Kepa de Derteano y Basterra (Peru de Arteaga), Huellas, Edime, CaracasMadrid, 1974, segunda edición, 238 pp.

Pos claro, manitos, A Idoya Derteano Gorostiaga

 

«Huellas» es un volumen de 13 cuentos que nos atrapó por diversas razones. La primera de ellas estriba en la condición de escritor católico muy crítico que lo relaciona con Graham Greene, Mauriac y Giovanni Papini.

Esta camada desconfiada de sí y del despropósito del mundo que les tocó vivir, apela a la duda y la contradicción como constituyentes de la Fe. Don Miguel de Unamuno, otro de nuestros tutores proveniente del País Vasco, vivió así y muy intensamente su catolicismo. Fe que no duda ni se confronta con sus contradicciones, no merece ese sustantivo corto pero poderoso y liberador.

Otra de mis razones está referida a una literatura del exilio. Los cuentos poseen un itinerario que va de lo geográfico, cruza los idiomas castellano y vasco, a lo artístico y lo espiritual. Hay también un sentido afán de reivindicación de los oprimidos de aquí y de allá, fundamentado en el contexto histórico y atemporal bíblico. El escritor es profeta y legislador franco y díscolo.



La escritura en prosa narrativa al igual que el discurso poético de Kepa, pertenecen a una transición que va del modernismo a la vanguardia. El post-romanticismo se integra al alba de las vanguardias en el que dialogan Europa y América Latina. Se parece al caso de nuestro Vicente Gerbasi, pues hallamos la contrastación, celebración y contristación de paisajes. El diálogo involucra a Caracas, Valencia la de Venezuela, Bilbao, Madrid o Amorebieta.

En el paladar lector queda el sabor fuerte del vino o café tinto muy tinto: Peru de Arteaga no rehuye de su egotismo que lo emparenta y diferencia al punto de la generación de Ruben Dario, Rufino Blanco Fombona y José María Vargas Vila. Su hija Idoya nos lo dijo: su padre tenía un Ego que no pasaba desapercibido ni le era indiferente a sus lectores. Hablamos de un proceso ambicioso de escritura, digan lo que digan los demás.



Exploremos algunos de nuestros cuentos preferidos del libro. «No hay flores en el cerro» inicia el conjunto como piedra angular del templo. A través del fraseo corto, la enumeración y la metáfora viva, edifica párrafos de mediano metraje.

Trata de una insurrección popular que desafía el poder fáctico, como ocurrió en Argelia en ese entonces y luego en Caracas en 1989. Es evidente la alusión a los comuneros de Nueva Granada del siglo XVIII, reprimidos vilmente por la corona española.

 

El protagonista y líder campesino y proletario Juan, se nos antoja una transposición de Juan el Bautista increpando el poder corrupto de Herodes el Grande. El discurso narrativo se apropia del cuento aliñándolo con el reportaje muy en la onda del Nuevo Periodismo de Capote, Norman Mailer y Tom Wolfe.

Sólo que lo atenúa un aire romántico en la oposición estilística con el expresionismo del Van Gogh de Los comedores de papa. El narrador, seguro y dubitativo a la vez, se convierte en legislador y profeta impertinente, cuando se ocupa en desmontar el mito mal curado todavía de El Dorado petrolero.

La crónica, el reportaje o cuento hace dudar al lector para despertarlo de un letargo consumista de clase media: «Pareciera, cuando lo leyeren, que es un cuento. Mas no lo tomen como tal. Mal les iría». La confrontación entre Juan y el nuevo Cardenal está marcada por la Teología de la Liberación evidente en los evangelios y desarrollada por Gustavo Gutierrez, Ernesto Cardenal y Leonardo Boff.

No nos llamemos a engaño, Kepa no es un clarividente, a la usanza de Nostradamus, que previó el Caracazo del 89. Sino un analista político social como los profetas bíblicos. En su poemario » El Rebelde» le dedica un canto al Carlos Andrés Pérez del primer gobierno. Su esperanza de poeta sería traicionada por la Venezuela Saudita y luego por la del infame paquete de medidas ultra y neoliberales.



«La Venus y el niño» se acerca más a los «Cuentos de Color» de Díaz Rodriguez que a «La mano sobre el muro» del último Meneses. Recrea la condición marginal del creador artístico, en este caso un escultor jorobado, que se traduce en Ars Poética sufriente y romántica.

La escultura que cobrará vida para consolar carnal y afectivamente a su autor, oscila en el proceso de creación entre Eros y Tanatos, el entusiasmo egocéntrico o megalomanía y la depresión más auto destructiva. Pareciera una variación del Fausto de Goethe o del Dorian Grey de Wilde.



«El pelotari» resulta un relato épico deportivo sazonado con el artículo de costumbres tan del gusto español y luego latinoamericano. Se trata de una figura legendaria de la pelota vasca, Peru, quien vuelve por sus fueros luego de un retiro de cuatro largos años. En este caso, el campeón deportivo es también humanístico por su amor al Prójimo en peligro.

Recordemos dos casos reales, Max Schmelling el que boxeó dos veces con Joe Louis e injustamente maltratado como figurín nazi, quien rescató de la muerte a muchos judíos perseguidos por Hitler.

Y el beisbolista puertorriqueño Roberto Clemente, quien murió en un avión que llevaba ayuda humanitaria a los nicaragüenses victimizados por el terremoto y peor por el sátrapa de Tachito Somoza. Peru salvó vidas a costa de su integridad física y habilidades deportivas. Por lo que su exitoso regreso como campeón pelotari, se asimila como símbolo de la causa independentista vasca.

Se carnavaliza el entorno paisajístico y humano del País Vasco en su mismísima lengua: «Diálogo vasco. Escueto. ‘Flaco’. Tímido. Humilde, por respeto y por sencillez. Sin asomos de vanidad. Así es el vasco». Lo cual dignifica a nuestro egótico autor.



«Están llamando a la puerta!» es una muy lograda transfiguración ficcional de Jesucristo, que tiene como referencia «El Gran Inquisidor» de Dostoyevski, «Nazarin» de Benito Pérez Galdos y «El Poder y la Gloria» de Graham Greene.

Me parece una recodificación de los Ejercicios Espirituales de otro gran vasco, Iñigo Lopez, alias San Ignacio de Loyola, creador de la Compañía de Jesús y referencia indirecta del Barroco español con sus Quevedo, Gracian y Góngora. Sólo que la expresión es directa, contingente y descarnada.

El narrador en primera persona, el lector y escritor, recibe la segunda visita de Cristo, trajeado a contracorriente de la moda occidental. Esa voz es una impostura de Kepa o Peru respecto a sí mismo. Se puede traducir también como una aproximación bipolar a Jesucristo como Dios y Hombre.

Nuestro autor somete a su propio Ego a un juicio para nada compasivo. Es megalómano engreído pero momentos después asume la melancolía de ser hombre sufriente. Tal como ocurre en los Salmos del Rey y Poeta David.

Lo peculiar de esta transfiguración ficcional de Jesucristo, consiste en la apelación a la lengua del relato picaresco de Cervantes, Quevedo, Carlos Fuentes o el Gabo García Marquez.

Digna pieza como para una antología referida a la transfiguración de Jesús en el cuento o, mejor aún, una buena compilación del relato picaresco hispanoamericano de los Fuentes, Gabo, el Pito Pérez de José Ruben Romero o Percusión y Tomate de nuestra Sol Linares.



Con este simpático libro, Kepa o Peru se ha salido con la suya: Dialogar con los lectores a calzón quitado, en la contristación y en la comedia de los equívocos que siempre ha sido Venezuela y América Latina.

Lástima que nunca pude conversar con él fuera del Banco Hipotecario de Crédito Urbano, donde nuestro hippie moderno era miembro de la directiva y yo el mensajero de a pie. Hubiésemos gozado una metra! Dios nos acompañaría con alegría, pues se contenta de sus ovejas negras que lo aman en sus libros por demás majaderos.

 

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José Carlos de Nóbrega / Ciudad VLC