fecha, ha transcurrido un cuarto de siglo del XXI y a pesar del avance imparable de la tecnología y la creciente digitalización de contenidos, el libro impreso ha demostrado una sorprendente resistencia. Es impresionante ver cómo las editoriales siguen publicando miles de títulos anualmente en formato físico, incluso cuando ofrecen versiones digitales de los mismos.

 

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Pero esta persistencia del formato tradicional no es vulgar nostalgia, sino el reconocimiento de una experiencia única que el papel sigue ofreciendo. Las ediciones impresas continúan siendo apreciadas por coleccionistas y lectores que valoran el contacto físico con la obra. El olor de las páginas, el peso del volumen entre las manos, los colores y motivos de su presentación, y la posibilidad de subrayar o anotar pensamientos al margen constituyen elementos irreemplazables de la experiencia lectora.

Editoriales como Alfaguara, Anagrama, Planeta o Acantilado en el mundo hispanohablante mantienen cuidadosas ediciones impresas, con atención especial a detalles como la calidad del papel, la tipografía o el diseño de portadas. Paralelamente han surgido pequeñas editoriales independientes ofreciendo ediciones limitadas, artesanales o de especial valor estético, convirtiendo cada libro en un objeto artístico en sí mismo. La bibliofilia, entonces, lejos de desaparecer, se ha reinventado en la era digital.

 

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La IA para «resumir» el arte literario, el viaje emocional

Sin embargo, frente a la permanencia del libro tradicional, surge un fenómeno que amenaza con transformar nuestra relación con la lectura: el uso de la inteligencia artificial para resumir obras literarias.

Diversas plataformas y aplicaciones prometen ahora «lo esencial» de grandes clásicos o best-sellers en cuestión de minutos, permitiendo a los usuarios acceder al contenido principal sin necesidad de leer la obra completa. Este fenómeno responde a la aceleración de los ritmos de vida contemporáneos y la saturación de información. Y la promesa es tentadora: conocer el argumento de «Guerra y Paz» en diez minutos o extraer las principales ideas de «El Capital» en media hora le evita al usuario, horas de lectura. No obstante, esta práctica plantea interrogantes profundas sobre la experiencia literaria.

Por ejemplo: ¿Es posible separar el contenido de una novela de su forma? ¿Tiene sentido reducir «Cien años de soledad» de sus acontecimientos principales? La literatura no es solo información, es una experiencia estética, un viaje emocional y la exploración del lenguaje. Los matices, las descripciones, los diálogos y el ritmo narrativo son precisamente lo que constituye la riqueza de una obra literaria. Este auge de los resúmenes automatizados representa una paradoja: en un mundo con acceso sin precedentes a los textos originales, muchos optan por versiones simplificadas que empobrecen la experiencia. La instantaneidad parece imponerse sobre la profundidad, relegando la lectura a una simple transferencia de datos, cuando históricamente ha sido una de las experiencias más transformadoras para el ser humano.

 

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El poder transformador de las palabras

Pero diría, a su vez, que el lector se perdería con el tiempo de esta era digital, de visual mind e IA’s, la historia de la literatura, el cómo surgen los argumentos, el esquema trabajado y también cómo en algunos casos está entrelazada con la historia de la opresión. Numerosos escritores han sufrido persecución, censura y encarcelamiento por el poder transformador de sus palabras. Sus obras, surgidas del encierro, constituyen algunos de los testimonios más potentes del espíritu humano frente a la adversidad.

Quizá pocos saben que Miguel de Cervantes escribió parte de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» (1605) durante su cautiverio en Argel.  Fiódor Dostoyevski plasmó su experiencia como prisionero político en Siberia en «Recuerdos de la casa de los muertos» (1862), una obra que combina elementos autobiográficos con la ficción para describir las terribles condiciones del sistema penitenciario ruso. Marco Polo dictó «El libro de las maravillas del mundo» (1298) a su compañero de celda Rustichello de Pisa mientras ambos estaban encarcelados en Génova.

 

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Quienes tienen su principal libro como cabecera, ni imaginan que Nicolás Maquiavelo escribió «El Príncipe» (1513) durante su exilio forzoso tras caer en desgracia política. Una obra fundamental para el pensamiento político moderno, y que fue escrita durante un período de aislamiento que permitió al autor crear un tratado sobre el poder y las influencias del mismo, cuyos postulados  perduran cinco siglos después.

Otro de los escritores polémicos: El Marqués de Sade escribió «Justine o las desgracias de la virtud» (1791) durante sus largos períodos de encarcelamiento. Una obra profundamente transgresora y controversial, que refleja tanto su rechazo a las normas sociales de la época como las obsesiones desarrolladas durante su prolongado confinamiento. Y hay más: Oscar Wilde, condenado a dos años de trabajos forzados por su homosexualidad, escribió «De Profundis», una conmovedora carta-ensayo que explora el sufrimiento y la transformación espiritual. Su experiencia carcelaria quebró su espíritu festivo, pero profundizó su sensibilidad artística, revelando una dimensión más trágica y auténtica de su talento.

 

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Muchos años después, Martin Luther King Jr. redactó su célebre «Carta desde la cárcel de Birmingham» (1963) en los márgenes de un periódico y fragmentos de papel durante su encarcelamiento por participar en protestas no violentas, un texto fundamental para el movimiento de derechos civiles, porque articula con extraordinaria elocuencia los principios de la desobediencia civil y la justicia social. Y, por otro lado, Aleksandr Solzhenitsyn documentó los horrores del sistema de campos de concentración soviéticos en «Archipiélago Gulag», una obra monumental concebida en gran parte durante su propio encarcelamiento. Su testimonio, que tuvo que memorizar fragmento a fragmento ante la imposibilidad de conservar manuscritos, se convirtió en uno de los documentos más demoledores sobre los sistemas totalitarios.

Paradójicamente, este encarcelamiento y persecuciones de algunos escritores han enriquecido la literatura mundial con obras que quizás no habrían existido en otras circunstancias. La soledad forzada, la confrontación con los límites de la libertad y la necesidad de encontrar sentido en medio del sufrimiento han propiciado reflexiones de extraordinaria profundidad. Y hablando de experiencias, en las últimas décadas hemos presenciado un fenómeno editorial sin precedentes, como el caso del boom de los libros de crecimiento personal y motivación. «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Stephen Covey, «Piense y hágase rico» de Napoleon Hill o «El poder del ahora» de Eckhart Tolle han vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

 

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Los libros de «autoayuda» y la revolución editorial

Quizá para quienes estamos acostumbrados a leer obras y joyas de literatura, los libros motivacionales, o los que comúnmente catalogan de “autoayuda”, son de poca atención para nuestro consumo lector. Pero como “no solo del pan vive el hombre”, este género, que promete transformación personal, éxito profesional y bienestar emocional ha reformado la industria del libro en varios aspectos. Ahora existe un nuevo perfil de autor, suerte de gurú que además de escribir, da conferencias, seminarios y tiene presencia en redes sociales como un alto influencer, generando ecosistemas de contenido que trascienden el libro físico. Figuras como Robin Sharma, Brené Brown, Tony Robbins o Mark Manson han construido imperios mediáticos a partir de sus libros iniciales.

Las editoriales han respondido a esta tendencia creando divisiones específicas dedicadas al desarrollo personal, con estrategias de marketing particulares que incluyen testimonios y promesas de resultados exitosos. La segmentación del mercado ha llevado a subdivisiones cada vez más específicas: finanzas personales, productividad, liderazgo empresarial, bienestar emocional o espiritualidad práctica.

Habría que subrayar que la influencia de estos libros en el mercado editorial es innegable: representan actualmente entre el 5% y el 10% de las ventas totales de libros en muchos países, con crecimientos sostenidos incluso en períodos de crisis económica. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, las ventas de títulos relacionados con la resiliencia y el manejo de la ansiedad experimentaron incrementos de hasta un 35% en algunos mercados.

Lo que es innegable es el impacto de la literatura de desarrollo personal en la industria editorial. Esa tendencia convertida en la actualidad como una necesidad del lector ha transformado las estrategias de marketing, ampliado el perfil de los lectores y establecido nuevos canales de distribución, incluyendo plataformas de suscripción de audiolibros como Audible o Storytel, donde este género es particularmente popular. Además, ha contribuido a difuminar las fronteras entre libros, cursos online y contenidos digitales, anticipando tendencias que luego se han extendido a otros géneros literarios.

 

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Todo este panorama nos lleva a una conclusión: este día de celebración nos invita a reflexionar sobre la lectura en un mundo donde las transformaciones vienen como una avalancha indetenible y no en los próximos años, sino en días. ¿En qué consistiría este desafío entonces? Sin duda, en ver cómo integrar estas nuevas tecnologías para que no perturben la profundidad de la lectura como experiencia literaria tradicional.

En otras palabras: si aspiramos a la supervivencia del libro, independientemente del formato que sea, dependerá en cómo mantengamos su objeto para la humanidad. Debemos insistir en que el idioma es un tesoro compartido que seguirá enriqueciéndose con nuevas voces y experiencias, algunas surgidas de las circunstancias más adversas, y otras recordándonos que las palabras son, en última instancia, nuestro refugio más duradero frente a la injusticia y el olvido.

 

Ciudad Valencia / Simón Petit