Los tres primeros meses del año…

 

Sus libros no reúnen la obra de Alejandro Oliveros. Hay que ir a las revistas, a las colecciones de por lo menos cuatro revistas fundamentales de las que formó parte: en Zona Franca fue codirector con Juan Liscano de su segunda época, Poesía y Zona Tórrida, ambas de la Universidad de Carabobo (UC), las que dirige en varias etapas, o Milenio, que edita con amigos.

Asimismo hay que revisar sus colaboraciones en viejos suplementos literarios como Bajo Palabra, Verbigracia y el Papel Literario, o la prensa local. Su poesía la juntó la prestigiosa editorial Pretextos.

En sus libros de ensayos (Imagen, Objetividad y Confesión; Imágenes de Siena y de Florencia, La Mirada del Desengaño; Los Poetas en la Tierra Baldía), Oliveros abarca tres campos: la poesía (vida y obra de poetas), la pintura (y su relación con la literatura), y transversalmente sus comentarios con relación al oficio.

En lo personal están sus Diarios Literarios, disponibles en tres tomos de Equinoccio. Es una escritura en progreso que seguimos ahora en la Red (Pro Davinci). Dentro de sus diarios encontraremos bocetos de futuros ensayos, la revisión de traducciones o nuevos poemas.

Starobinski se pregunta si él mismo podría definirse como ensayista: “¿He ido al encuentro de mi mundo como Montaigne fue al encuentro del suyo? He tenido el deseo de hacerlo, pero apenas lo he cumplido de manera indirecta, por reacción, a través de Kafka, Rousseau, y Montaigne, o de los emblemas revolucionarios y la edad neoclásica. He creído que se podía ayudar a los hombres de hoy hablándoles de las obras lejanas y olvidadas, traicionadas, del cual nuestro mundo no obstante ha surgido. ¿He tenido la audacia de presentarme como Montaigne de pie y acostado, por delante y por detrás, a la izquierda y a la derecha, en todos mis recodos naturales? Aquí también, lo confieso, he vacilado en seguir su ejemplo salvo en la manera, también indirecta, de hablar de sí mismo hablando de otro, lo cual es inevitable”.

Como Starobinski escribe –indirectamente– de sí Oliveros, cuando escribe sobre otros: Pound y Eliot, Giotto, Masaccio, además del ensayo “como pretexto” para sus traducciones de Celan. Por eso sus Diarios de Literarios son también diarios íntimos de un lector.

Es necesario destacar que Oliveros –ensayista, editor, conferencista– es primero que nada un poeta, uno de nuestros primeros poetas y, por lo tanto, obliga a la doble lectura de su prosa, la sospecha del ars. Pero en el Diario, quiérase o no, se evidencia más el placer de escribir que el de la lectura, se disfruta más la lengua personal que el comentario o la glosa del escrito de otro.

Se trata de la “experiencia” de la lectura, cruzada de otras experiencias: viajes, nacimientos y muertes, recetas y vinos, jardines, la esposa y el cumpleaños de la hija, la escucha de óperas, su gato, almuerzos con amigos, la preparación de clases y conferencias, o la lectura del diario de otro: en paseos, autobús o en la casa.

Pregunta y se responde Blanchot: “¿Qué debe recordar el escritor? Debe recordarse a sí mismo, al que es cuando no escribe, cuando vive la vida cotidiana, cuando está vivo y verdadero y no moribundo y sin verdad. Pero el medio que utiliza para recordarse a sí mismo es, cosa extraña, el elemento mismo del olvido: escribir. De allí, no obstante, que la verdad del diario no esté en las notas interesantes, literales, sino en los detalles insignificantes que lo atan a la realidad cotidiana”.

 

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Para Barthes, el goce de los diarios consistía en las notaciones más tenues, como “el tiempo que hace” (que hacía), los detalles cotidianos. La escena privada, minúscula, del Diario Literario, renueva nuestra literatura.

Aun así su lectura no es fácil: Todavía son muchos los que no entienden que el oficio del escritor, que no escribe la mayor parte de su tiempo, se alimenta de la no-escritura, está lleno de insignificancias como:

De 7:30 a 8:30 de la mañana, durante los tres primeros meses del año, el cielo es de un gran azul luminoso y profundo. Es la mejor hora en Valencia.

 

Ciudad Valencia / Pedro Téllez