“La dulzura del limón” por Arnaldo Jiménez

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Divagaciones - Arnaldo Jiménez - tristeza

Oscilo entre emociones extremas. Puedo decir que mi vida no es otra cosa que los encadenamientos de esos extremos en una agonía placentera de diario acontecer: la tristeza y la alegría. Sé que hay medias tintas, y que lo que queda en las ranuras, lo que se sitúa en el medio también es un péndulo, un badajo que suena nuestras sorderas y pasa desapercibido la más de las veces.

Esas muecas que no son risa ni lamento, eso visajes que se paralizan como rictus en el rostro y no permiten un desciframiento, contienen también un rastro de horror. Cuando me observo detenidamente en el espejo por espacio de varios minutos, cuando no tengo nada que dirija mi atención en particular, sino toda mi cara, hay un momento en que esa mirada se limpia de pensamientos y puedo ver cómo mi cabeza no se sostiene, se mueve en contra de mi voluntad.

El cuerpo tiene un movimiento que es natural en él solo por el simple hecho de estar vivo; oscila lentamente, pequeños círculos, oleaje diminuto. Cuando el pensamiento retorna no lo hace con un gesto de alegría, no se devuelve para celebrar la caída de la razón sobre mi rostro como una máscara que me dice quién soy; entre ese hecho y la mudez anterior se instala una profundidad infernal, me doy cuenta de que no tengo nombre, que no soy, que el que está del otro lado me es ajeno. Un breve cuento de Pablo de la Orca (2005) nos resume esta idea:

 

El infierno

Conocí el infierno de la manera más inesperada y, quizás, vulgar: un día llegué del trabajo para alistarme e ir a una reunión a la que había sido invitado, cuando entré al baño para afeitarme me vi en el espejo, ese fondo superficial me atrapó por un instante y decidí verme bien, pues nunca había tenido tiempo para ello; a los pocos minutos sentí que yo mismo era el espejo, y el reflejo algo así como una tapa, un escondite. Desistí de ir a la reunión y continué mirándome fija e ininterrumpidamente; al cabo de una hora, minutos más, minutos menos —pues había perdido la noción del tiempo—, logré percibir un movimiento involuntario en mí, me iba hacia los lados sin poder hacer nada para evitarlo; entonces, ya todo era mirada, solo mirada sin ojos, únicamente una imagen puesta delante de mí completamente desconocida. Fue en ese momento que estiré mis manos, me toqué y enseguida dejé de ser una idea, un espacio sin consistencia. Comprendí que había abandonado el paraíso.  

 

Para el autor de este cuento, el infierno es la vida externa al espejo, la placidez la encontró en haberse convertido en mirada absoluta. Yo pienso que la oscilación se establece entre los simulacros, el que mira que se extraña y el extrañado no coinciden en una identidad plena, forman parte de una simulación que se detiene al hacerlo la razón que la alimenta. Pero no es solo sobre este despertar en lo extraño que quiero hablar. Dije al principio que mi vida va y viene entre emociones que en apariencia son extremas (lo del espejo es solo un ejemplo de esa oscilación), una cabeza que se mueve sola como un limón colgando de una mata en un patio sin aire.

Yo soy triste, soy mi tristeza. Vivo pendiente de la nostalgia que se acumula cada vez que conozco a alguien y sé que ya no podré desprenderla de mi vida, aunque esas personas sí lo hagan conmigo. Pienso que la sustancia de la vida es la tristeza, más de una vez me cruza por la mente la contundencia de los aforismos de Cioran, el problema no es estar vivo, el problema es haber nacido; nacer es el pecado. Parece que los alegres no son personas que gustan cavar la realidad ni andan al acecho de sus errores, miran el brillo de la vida y no se percatan de que también son filos que en cualquier momento cortan sus luces y entonces se hace la oscuridad donde ellos no han aprendido a bogar.

Se me hace muy difícil no ver el sinsentido en cada día que vivo, contra él es que dedico mis fuerzas, contra el absurdo, contra la fatalidad de no ir a ninguna parte. Pero ese no ir yendo es al mismo tiempo la salvación. Situemos la condición de la existencia: es irremediable estar vivo porque es una constatación cartesiana, vivo luego padezco…, ¿qué pretenden entonces los optimistas, que la vida que se padece sea eterna en su desenvolvimiento? Ese fondo sin fondo es la fuente de las religiones, estoy seguro de que nuestra mortalidad engendra dioses. Dejemos que corra para que caiga en su abismo y nos llegue la liberación.

El triste es aquel que soporta en su espalda la gravedad de una sociedad que se ufana de ser asesina, es aquel que quiere hacer un llamado a gritos para que la alegría pueda ser. La tristeza no se busca, tiene argumentos que contagian.

Llegar al fondo es constatar que no hay sentido, que la muerte no es un sitio a donde vamos a parar con nuestro equipaje de aire, ella está adentro y nos acompaña en cada latido, es extraña; nace y tiende a reproducirse; nace siempre, jamás se extingue, ni siquiera con su propia muerte.

 

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El final está contenido en cada comienzo y en cada paso del camino que no es camino; por tanto, no existen ninguno de los dos. El Don Juan de Castañeda en su libro: Las enseñanzas de Don Juan, me dio una clave: hay que vivir como si la vida tuviera sentido, aunque no lo tenga. Esto lo llama él: “la locura controlada”, nada tiene importancia; pero hay que vivir como si la tuviera. ¿Puede acaso el llamado estrés vulnerar esta premisa práctica de vivir? En mi caso sí lo ha hecho, pero son más las victorias sobre la locura descontrolada, el desatino desatado, que las derrotas.

Y es que todo se libra en los términos de una lucha: creer que yo soy un maestro o un escritor y vivir en torno a ello, nada más, forma parte del desatino descontrolado. Creo que lo soy y le doy la importancia, justa, pero sé que no lo soy y que no tiene ninguna importancia. Es un acecho tanto a mí mismo como a los argumentos sociales que me hacen creer en mí. Es en este borde, en esta gestualidad borrada, donde la alegría puede acomodarse y entonces soy alegre, creo en la vida y vivo con toda intensidad la cadena de sus instantes. Al final, los limones son dulces. Para mí, es mejor vivir en estos términos, que no haber vivido.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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