“Atraco al Banco del Caribe” por Omar Ydler

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Corría el día jueves 27 de febrero de 1969. Me encontraba en el patio del liceo “Enrique Delgado Palacios” [de Guacara] en compañía de su director, Prof. Gustavo Leandro Mattei. Cursaba entonces el tercer año de bachillerato. Manteníamos una conversación amistosa. El diálogo se rompió entonces cuando el ambiente fue invadido por sonoras y repetidas detonaciones. “¡Eso es plomo!”, exclamó instintivamente el profesor Mattei. Seguidamente se dejaron escuchar, casi de inmediato, repetidas ráfagas de armas automáticas.

Inmediatamente, el Director del liceo y yo, sorprendidos y llenos de curiosidad, nos desplazamos buscando la fuente de los disparos. Aquello era una novedad en el pueblo. La gente del vecindario, alborotada, comenzaba a asomarse a las puertas y ventanas. No recuerdo tránsito de vehículos en la calle. Atrás dejamos el taller de reparación de bicicletas de Turrenga y el bar El Oporto. En un tris estábamos frente al Banco del Caribe.

─Testimonio: “Recuerdo que en ese momento estábamos recibiendo clases en el Enrique Delgado Palacios (para ese entonces quedaba en la vieja casona en la calle Soublette entre calles Páez y Carabobo). Recibíamos clases, decía Jorge Miranda, y él, al oír los disparos nos dijo a manera de broma: ‘Tírense al suelo’…” (Nancy Martínez 2020).

Al llegar a la agencia bancaria verificamos que no permanecía en pie el gran panel de vidrio que hacía de fachada del banco. Había fragmentos de vidrios por todas partes. Sin percatarnos, el profesor Mattei y yo ya habíamos penetrado al interior de la sede bancaria a través del panel destruido. Allí supimos que se trataba de una acción guerrillera con saldo de sangre.

En el piso, frente a las taquillas, yacía un hombre joven sin vida, impecablemente vestido con un flux oscuro. En la blanquísima camisa de vestir, sobre su pecho, resaltaba un agujero de entrada de bala. Llamó mi atención el tenue borde rojo que delineaba al pequeño orificio del disparo. La escena quedó fuertemente grabada en mi mente. Yo solo pensaba en lo joven que era el hombre sin vida que yacía en el suelo del banco. Lucía un bigote bien recortado. Observé lo bien hecho que estaba el nudo de su corbata. Pensé en la agónica tristeza de su familia cuando conocieran del suceso. No vi ningún arma en sus manos o cerca de él. Me preguntaba si era el que comandaba la acción guerrillera.

Con los años llegué a enterarme, consultando amigos en Caracas, que el joven que yacía muerto en el piso del banco fue identificado como César Bastidas y se trataba de un estudiante que cursaba carrera en la Escuela Técnica Industrial de Los Chaguaramos, militante de la Juventud Comunista, a quien se le reconocía por el pseudónimo “Pepito”.

─Testimonio: “…en Vigirima vivía el Sr. Chibeco, quien fuese el policía que le disparó al guerrillero que cayó dentro del Banco.” (Moisés Chiribella H. 2020)

─Testimonio: “Francisco Arcila estaba de guardia ese día, gracias a dios vivo todavía, es mi amigo y vive en la Compañía” (Leopoldo Ríos 2020).

El local del banco comenzó entonces a llenarse de gente curiosa, como nosotros, que comentaba toda clase de cosas. Para ese momento no había hecho presencia ningún cuerpo policial. Solo habían transcurrido unos instantes del asalto. Mattei me tomó del hombro susurrando: “¡Vámonos!”.

─Testimonio: “Recuerdo muy bien esa historia, yo venía de la escuela Diego Ibarra y al pasar frente al banco vi el cuerpo de un hombre joven muerto dentro del Banco y muchísima gente a las afueras del banco.” (Iris Inojosa 2020).

Abandonamos el banco, el profesor retornó al liceo. Yo me retiré a mi casa, tomando la calle Arévalo González. El alboroto continuaba en la plaza Bolívar de Guacara. Acababa de producirse un evento en paralelo al sonar la alarma en la prefectura. Desde la plaza, dos miembros de la acción de asalto sacaron a relucir armas largas automáticas que portaban ocultas en envolturas. Montaban vigilancia desde los viejos bancos de hierro y madera que se localizaban frente al Instituto de Comercio Venezuela, que dirigía la profesora María Gómez de Osío.

Los guerrilleros accionaron sus armas sin pausa. La intención era impedir que la policía destacada en la prefectura interviniera en la operación que se desarrollaba sincronizadamente en la entidad bancaria. La confusión conmocionó a todos los funcionarios en el interior de la prefectura. Más tarde me enteré de que el comandante de la policía, Carlos González “Cabo de Plata”, se rehusaba a darle el acceso a las armas largas a los policías, quienes portaban solo sus armas cortas de reglamento y reclamaban a gritos el acceso a los fusiles. No se habló en el momento de intercambio de disparos entre la prefectura y la gente de la guerrilla. El primer oficial de la Policía para ese momento era el siempre recordado por su nombre de pila Eugenio Servén, apodado el “Flaco Servén”.

Dos policías uniformados, al parecer parientes entre sí, que se encontraban desempeñando servicio de guardia en la sede del Concejo Municipal, salieron hacia la sede contigua de la prefectura al oír los disparos, resultando abatido uno de ellos, al cruzar la línea de disparos, mientras que el otro agente se devolvió a ocultarse en la sede del Concejo Municipal. Cazorla era el apellido del policía caído en la balacera. Mucho tiempo después nos enteramos de que el entonces funcionario policial caído continúa hoy con vida, fue trasladado a un centro médico logrando su recuperación.

Un conocido joven, que frecuentaba al club Arévalo González, abandonó de prisa esa sede, tal vez atraído por la sorpresa de los disparos. Al ser detectado en la carrera por uno de los guerrilleros, recibió una descarga de ametralladora de la que pudo librarse arrojándose al piso. Los tres proyectiles de la descarga se incrustaron muy unidos en la pared compartida de la entonces barbería de “Pepino”. Los orificios permanecieron mucho tiempo en esa pared como recordatorio del suceso.

─Testimonio: “Todos los guacareños, vivimos y recordamos ese momento, yo me encontraba en mi casa, Soublette con Sucre. Y vi como un guerrillero con fusil en mano disparó hacia el club Arévalo González y la casa del Ñero Guillén. Guacara un pueblo muy tranquilo en esa época se convulsionó.” [Brito Robles Humberto, 09/03/2021].

En mi camino a casa supe de la persecución tardía de la policía tras los guerrilleros. Finalmente, no supe si los policías obtuvieron de “Cabo de plata” autorización para usar las armas largas. Solo me enteré, un rato después, que una camioneta secuestrada fue abandonada por el grupo que hizo trasbordo a otro vehículo para desplazarse en la autopista con dirección a Maracay. Nunca pude enterarme a ciencia cierta de cuántos hombres participaron en el asalto, cuánto dinero se llevaron, ni si hubo más heridos o más muertos a consecuencia de esa acción.

─Testimonio: “El asalto fue dirigido por el comandante guerrillero Freddy Carquez. Cuando se retiró de la lucha armada, se incorporó al MEP y luego se graduó de médico y hace tiempo que no lo escucho hablar, seguramente debe haber fallecido. Y el policía (tiroteado) era de los Cazorla de Vigirima. El guerrillero muerto en el Banco era un estudiante de la ETI de Caracas. La camioneta amarilla, marca OPEL ranchera de un modelo viejo, era del panadero frente al cine Ibarra y fue abandonada debajo del puente de Chacao. Mientras los que hicieron el trasbordo los esperaban en la autopista sentido hacia Caracas.” [Juan Tortolero 2021].

Años después visité a Amado Lovera en su casa, en la urbanización Negro Primero, donde me contó detalles de aquel asalto y de cómo “salvó su vida por un pelo”. Uno de los asaltantes en estado de alerta disparó al policía de guardia, alcanzando a Amado en la cabeza al encontrarse interpuesto en la trayectoria de la bala. Amado Lovera se desempeñaba como empleado contable en la administración del banco. El disparo le dio en la cabeza, ocasionándole una herida rasante, incrustándose en una de las paredes del Banco al final de su trayectoria. En la oportunidad de la entrevista Amado me mostró el recorte de prensa de “El Carabobeño” que cubría el suceso del asalto. Con toda seguridad Amado conserva todavía ese recorte.

─Testimonio: “Me gustaría hablar con mi amigo Héctor para darle buenos datos, yo conozco muy bien la historia y el herido en la cabeza es, aún vive emp., AMADO LOVERA.” [José García 2021].

Con el correr del tiempo pude enterarme de que mi amigo Héctor Chávez fue testigo presencial del asalto al banco, él se encontraba presente haciendo cola en la taquilla para realizar un depósito cuando la unidad táctica de guerrilla irrumpió en la entidad bancaria. El relato del episodio vivido es narrado en detalle por el mismo Héctor Chávez y puede leerse en este mismo medio.

 

Amado Lovera 53 años después

Amado Lovera se desempeñaba como asistente de contabilidad, trabajaba conjuntamente con otros empleados administrativos en la sede del Banco del Caribe. “Me dirigía, en la mañana de ese día 27 de febrero hacia el escritorio de Osman Petit, quien se desempeñaba como gerente del banco”. Recordaba Amado, que por aproximarse el fin de quincena ya había elaborado los asientos de la nómina de pago de los empleados y todo el personal estaba contento por la proximidad del pago de la quincena. Muy próximo al escritorio del gerente, se encontraba inusualmente sentado el policía de guardia, este funcionario policial, encargado de la seguridad, estaba leyendo un periódico totalmente desplegado frente a su vista, el cual ocultaba su presencia, pasando desapercibido fortuitamente a la vista de los usuarios y razón por la que los guerrilleros no se percataron de su presencia.

Refirió Lovera que al entregar el documento al gerente, irrumpieron intempestivamente por la puerta principal de la agencia bancaria tres hombres armados, mientras que un cuarto integrante del grupo se mantuvo rezagado, pero próximo al grupo. Uno de los hombres armados se colocó entre los empleados saltando por encima del muro mostrador y al grito de: “¡No se mueva nadie! ¡Esto es un atraco!”, todos los presentes entraron en pánico, procediendo a agacharse o parapetarse en medio de exclamaciones y murmullos.

El uniformado, que aún no había sido divisado, presa de los nervios, desenfundó el arma de reglamento soltando un disparo en dirección a los asaltantes que se ubicaron frente a las taquillas. El disparo hizo un impacto rasante de rebote sobre el mostrador forrado en fórmica, desviando el curso del proyectil, que finalmente hizo impacto en el corazón de uno de los asaltantes, desplomándolo ipso facto sin vida. La ametralladora compacta que portaba cayó al lado del cuerpo inerte del guerrillero siendo recogida de inmediato por otro asaltante.

 

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En una fracción de segundo, ese otro integrante del grupo de asalto, colocado delante de la taquilla, devolvió instintivamente el segundo disparo que se produjo, apuntando hacia el lugar de donde partió el primer disparo. El arma accionada fue un revólver calibre 38 especial, que portaba el asaltante. El policía había sido detectado cuando pugnaba por parapetarse detrás del escritorio de Osman Petit, apretujándose contra el empleado contable y el gerente, quienes se apresuraban también a ubicarse en la concavidad inferior del escritorio. Fue en ese momento cuando el gerente se dio cuenta de que el disparo había ocasionado un rasguño en el cuero cabelludo de Amado, produciéndole un sangrado copioso, bañando su rostro y empapando su camisa con su misma sangre.

Sorprendido, Petit exclamó: “¡Amado, estás herido!” A lo que este ripostó: “¡No siento nada!”. La bala solo había rozado a Amado ocasionándole una herida superficial en la cabeza sobre la calota craneal en línea recta por sobre las dos sienes, continuando su trayectoria hasta incrustarse en la pared del banco. Inmediatamente los guerrilleros sometieron y desarmaron al policía de nombre Francisco “Chibeco” Arcila, quien se escudaba tras de Amado sin soltarlo por temor a que lo mataran por retaliación. Sin embargo, el gerente del banco imploró porque no muriera nadie más y el comando de guerrilla no tomó venganza contra el policía por la muerte de su compañero, procediendo a marcharse de inmediato con el dinero robado.

Finalmente, señaló el contable: “Nos mantuvimos refugiados bajo el escritorio, escuchando todo cuanto acontecía en el banco mientras duró la operación del asalto. Entre gritos, sentí cuando uno de los asaltantes tomó una pequeña y sonora caja de caudales, la cual contenía unas pocas monedas de plata y la lanzó contra el ventanal del banco, rompiendo toda la vidriera. Por allí mismo saltaron los asaltantes a la calle Carabobo para reunirse con el grupo que los esperaba en la plaza”.

 

Omar Ydler / Ciudad Valencia