Imperdibles del Periodismo (12): Paul Johnson se refiere a su libro de crónicas periodísticas «Al diablo con Picasso», publicado por Argos Vergara. JCDN.
En el texto inicial del libro “Al Diablo con Picasso” (1997), esto es El arte de escribir columnas, Paul Johnson enumera y argumenta cuatro requisitos para ser un columnista [o cronista] de raza:
1.- El conocimiento conducente a una ciudadanía universal: No en balde la nacionalidad del autor y sus posibles lectores, el cronista no puede refugiarse en una consideración localista y restringida de los temas. Más allá de la coyuntura histórica, los constituyentes culturales, políticos e ideológicos, amén de la idiosincrasia de cada pueblo, la mirada del que escribe ha de ser universal y humanística. El Centro y la Periferia, no obstante sus contradicciones y desencuentros, forman parte de la Humanidad en sus vicios y virtudes.
¿Por qué no apostar por el ecumenismo religioso y la tolerancia política, en función de la autenticidad del modo de vida y la calidad literaria de cada quién? Ejemplos notables los tenemos, por ejemplo, en otros libros del muy conservador Paul Johnson (La Historia de los Judíos, 2006, o Intelectuales, 2008); los poetas místicos San Juan de La Cruz, Teresa de Ávila o Fray Luis de León; o incluso el poeta Roque Dalton y los cronistas Mariátegui, Martí o el anarquista González Prada.
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2.- La biblioteca mental y la lectura personal como apoyatura para parir las ideas: Paul Johnson, no sólo hace gala de sus conocimientos literarios e históricos sin que nos importe su neo-conservadurismo, sino que especialmente descuelga con generosidad personalidad propia, humorismo vivaz y tono conversacional divorciado de los artilugios del estilo. La crítica a la postmodernidad no es requisitoria amargada: Por el contrario, tiende a ponerla patas arriba simulando al punto candidez e ironía muy fina. Más que profeta del desastre, se nos asemeja al cura Don Camilo de Giovanni Guareschi.
3.- El instinto para tratar las noticias: No se trata del tubazo oportunista o el tratamiento banalizado de los temas de interés (o, peor aún, la moda). El cronista, con todo su piquete informativo y crítico, se suma a una conversación sustanciosa con el ciudadano de a pie, eso sí, sobre sus padecimientos cotidianos en el marco político, económico-social y cultural del presente histórico. Por lo que el precio de la historia a pagar se ve y se desmonta con una inquietante y asombrosa claridad.
4.- La variedad temática en sintonía afectiva con la cotidianidad y no ser condescendiente ni populista con el lector [esto es ser movido por la personalidad propia]. Esto es desmontar la banalización del discurso mediático y academicista, por vía de emparentar lo culto y lo popular. ¿Acaso, por ejemplo, la música jazz no se ha convertido en elitesca muy a pesar de sus orígenes populares? ¿La Poesía del Decir (Cardenal, Borges Angulo, Mujica) no dialoga con el habla del pueblo urbano y campesino, no obstante su compleja estructuración discursiva enclavada en el rigor y la claridad?
Tal perfil tiene como antecedentes o padres tutelares a los ensayistas Michel de Montaigne y Francis Bacon [“Y me gusta pensar que Montaigne y Bacon miran por encima de mi hombro (…) mientras redacto mi columna”], además de continuadores notables como Ralph Waldo Emerson, G. K. Chesterton, Cyril Connoly, Raymond Aron, Albert Camus y Jean Paul Sartre.
El simpático conservador que es Johnson aduce que crónica y ensayo están vinculados por la subjetividad, la brevedad, la pluralidad temática y el cariz reflexivo muy personal. La buena vecindad de ambos géneros no sólo es histórica sino también discursiva.
José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC