He aquí una palabra que por lo regular se pronuncia con la máxima seriedad y la nariz para arriba: alcurnia. Rara vez se oye este vocablo sin su obligado acompañante noble. Para muchas personas ser “de noble alcurnia” es más importante que poseer cualquier cantidad de títulos académicos o méritos ciudadanos.
A aquellos que presumen de su noble alcurnia, aunque no tengan en qué caerse muertos, tal vez se les baje un poco el copete si les explicamos el origen de tan sonoro vocablo: alcurnia, sinónimo de ascendencia o linaje, proviene del árabe al-kunya, el sobrenombre.
Esta etimología, que podría tomarse por graciosa, se explica fácilmente si se tiene en cuenta que entre los árabes es signo de distinción el llamar a la persona por su apodo, cosa que no siempre sucede entre nosotros.
Algo de eso hay en el trato que se dan entre ellos nuestros vecinos de República Dominicana y de Puerto Rico, donde no tiene en absoluto nada de irrespetuoso el mencionar por el apodo a ninguna personalidad, por encumbrada que sea.
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Por lo que venimos diciendo, la locución árabe al-kunya tiene también el significado de título de calidad. Alcurnia tuvo la forma primitiva alcuña, más fiel a la etimología arábiga y viva todavía en Asturias, en toda la Península se usa hasta no hace mucho la voz alcuño por sobrenombre o apodo.
Ignoramos hasta donde se extiende el uso árabe de considerar signo de distinción el llamar a alguien por su apodo, pero la verdad es que se nos hace bastante cuesta arriba aceptar la posibilidad de que la “distinción” incluya apodos como Perro de agua, Nariz de tetero o Comenunca.
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Tomado del libro “La palabra de hoy / Programa radial” (Cenal, 2014)
Autor: Aníbal Nazoa González (Caracas, 12 de septiembre de 1928 – Ibíd., 18 de agosto de 2001) poeta, periodista y humorista, considerado «uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX».
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