La generación del porno y la nueva mirada feminista

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El porno

Hay una gran parte de la sociedad (por no decir la mayoría) que se crio con el porno como principal fuente de educación sexual. Los varones aprendieron cómo hacer para penetrar lo antes posible y las mujeres aprendimos a poner carita sexy, gemir y a quedarnos quietas.

El pasaje de las revistas porno a los videos exacerbó la falta de conciencia y responsabilidad sexual; en ningún video se los veía a los hombres poniéndose forros o tomando algún tipo de cuidado, ni para ellos ni para nosotras. Crecimos viendo sexo sin empatía y sin respeto.

Sexo que solo estaba contado desde el punto de vista del macho que, para colmo, ni siquiera coincidía con la realidad. Un sexo basado en fantasías patriarcales y singulares, un sexo netamente fálico.

El piletero que, sin hablar, mira a una chica rubia, tetona, transpirada y vestida de nenita de colegio. Ella le hace un mínimo gesto, un hola, un qué tal y corte a… penetración. Primeros primerísimos planos de penes todo el tiempo que, lo único que hicieron fue posicionar a los tamaños de los pitos como una cuestión indispensable a la hora de tener relaciones sexuales.

Y así miles de escenarios; el empresario que se curte a la mucama, el trío de dos nenas con un señor mayor, el padre de familia que se quiere coger a la amiga de la hija.

El porno, además, ha creado falsas expectativas en cuanto a tiempos, ha sobrevalorado y magnificado los tamaños y la intensidad de los orgasmos. Nos ha vendido una “satisfacción inmediata” que más que placer nos produjo estrés y desilusión.

Y nos costó un montón de tiempo, lucha, frustraciones y hasta muertes, entender que eso no podía ser nuestra única vara. Que el sexo real era otra cosa y que la sexualidad está llena de fantasías que en la cabeza no tienen límites, pero en la vida sí. Que el sexo es también torpe, gracioso, que hay olores y texturas que no siempre son color de rosas y que ni las caras ni los cuerpos son planos perfectos. Ha dejado fuera de cuadro los placeres y deseos de las disidencias al mostrar siempre cuerpos hegemónicos e hiperbólicos que solo disfrutaban los hombres heterosexuales.

El porno, como todo lo vinculado al mundo sexual, fue tabú por muchos años. Y esto a la industria cultural del porno la ha beneficiado un montón. Un consumo silencioso que no ha parado de crecer y sostenerse en el tiempo. Y hasta hace no mucho poner al porno sobre la mesa era toda una cuestión, pero en ese animarse a hablarlo es que empezamos a derribar los mitos y ficciones que se armaban alrededor de eso.

Por ejemplo, en general se pensaba que el porno solo lo consumían los varones y en parte, es verdad. Ese porno fálico con el que crecimos a muy pocas de nosotras nos interpelaba, por eso terminábamos viendo más porno lésbico que otra cosa.

Pero ahora que la sexualidad está cambiando y, poco a poco, progresando, hay muchísimas más variedades y opciones de pornografía que se acercan un poco más a la igualdad. Como por ejemplo el “post porno”; un movimiento feminista que tomó fuerza con el filósofo queer Paul B.Preciado.

Esta corriente o militancia, tiene como objetivo adueñarse del porno desde una mirada feminista, para poder representar a los cuerpos y a las sexualidades no normativas y hegemónicas que están excluidas de la industria y la sociedad.

También propone replantear las propuestas estéticas, narrativas y hasta los modos en los que se difunde y comunica el material. Por ejemplo, hoy en día hay películas de porno feminista como Las hijas del fuego de Albertina Carri, o páginas diseñadas por mujeres como Bellesa.

Un porno en el que las mujeres hacen que sus cuerpos se vuelvan los verdaderos protagonistas, sin importar qué tipo de mujer se vea. Lo que realmente importa en este movimiento es promover la libertad del goce sexual, derogar toda convención social sobre las identidades y cuestionar la mirada dominante.

Las nuevas generaciones tienen mucho que ver con esto, porque proponen formas alternativas de entender y practicar la sexualidad, las identidades y los roles dentro de ellas.

Nos proponen un nuevo enfoque del deseo que hace que se abran brechas en el discurso sexual y social; todo sexo es político y está constantemente en una construcción que, hasta ahora siempre fue cultural, pero poco a poco se va tornando personal.

Siempre hemos pensado al porno como algo “poco convencional”, que rompía las reglas sociales aceptadas, casi que, en la adolescencia, mirar porno era ser un poco rebelde. Sin embargo, más crezco y más pienso que todo eso tiene bastante hipocresía, que en realidad no hay nada más convencional que el porno con el que crecimos. Ya fue suficiente de las máquinas penetradoras irreales, ahora queremos ver cuerpos vivos.

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Ciudad Valencia / Infobae