CLÁSICOS VENEZOLANOS (31): FERNANDO PAZ CASTILLO

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CLÁSICOS VENEZOLANOS (31): FERNANDO PAZ CASTILLO

El poeta Fernando Paz Castillo (Caracas, 1893-1981), además de voz poética fundamental del país, fue protagonista de excepción de la renovación literaria nacional convocada por la Generación del 18, junto a Andrés Eloy Blanco, Luis Enrique Mármol, José Antonio Ramos Sucre, Rodolfo Moleiro y Enrique Planchart, entre otros [como algunos escritores y críticos enamoradizos, añadimos a Enriqueta Arvelo Larriva en tanto invitada estelar].

A tal respecto, recomendamos la “Antología Poética” publicada por Monte Ávila Editores el año 1979 y luego en 1985, bajo la curaduría y los comentarios del poeta y ensayista Eugenio Montejo. A tal respecto, Montejo nos comenta:

“Paz Castillo no pretende convencer ni predicar, sino ser. Su poesía no es específicamente religiosa, sino metafísica, en cuanto se cultiva en ella una raíz intelectual” (p. 21).

La obra poética del vate y ensayista caraqueño, trasciende el Romanticismo y el Modernismo oteando su propio mundo interior. Nos dice que Basta de falsificaciones y sucedáneos de Rubén Darío. Aporrea con silencio y recogimiento metafísico, el estrépito de los burdos imitadores.

No sorprende que el afán renovador de la poesía venezolana propuesto por la Generación del 18, coincida con el cambio del discurso plástico nacional alentado por el Círculo de Bellas Artes a partir de 1912.

FERNANDO PAZ CASTILLO

Pintores como Cabré, Monsanto, Reverón, Brandt y Monasterios, prestan su paleta de colores post-impresionistas a Paz Castillo, quien los traduce en imágenes visuales refrescantes y de regocijo místico en su escritura.

“La tarde fue cayendo silenciosa / sobre el paisaje ausente de sí mismo / y floreció en un oro apagado y nuevo / entre el follaje marchito” [La mujer que no vimos, p. 35]. Esto es el diálogo integrador entre las artes, síntoma de la modernidad del siglo XX.

Poemarios como “La voz de los cuatro vientos” (1931), “Signo” (1937), “Entre sombras y luces” (1945) y “El otro lado del tiempo” (1971), no en balde las variaciones temáticas y estilísticas, propenden en conjunto a una tonalidad conversada y diáfana. Por supuesto, que acompaña una pulsión mística y metafísica al considerar la cotidianidad.

Son, afortunadamente, poemas hablados y no para declamar en el espíritu romántico tardío. El habla es el vehículo más flexible y humilde para la expresión desnuda que reivindique la inmediatez vivencial de fondo. La Poesía abandona la retórica en la asunción de una conciencia mucho más esencialista.

“Ante la vida dura opusimos el verso. //… Y el verso puro lo salvó de la vida, / de lo material y de lo grosero, / de la vulgar sonrisa cortesana” (p. 42).

“El Muro” (1964), poema estructurado en diecisiete cantos breves [pp. 143-150], por sí sólo es acreedor de un lugar brillante en el canon literario nacional. Coincidimos con Montejo en que es un texto poético metafísico por excelencia. Subyace una paisajística del pensamiento filosófico y estético: Del Jardín de las Delicias al Camposanto.

“La vida es una constante / y hermosa destrucción: / vivir es hacer daño” (p. 144). El Muro blanco que se come el paisaje verde, no sólo es una metáfora inquietante sobre la existencia, sino una Poética en sí mismo. Leemos la interrogación agonística a un Dios indiferente y a un Destino incierto. Se explaya en una meditación global y holística en torno al tiempo histórico, cíclico y elíptico.

“Y sólo siento frente a Dios y su Destino, / haber pasado alguna vez el muro / y su callada espesa sombra, / del lado allá del tiempo” (p. 150).

Nos toca como lectores de literatura viva, las glosas en verso, aforismos o citas breves al Cristo de Unamuno [su rabia, “ira de tu ira / en el día de la ira / de tu verbo hecho sangre”], Nietzsche, Mallarmé, Burns y Coleridge. Asimismo, cuando le canta con voz austera a sus compañeros de generación como Mármol [“Viva aún la pupila, / parecía que miraba el silencio”] y Ramos Sucre [“La pesadilla intermitente va haciendo tenaz el desvelo”].

La preocupación obsesiva por lo metafísico, se encuentra también cuando confronta con su siglo, el de las dos guerras mundiales y la guerra civil española, entre otros dolorosos hitos del alma indignada, solidaria y disconforme.

“Digo mi canto” es un estupendo texto meta-poético enclavado que testimonia su Amor paradójico por el mundo.

“Digo mi canto / con las mismas palabras, / usadas por mí” (p. 123).

 

BIBLIOGRAFÍA

Paz Castillo, Fernando (1985). Antología Poética. Caracas: Monte Ávila Editores.

 

NO DEJES DE LEER:CLÁSICOS VENEZOLANOS (28): JULIO GARMENDIA

 

José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC

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