BIOGRAFÍAS PORTÁTILES [12]: TEÓFILO TORTOLERO

Biografías Portátiles [12]: Teófilo Tortolero es la décimo segunda entrega de esta serie referida a esta gran voz poética de Valencia, Venezuela. JCDN. 

Teófilo Tortolero según el fotógrafo Yuri Valecillo

Teófilo Tortolero (Valencia, 1936 – Nirgua, 1990). Su obra poética se inició con un poemario sorprendente, Demencia Precoz (Editorial Arte, 1968), el cual abriría una nueva perspectiva del discurso lírico en Carabobo y Venezuela: la del poema breve, despojado y concentrado en sí mismo, más allá de la poesía militante, exteriorista y comprometida de la década de 1960. El prólogo del gran Psiquiatra y ensayista José Solanes, además de definir el texto poético de doble orilla como aquél en el que se funden la belleza y el sentido, saluda esta propuesta sin fallar en el análisis psico-crítico desmedido: “Es así como Tortolero tenía necesariamente que ser, pese a las apariencias, eso que es en su libro: el poeta de lo cotidiano y a la vez de lo trascendental”.

El conjunto, entre otras cosas, forja una visión desangelada de la alienación mental e incluso espiritual [no mediatizado por afán religioso institucional], al punto que la insania y el hospital psiquiátrico constituyen un mismo cuerpo por rescatar, por supuesto, en el reconocimiento de la legión o vocerío múltiple interior y del Otro sometido a una exclusión oprobiosa por el orden exterior. De allí su condición de poesía del exilio endógeno y exógeno. No se trata de la traslación trasnochada y extemporánea de la metodología surrealista, sino de la disposición de imágenes surreales que tantean las contradicciones humanas de la voz poética escindida: “Madre qué decía esta palabra / a tres pasos de la sala demente del llanto / (un ojo fijo en los corredores) / qué decían los centauros / recostados en el azul de cera de tu almohada?”.

Portada del primer libro de Teófilo Tortolero

Defendemos nuestra lectura mística que nos cita a San Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, pues la esencia sufriente del libro simula el diario zigzagueante de un paciente psiquiátrico que balbucea la índole de su malestar. Es un objeto poético cruento y conmovedor que se nutre de las contingencias de la vida y no de la mera experimentación formal de vanguardias vacuas y ruidosas. Esta escritura se nos antoja, en un afán maternal y proteccionista, una cartografía extraviada de la tristeza, la nostalgia y el dolor psicológico y ontológico a la vez: “No me cura mi madre de sus hospitales / nadie quiere salvarme de esta luz / que me da golpes en la frente / (…) / Por esa carpintería sería feliz / un solo dibujo de Ágata me haría feliz”.

 

Julia Kristeva, en Sol negro. Depresión y melancolía (Monte Ávila, 1997), recalca que la enfermedad melancólica-depresiva apareja la pérdida del objeto amoroso y la modificación traumática de las relaciones significantes: “Estas últimas, y en particular el lenguaje, resultan incapaces de asegurar en este conjunto la autoestimulación necesaria para iniciar ciertas respuestas. En lugar de operar como un ‘sistema de recompensas’ el lenguaje al contrario hiperactiva la pareja ansiedad-castigo, insertándose así en la lentitud del comportamiento y en la lentitud ideatoria características de la depresión” (pp. 14-15). En el caso de Tortolero, más allá de las virtudes taumatúrgicas y terapéuticas del ejercicio poético, tenemos una vocación compulsiva por la recreación y comprensión de su propio mundo, además de una conciencia estética [no esteticista] muy consecuente y sólida. Al punto de iniciar una bitácora de escritura que va de la renovación lírica de Demencia Precoz y Las drogas silvestres (Universidad de Carabobo, 1973) al neo-romanticismo de La Última Tierra (2da. Edición, 1995), su último título.

Portada del segundo poemario de Teófilo Tortolero

Las drogas silvestres (1973), es una ratificación de esa búsqueda en la Poesía, la del aparente intimismo que coquetea con el existencialismo y la desconfianza prudente respecto a proyectos utópicos de índole ideológica y estética. A un texto aforístico proveniente de “Demencia…” como “Hoy es diluvio. Ya están con nosotros los pájaros gritando / clavando sus picos en el Arca”, le sigue y complementa esta declaración de principios mínima: “Yo te busco en un salto al vacío”.

La Poesía se confronta con las impiedades del entorno sin necesidad de slogans ni manifiestos político-artísticos exhibicionistas. Bulle adentro la despiadada duda metafísica más que la religiosa: “Oh Pastor de Dios / Quita de la hendidura el borbotear de sangre / Haz que cierre los ojos esa claridad / Que devana su muerte”. La parte que inicia el díptico, “Los campos de merinos”, desarrolla una paisajística que implica jugar a las damas con la muerte, quedando todas las partidas tablas por vía de la incertidumbre como pulsión vital: “Rada / Morir en vida propia / Sin probar la caricia / Pero en aguas brillantes y profundas / Donde el sol no se aplaca”.

La segunda parte, “Las drogas silvestres”, se deja leer como un inventario de impresiones variadas e irregulares del que se vale la voz para atenuar el dolor, la angustia y los estados efusivos como si fuese un anti-manual homeopático: “Es igual un día y otro en las islas / Teñidas de martirio / Pasa y bebe ese anís tras la puerta del fondo / Quién regresara a tu paraíso donde a media mañana / Tomaste la cicuta”. Tortolero posee la virtud de componer con palabras justas una imaginería de corte expresionista, llena por igual de luces enceguecedoras [“Una mañana cae sobre otra mañana / Pero su telaraña sigue igual / No se ve otra cosa que el sol”] e inquietantes claroscuros [“Puedo ver tus pasos en la oscuridad”] susceptibles de conducir o extraviar la mirada de un mundo en descomposición. Hay una complicidad con las letanías inversas de Charles Baudelaire, de manera que el corpus del poema destile complacencia lúcida por la fealdad mustia de los alrededores. Como coda a esta entrada, nos sorprenden los retratos fotográficos del poeta en los cuales el parecido con Baudelaire es perturbador.

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Los lectores seguimos esperando por una nueva antología poética de Teófilo Tortolero que lo haga conocer dentro y fuera de Venezuela. Sin embargo, agradecemos todavía al Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, el volumen El Día Perdurable y Otros Poemas (1997) que, además de los poemarios antes comentados, selecciona textos de 55 poemas (1981) y La última tierra (1990 y 1995), y publica íntegro el libro homónimo acreedor de la Bienal Literaria José Rafael Pocaterra en 1982. A tal respecto, Reynaldo Pérez Só, para entonces Director del Departamento, argumenta su sitial notable en el devenir poético venezolano, muy a pesar de su bajo perfil: “Valencia nunca había tenido un poeta de su intensidad, de poco derramamiento, que voló más allá de Venezuela sin salir de sus fronteras, sin complejos cosmopolitas ni consumido por el aristocratizante poema que sus émulos de generación sufrieron”.

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Resulta curioso que editoriales nacionales no hayan publicado a Tortolero [por ejemplo, tenemos entendido que ni Monte Ávila ni el perro y la rana lo hicieron pese a tenerlo en sus planes]. Peor aún, tenemos noticia de un volumen recopilatorio plagado de errores e inexactitudes [por ejemplo, atribuirle textos de J.M. Villarroel París] muy a pesar de la buena intención, El libro de los cuartetos (La Oruga Luminosa, 1993), bajo la curaduría de Orlando Barreto.

Más allá de estas contingencias que no tienen nada de supersticiosas, desde aquí estamos dispuestos a abrazar siempre la poesía de Teófilo Tortolero con efusión y tacto para no lastimarle y sí hacerle sentir nuestro afecto in crescendo.

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

 

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