En realidad no fue nada importante pero, si insisten, les contaré.
Resulta que yo estaba un domingo muy tranquilo, haciendo reparaciones caseras.

Era mi día de descanso y como sabía que no podía suspender mi activo ritmo de la semana, si no quería ver a la pereza parada junto a mi cama el lunes temprano, me dediqué a hacer unos cuantos arreglos que tenía pendientes en mi casa.

El desagüe del lavamanos no volvió a dejar caer ni una gota. La pata de la mesa se curó de su renguera y el candado del patio recibió una refrescante aceitada de sus mecanismos.

Como a las cinco, sin nada de interés para mí en la televisión, y con el coche reluciente, decidí enfrentar la reparación del ventilador, que a media tarde había pospuesto para el próximo domingo.

Funcionaba, pero no giraba, no movía como antes su cabeza de extraterrestre rizado, lanzaba su soplo en una sola dirección.

Fui a buscarlo a la salita del televisor. Pedí permiso a mi hipnotizada familia, que a esa hora se abstenía de parpadear para no perderse una sola imagen de Bajas Pasiones, su serie preferida —no me explico qué le ven—, y entonces cometí la imprudencia que me causó esta molestia.

Sin desconectar ni apagar el ventilador, lo tomé por la rejilla protectora, pero con tan mala suerte que mi dedo índice resbaló hasta el centro de la tormenta y recibió un contundente golpe de las aspas.

Después del susto inicial suspiré con alivio, apenas había sido un leve roce. Observé con alegría que mi dedo seguía en su sitio, pero pronto percibí que algo andaba mal por los lados de la uña.

Presentaba una enorme fisura y, luego de un instante de palidez, empezó a dejar salir sangre en pequeñas cantidades, pero sangre al fin y al cabo.

Mi mujer me lavó muy bien la herida con alcohol y agua hervida. Me reconvino porque ya me había pronosticado algo parecido —ante mi temeraria forma de tomar el ventilador para trasladarlo— y me puso esta vendita.

El dedo está ya casi curado por completo. En realidad no fue nada grave. Como les decía, no se trataba de nada importante. Pero como ustedes insistieron.

 

lee también: La palabra de hoy: «CACOFONÍA», por Aníbal Nazoa

 

Gustavo Arango/ Medellín, Colombia