Christian Farías- revolución

Toda revolución (social, política, cultural, científica, económica o religiosa), surge y se desarrolla entre dos planos fundamentales: lo viejo y lo nuevo, la tradición y la creación, el poder decadente y el poder emergente, la paz y la guerra, la lealtad y la traición, etc. A partir de esos antagonismos, surgen las nuevas alternativas que sustituyen lo viejo y decadente, para desarrollar lo nuevo y lo emergente.

De manera que la revolución no es un simple proceso de sustitución de una forma del poder político, económico y socio-cultural, por otra forma diferente en sus bases doctrinarias; pero, semejante o igual en su práctica real y concreta. Eso no es revolución; sino simplemente innovación o reformismo, porque cambia solo la forma y no sus contenidos sistémicos y de gran arraigo histórico, político, social y cultural.

Debemos precisar, entonces, lo que es una verdadera revolución y cómo se diferencia del viejo sistema y de las nuevas amenazas que surgen para atacarla y destruirla, tal como ocurre hoy en Venezuela. En ese sentido, podemos decir que una verdadera revolución histórica-social, está sustentada en una nueva doctrina y su correspondiente praxis histórica y creadora de lo nuevo, lo necesario y lo útil.

La praxis histórica es una forma de unidad orgánica entre la teoría que nos orienta y las acciones que realizamos de manera creativa, innovadora, transformadora y revolucionaria. La praxis histórica, es vital y necesaria, creadora de lo nuevo contra lo viejo, lo útil contra lo inútil; y en general, desde el Bien contra el Mal.

Entre la praxis y la práctica, hay una sutil diferencia semántica, cualitativa e histórica. La palabra práctica nos remite a la acción o el movimiento aprendido y realizado por el sujeto para adaptarse y reproducir la realidad histórico-social, ya establecida y dominante.

En cambio, la praxis es una práctica transformadora, revolucionaria, creadora de lo necesario, lo nuevo, lo alternativo; es decir, la acción que va más allá de la simple práctica rutinaria y repetitiva. En ese sentido, la praxis transforma lo viejo y lo malo, creando y desarrollando lo nuevo, lo útil y lo necesario. La praxis es la acción alternativa, revolucionaria y transformadora, para superar y trascender lo viejo que ya no sirve, creando lo nuevo que hace falta.

En ese sentido, la utilidad y eficacia necesarias, de nuestras acciones transformadoras, son posibles solo por la vía de la praxis revolucionaria, con base en los métodos y las doctrinas pertinentes, como lo son la dialéctica de Marx, Engels y Lenin, las teorías criticas derivadas del marxismo, la teoría de sistemas y la metódica del pensamiento complejo o teoría de la complejidad.

De manera que entre la práctica y la praxis hay semejanzas y diferencias.  Ambas le dan forma a la acción social en los procesos del desarrollo humano y las transformaciones revolucionarias; pero, solo a través de la praxis logramos los cambios, los progresos y consolidación de los nuevos modos alternativos de una verdadera revolución.

La práctica social y política, sin sustentación dialéctica, revolucionaria y transformadora (la praxis), se queda reducida a la simple repetición del viejo sistema capitalista dependiente y atrofiado, que nos impusieron desde la conquista española, hace 500 años, y del dominio de la modernidad imperialista norteamericana, desde hace más de un siglo.

Es necesario reafirmar que la praxis es la acción verdaderamente revolucionaria, transformadora, porque ella niega y rechaza el orden opresor, para afirmar y construir el nuevo orden liberador y socialista. En tal sentido, la praxis es la unidad de la teoría y la acción como un solo proceso teórico- práctico, liberador, alternativo y creador de lo necesario y dignificante del ser humano.

La práctica social predominante en nuestra civilización, está sustentada en las viejas tradiciones europeas: los primeros imperios de la antigüedad, las monarquías y la esclavitud, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo hegemonista y globalizado, en esta nueva y ya decadente modernidad de naturaleza capitalista, hegemonista y guerrerista, cuyo epicentro es EL PENTAGONO de Los Estados Unidos y su perversa doctrina Monroe.

Es necesario tener en cuenta que la Primera Guerra Mundial (1914-1918) generó un nuevo escenario histórico, determinante en el desarrollo del sistema capitalista mundial del siglo XX. Por un lado, desmontó la vieja hegemonía civilizacional de Europa y favoreció el triunfo de la Revolución Rusa, como la primera revolución socialista de la historia.

Igualmente, apuntaló al nuevo imperio emergente de los Estados Unidos de Norteamérica que sembró las condiciones para el siguiente escenario de la Segunda Guerra Mundial, que terminó de derrumbar la vieja hegemonía civilizacional de Europa y facilitó la nueva hegemonía mundial encabezada por los Estados Unidos y su famoso Plan Marshall, anunciado el 5 de junio de 1947 por el propio Secretario de Estado George C. Marshall, tal como lo señala Roy Harvey:

 

El Plan Marshall institucionalizó y legitimó el concepto de programas de ayuda exterior de Estados Unidos, que se han convertido en parte integral de su política exterior, y también contribuyó a la integración europea. Para asegurar la paz y la prosperidad de Europa y contrarrestar el avance del comunismo, estadounidenses y europeos creyeron que era imprescindible una unificación del continente; para ello debieron dejar de lado los rencores de la guerra y quienes fueran enemigos iniciaron un camino de cooperación tanto en el campo económico como en el militar. El Plan también tuvo efectos en la economía argentina, siempre dependiente de Europa. (Ver: fe.undef.edu.ar/publicaciones).

 

Hoy, la realidad de la geopolítica mundial es muy diferente y adversa para los Estados Unidos, que ya luce como un imperio en plena decadencia indetenible. Su hegemonía sobre la economía mundial, disminuye cada día más, frente a la emergente y nueva geopolítica mundial, liderizada por China y Rusia, junto a Brasil, la India y Sudáfrica (Los BRICS) que conforman el nuevo polo de poder económico emergente del planeta.

Hoy, es una realidad, que Venezuela se ha liberado de las ataduras del viejo modelo económico rentista, dependiente y atrofiado por la renta petrolera, impuesto por EEUU a partir del periodo presidencial de Juan Vicente Gómez (1908-1935). Ese modelo rentista se prolongó y entró en crisis durante el resto de todo el siglo XX.

Ahora, durante estos 25 años del proceso revolucionario bolivariano, hemos iniciado la gran gesta histórica de la independencia y la soberanía económica, desde una praxis presidencial de nuevo tipo y marcada por las ondas huellas del liderazgo de Hugo Chávez, primero, y ahora Nicolás Maduro, el auténtico heredero del modelo paradigmático iniciado por Chávez.

Efectivamente, nuestro pueblo ha logrado construir una nueva praxis sociopolítica, cultural, económica y productiva; por encima de las dificultades creadas contra nuestro derecho a una patria libre y soberana, sustentada en nuestro propio modelo de democracia participativa y protagónica. Hemos demostrado que nuestra praxis familiar, política, social, cultural, religiosa y afectiva, está alentada y sustentada en nuestro modelo constitucional de la democracia participativa y protagónica.

Durante estos 25 años de unidad, lucha, batallas y victorias, hemos desarrollado una extraordinaria capacidad de resistencia heroica y victoriosa, con base en la nueva praxis social y política, propia, libre, eficaz y trascendente, tal como lo hizo el comandante Chávez y como lo ha hecho nuestro actual presidente, Nicolás Maduro.

El resultado de esa praxis propia, libre y soberana está en que nuestra patria, Venezuela, luce cada vez más como la nueva nación que el Libertador soñó y quiso construir; pero no pudo, frente a las adversidades de su época y su temprana partida física hacia el reino de los verdaderos héroes del mundo. Pero, nuestro Libertador sigue vivo y activo en la conciencia y los imaginarios colectivos, que alientan y animan todos los esfuerzos creadores del Bien en su confrontación con el Mal.

Esto no es una ilusión utópica; sino la innegable realidad histórica que nuestro pueblo ha venido construyendo con su propia praxis política, sustentada en el ejercicio permanente de la independencia nacional y la democracia participativa y protagónica, en unidad cívico-militar-policial-religiosa, bajo la sabia y eficaz conducción de nuestro presidente Nicolás Maduro.

Para cerrar estas notas, diremos que la práctica repetitiva y pasiva, genera la imitación mecánica y simple, reproduce las creencias, las ideas y las conductas establecidas por el sistema dominante.

En cambio, la praxis es creativa, dinámica, renovadora, aplica la dialéctica para resolver las contradicciones, conforma sistemas de acción, ejerce la crítica necesaria y asume la complejidad de los problemas y las alternativas emergentes para la innovación y transformación de las relaciones económicas, sociales y culturales.

De acuerdo con la teoría y el método marxista, la praxis es la actividad transformadora de la realidad económica, social,  política y cultural, activando las fuerzas objetivas y subjetivas de los pueblos, de donde emerge el SUJETO HISTÓRICO que asume su función de vanguardia, sustentada en la combinación de las fuerzas objetivas y subjetivas de las comunidades. En esa perspectiva, la praxis colectiva de los pueblos es la verdadera garantía de la transformación social.

 

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El sacerdote brasileño Paulo Freire asumió la praxis como la “reflexión y acción de los hombres sobre el mundo para transformarlo”.

Efectivamente, la reflexión es necesaria para analizar, evaluar y reorientar los caminos en medio de las dificultades, con base en el método que nos permita objetivar los procesos para cohesionar las ideas necesarias y las praxis que fortalezcan cada día más, la continuidad y profundización de nuestro proceso revolucionario.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia