Epítetos para un perfil de Andrés Bello | Juan Medina Figueredo

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En el universo de la tradición oral, los epítetos constituyen pieza clave de las fórmulas mnemotécnicas del poeta y del narrador, quienes no emplean la tecnología de la escritura, según lo documenta Walter Ong (1993, 45) en Oralidad y escritura.

Para ilustrarlo, Ong refiere que calificativos tales como “el sabio Néstor” y “el ingenioso Odiseo”, de la Ilíada y la Odisea, constituirán uno de los recursos del rapsoda para manejar cierto ritmo y contar la historia dentro de un margen de variaciones, según el público y las circunstancias.

Luego el epíteto se fijará en el texto escrito y hoy día será uno de los más usuales instrumentos del escritor contemporáneo. Basta recordar, a manera de ilustración, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la mancha”, “los tres grandes majaderos de la historia” o “Mi padre el inmigrante”.

DEL MISMO AUTOR: LA FORMACIÓN DE BELLO EN CARACAS

Don Andrés Bello yace bajo una montaña de epítetos, todos o casi todos de alabanza (otra de las fórmulas propias de la oralidad y su memoria que ha sido proyectada en la escritura, hasta formar parte de “toda la tradición retórica occidental que conserva huellas de la tradición oral, desde la antigüedad clásica hasta el siglo XVIII” (Ong, 1993, 51).

No es casual la proliferación de epítetos en este caso, si consideramos el mestizaje de nuestra tradición oral indígena y afroamericana, y el estilo retórico, grandilocuente y romántico que domina nuestro discurso durante todo el siglo XIX. Podemos citar cualquier carta de Bolívar y, sobre todo, los textos de Juan Vicente González.

Bolívar no es muy fecundo en alabanzas a su exmaestro de gramática y preceptiva literaria. Pero ha quedado esculpido su juicio en una carta dirigida a Fernández Madrid, embajador de Colombia en Londres: “superior entre mis contemporáneos, maestro amado, esquivo y digno amigo” (Bolívar, 1982, 182):

(…) fue mi maestro, cuando teníamos la misma edad; y yo le amaba con respeto. Su esquivez nos ha tenido separados en cierto modo, y por lo mismo, deseo reconciliarme: es decir, ganarlo para Colombia (Bolívar, 1982, p. 182)

De tal esquivez se había quejado antes, en términos más explícitos, Fernández Madrid, en carta a su esposa del 19 de diciembre de 1827: “A Bello lo quiero porque es muy buen sujeto; pero tan reservado y puntilloso, que es imposible tener confianza con él”.

El criterio, legítimamente conquistado y autorizado, de don Pedro Grases (1979, 61) ubica a Juan Vicente González como el primero que, junto a Arístides Rojas, documenta los pasos de Bello en su Caracas natal, dejándonos con la promesa incumplida de una biografía de este humanista, que seguramente hubiese aportado valiosas informaciones de sus días de juventud.

Para nuestro “tragalibros”, afamado por extravagante y atrabiliario, Andrés Bello es un hombre perfecto, de allí los calificativos con los cuales lo designa: Néstor de las letras, de perfil griego, modesto y puro: “Modesto y puro, como soñamos a Virgilio; de un embarazo ingenuo y amable y una esquivez sencilla y llena de atractivo (…) ¡Salvóse el Néstor de las letras de la gloria del martirio!” (González, en Grases,1981, 40).

Don Cecilo Acosta, de naturaleza más sobria, con acento más ponderado, pero sin escatimar elogios, calificó a Bello como poeta y patricio afortunado e inmortal, Virgilio sin Augusto y pintor de nuestra zona:

Trabajar en el poema (3) | Manuel Cabesa

Varón afortunado (…) sin duda ha conquistado la inmortalidad (…) ¿Cómo pudo él desde su gabinete abrazar toda esa faja de la naturaleza sin haberla recorrido y trasladar al lienzo todos sus colores sin perder uno sólo? (Acosta, en Grases, 1981, 58).

Como prueba de su condición de “varón afortunado” están la fecundidad de su producción bibliográfica y hemerográfica, su rectoría educativa y legislativa, su condición de consejero en asuntos internacionales, y su vida doméstica en compañía de esposa e hijos.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

Grases, P. (1979). “Prólogo”. Andrés Bello. Obra Literaria. Biblioteca Ayacucho. Caracas. Venezuela.

GRASES, P. (1981). Antología del bellismo en Venezuela. Monte Ávila Editores. C. A. Caracas. Venezuela.

BOLÍVAR, S. (1982). “Al Señor José Fernández Madrid” (Quito, 27 de abril de 1829) Obras completas. Vol. III. Publicaciones reunidas S.A. Barcelona. España.

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Juan Medina Figueredo

Juan Medina Figueredo (Aragua de Barcelona, 1947): Polígrafo de raza, ha incursionado en la poesía, el ensayo literario y el análisis socio-político. Su rebeldía política y cultural no es panfletaria sino solidaria, al punto de estar bien aliñada por su bondadosa personalidad. No se le puede reclamar nada, pues sus convicciones ideológicas y su quehacer escritural apuntan a una conciencia ética y espiritual inconmovible.

Entre sus libros contamos “Reverberaciones” (1995, poesía); los ensayos “La Terredad de Orfeo” (dedicada al poeta Montejo) y el libro comuna que es “Siglo XXI, educación y revolución” (2010) con su estructura en redes que comunica la crónica y el ensayo; el volumen de cuentos “La Visita del Ángel” (2010) y la novela “Por un leve temblor” (2014). Con estos dos últimos ganó el premio de narrativa de Fundarte y una mención de publicación del mismo sello editorial, respectivamente. Que nosotros sepamos, caso único en este certamen literario.

Su poesía ha sido publicada en dos colecciones poéticas importantes como “El Corazón de Venezuela. Patria y Poesía” y “Rostro y Poesía” de la Universidad de Carabobo. Su periplo literario apuesta por un decir directo y no mediatizado por los discursos académicos autorizados. (Reseña de José Carlos de Nóbrega)

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