«Maestros extraños (VIII)» por Arnaldo Jiménez

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LA MUERTE COMO MAESTRA: A la luz de sus enseñanzas toda guerra es absurda, toda idolatría a las armas, todo bautizo a lo que destruye. La muerte templa el espíritu, destierra al orgullo; por eso se le aparta, no se le quiere escuchar.

La muerte torna ingenua cualquier tipo de propiedad. Ella se sienta sobre las piedras incandescentes de nuestra memoria y nos dice, con toda su calma, que todo es alquilado, que la propiedad privada funciona mientras ella no se haga visible en tu cuerpo; que nada puede no ser pasajero. Entonces los ojos se abren un poco más y uno puede ver cómo la realidad nace de la meditación de lo oscuro, cómo lo irreal es aquello que carece de palabras: enseñanza que cala en las fibras del alma, pues, más nunca el mundo volverá a ser lo mismo; abrirá corolas de larvas, cerrará umbrales conocidos, rasgará crepúsculos y el ordeño del tiempo se sentirá caer con toda su belleza en la ruta de los pasos. ¿Por qué y para qué afanarse en el egoísmo?

La muerte nos dice que lo definitivo habita en nosotros, que toda la cultura se basa en su posibilidad, en su goteo incesante. En pocas palabras, la muerte se dirige al corazón, penetra en él y lo mantiene en sus límites; allí alojada, ella dicta la humildad. Es la humildad su gran regalo: la moderación que tiende a llenar lo que se vacía, la moderación que tiende a exaltar lo que se rebaja.

A lo largo de mi carrera como docente de aula he presenciado y sentido la muerte de varios estudiantes; cada una de ellas me ha hecho profundizar mi visión de lo efímero, mi temor a lo irónico y mi mueca de expectativa ante el retorno de lo absurdo. Cada una de esas muertes me permitió comprender un poco más lo cercano que estamos del desgaste; me permitió comprender que ando montado en un oleaje de lo perdido y, eso, a contraparte, me permite vislumbrar mejor mi posición en el planeta, mi comprensión del ser humano.

Siempre intenté que mis alumnos aprehendieran la sustancia de la vida: que la savia de esta es su otro extremo, que no existen colores definidos, que todos somos impredecibles, que por dentro de nosotros viaja la muerte como pasajera. Hace muchos años una de mis alumnas de sexto grado, la señorita Mélany Naveda, escribió un poema que dice:

 

Bajo un árbol lleno de frutas
se sentaba la vida con su mirada directa a la muerte
vida
vida de ilusión
y la muerte sonreía
para atacar
en cualquier momento.

 

Vemos cómo la muerte nos permite aprender de nuestros alumnos, nos hace quitarnos de encima el monopolio del saber. Ese descuido de la vida creyendo que sus frutos son para ella misma; esa abundancia de ilusiones tan necesarias para trazar un camino. Mélany sabe que la muerte es la única heredera; ella comprendió que hay que ampliar la atención al transcurso de lo que se va viviendo porque la muerte acecha para “atacar en cualquier momento”. Asimismo, hace mucho tiempo, otra alumna escribió un poema en el que, sin llegar a nombrar a la muerte, nos enseña que toda transformación del cuerpo o de la realidad aflora sobre el devenir de la parca; prefigurada esta en una mariposa, Yisbel Navas no habla:

 

Mírame a los ojos, mariposita blanca,
mírame bien
porque pronto me verás
convertida en un gusano.

 

(Este poema pertenece a su libro: “Eclipse de pajarito”, publicado por la imprenta regional de Carabobo).

¿Cómo no escuchar en ese poema la voz de la vida? Yisbel registra el paso del ser humano desde que se eleva al sol, en un vuelo presuntuoso, hasta que se transforma en el cuerpo que la mariposa abandona; ella le dice a la mariposa que esa magia también es parte del ser humano, que no le quite la mirada para que sea testigo de ello y, de esta manera, nos guiña un ojo diciéndonos que la vida es así de corta. Doble transformación: el gusano en mariposa y el cuerpo en gusano. Y todo ello en la vida que palpita en las enseñanzas de los alumnos.

 

***

 

Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde el 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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