…No tienes que hacer posar a nadie
ante la cámara. Las fotos están ahí,
esperando que las hagas.
La verdad es la mejor fotografía…
Robert Capa
Con el epígrafe del fotógrafo de guerra, Robert Capa ( Hungría, 1913-Vietnam, 1954), cuyo verdadero nombre era Andrei Friedmann, creador de la famosa agencia Magnum, en 1947 y autor de inmortales gráficas de los principales escenarios bélicos de la II Guerra Mundial, la Guerra Civil Española y la Primera Guerra de Indochina, donde muere tras pisar una mina, pagando caro el precio de su pasión por este arte de mirar la otra realidad, continuamos esta hoja de ruta en la que iremos rescatando del olvido a algunos personajes del pueblo que ahora forman parte del imaginario colectivo.
Al igual que Capa, la desmesurada pasión de Baldomero Palma por su oficio de fotógrafo de los lugareños y las calles, plazas, casas, esquinas, bares, antros, lupanares, tugurios, vikingos y orates, queda capturada para la eternidad gracias a su Polaroid y a la sospechosa complicidad de Niepce, Daguerre y los hermanos Lumiére, creadores del mágico invento.
Baldomero Palma es un ojo atento que mira, acompañado de una mano que termina en un dedo que hace ¡click!, me digo, mientras toco la puerta de su casa-refugio o espacio para soñar.
“¡Ah! ¡Ja ja já! ¡Cuánto, cuánto me gustaría responderte, aunque fuera una ñinguita así! Porque, mira, mira, asómate aquí (señalando un inmenso cajón que contiene miles de cartuchos fotográficos). ¿Estás conforme?”
“Ahora sí puedes tener una idea clara de la cantidad de fotografías que he tomado en mi largo trajinar por el claroscuro!”.
Ligeramente ataviado con una guarda camisa que deja entrever su famélica figura y unos largos pantalones de kaki que terminan en el justo espacio por donde se asoman unas pantuflas de esas que llaman “petroleras”, veo venir a Baldomero a través del ojo mágico que milagrosamente posee su desvencijada puerta.
Levanto la mirada y su mefistofélico rostro, detrás del cual se esconde un ser de proverbial bondad, completa la “instantánea” que en fracciones de segundos mentalmente le hago. Baldomero también acerca su ojo a esta suerte de improvisado obturador e inquiere mi presencia. Mira y se aleja. Vuelve a acercar su larguirucho y encorvado cuerpo, que alcanza a un ojo que me mira. Entonces, abre la puerta y estira su cuello que termina en una sonrisa donde se desnuda algo parecido al alma.
Tanta inocencia junta me rompe los esquemas y momentáneamente olvido que vengo a conversar con un “cazador de luciérnagas” que tiene la memoria de la aldea guardada en una vieja cámara Polaroid, desde 1947.
-“La gente cree que cualquiera puede tomar una foto. Ven el ‘luzazo’, pero uno es el que controla la entrada de luz, la parte técnica, la magia, pues”.
Nuestro amigo nos explica las funciones de su máquina y todas las hazañas que puede hacer con ella. Nos habla de términos utilizados en el argot fotográfico, como “velocidad de obturación”, “abertura del diafragma”, lente “gran angular”, lente ·”zoom”, cámara Kodak, escrita con con “K” la alemana y con “C” la americana; la “Spartus”, nombre de su pequeña cámara, y de la Polaroid, de la que tiene toda una colección y, por supuesto, de retratos tomados a la gente del pueblo, sus personajes y sitios emblemáticos, con los cuales podríamos armar una completa iconografía.
-“Mira, mira, aquí, atrás no hay nada, mira por el ojo, esta es la que usaban para las fotos de la plaza. Este es el lente 105, se usaba dentro del cajón de madera; es la que utilizaba Luis Carrillo en la plaza Girardot de Maracay, en los años cincuenta. Mira cómo es ‘él’, se despega y es un solo lente. Después si quieres le pones un ‘remoto’ (cable disparador a distancia)”.
-Baldomero, ese término se me hace que lo inventaste tú. Nunca lo había escuchado.
-“No importa, al menos me queda el consuelo de haberlo inventado (risas). En el cuartel me pasó a mí lo que te pasó a ti, y me atrevo a pensar que no te acuerdas”.
-Dime, ¿qué será?
-“Eso fue allá donde el árabe que tenía el taller entre dos árboles de Camoruco, donde tu paisano Chasán (se refiere a Chassan Baha El Dine Al Charani, personaje del pueblo)”.
-“¿Te acuerdas de las ‘cárcavas’ en el cerro tras la tragedia de El Limón? Recuerdo que entonces dijiste, bromeando:
“Ahora si vas a saber lo que significa ‘Cárcava’, porque esa palabra la utilizaron en un artículo de prensa”.
-”Ja, já, yo tuve que registrar como sopotocientos diccionarios para conseguir ese término, hasta que al fin lo encontré en una novela de terror donde la citaban en un capítulo: …y los cuervos desencarnaban a la gente como cárcavas en un cerro…”
–Baldomero, a ti te mata la curiosidad. ¿No crees que eso es muy común en los fotógrafos?
-“Caramba, claro que sí. ¿Ah?, por favor, por favor. Mira estas fotos”.
Baldomero comienza a mostrarme imágenes de la Mariara de hace más de medio siglo, un poco matizadas con el color añejo de los años, algunas se confunden con sus colecciones de Mecánica Popular, revistas esotéricas y antiguos diccionarios de variado uso: sinónimos y antónimos, toponímicos, etimológicos y hasta uno de la Real Academia; también viejos periódicos de circulación nacional y local, entre los que alcanzo a ver El Torreón de Mariara, el controversial semanario del desaparecido cronista del municipio, Hermes Bossa Müller.
-“En esta página aparece la cabeza de la máquina que extraía el agua para la molienda de la caña. ¿Sabes cómo se llamaba?”
–¿Te refieres al trapiche?
-“Sí, pero dime el nombre de la pieza”.
-¿El aspa?… ¿la turbina?
-“Fui fuio. (Baldomero silba y me mira con suspicacia, luego musita una canción de su época dorada).
Que siga la noria/ llorando en tu pecho…”
– “Ah, sí, todo el acueducto colonial pasaba por detrás del Colegio Nacional y llegaba a Los Jabillos, cerca de la plaza Bolívar…
Mira, aquí tienes las primeras cámaras buenas que salieron al mercado. Estas eran para los rollos de papel. ¿Te acuerdas de los rollos de papel? Así se llamaban. El número venía en el rollo y uno lo veía por este hueco (llevándose la cámara al rostro). Había rollos de 8, 12 y 16 tiros. Un rollo costaba un bolívar, el revelador un bolívar. Eso fue por allá por los años cincuenta”.
Nuestro amigo posee toda una colección de cámaras antiguas y modernas, colgadas en la pared o amontonadas en un baúl, dignas de la colección de un museo de la fotografía analógica: Olimpus, Spartus, Leica, Kodak, Nikon, Canon, Sony, Hasselblad, Pentax, Panasonic, Minolta…
Esta pasión de Baldomero por el arte de mirar, me hace retrotraer al taller de fotografía de “La Colmena”, en Maracay, donde realicé una pasantía de varios años con los destacados fotógrafos, Wilson Prada y Daniel “hippie” Peña, en la década de los noventa, en esa suerte de laboratorio para la imaginación donde quedó fijada en mi memoria para siempre, el ver nacer sobre el papel fotográfico mis primeras fotografías salidas a la luz en el cuarto oscuro.
Recuerdo también el ritual previo que realizaba el reconocido artista aragüeño, Eduardo Bárcenas, cuando dejaba que el acrílico arrojado sobre el lienzo de grandes dimensiones se esparciera hasta cubrir la tela, aplicando luego con su pincel la técnica conocida como “dripping” hasta crear diferentes formas y jugar con singulares figuras nacidas en su inconsciente, de una manera muy espontánea.
Ahora vienen a mi memoria las colecciones de revistas y libros de fotografía que fui acumulando como un tesoro en mi biblioteca, junto con autores clásicos de este arte: Robert Capa, Man Ray ( artista visual estadounidense, cercano al dadaísmo y al surrealismo, portador de una singular y original mirada fotográfica, hoy día considerado una de las figuras más emblemáticas de la historia de la fotografía artística), Anselm Adams, Stieglitz, Brassai, Gerda Taró (compañera de Robert Capa), Richard Avedon, Robert Frank, Sebastiao Salgado y Annie Leibovitz (considerada una de las mejores retratistas de Estados Unidos, quien trabajando para la revista Rolling Stone realizó una sesión fotográfica con John Lennon el mismo día en que fue asesinado, el 8 de diciembre de 1980), entre otros creadores.
-Baldomero, háblanos también de la época en que Mariara era una hacienda. ¿Conociste las fichas?
-“Sí, yo iba a cobrar el ‘apunte’ de mi papá en una “Casa Grande” donde actualmente está el liceo Aníbal Paradisi (se refiere a la antigua casa colonial de la hacienda, donde comenzó la historia de Mariara, la cual fue injustamente derrumbada y demolida en la Cuarta República para dar paso al “progreso”, menospreciando el patrimonio arquitectónico del municipio). Entonces, me pagaban con fichas.
También conocí otra Casa Grande cerca de la Autopista Regional del Centro, la llamaban la “Casa del Recreo”. Esta quedaba por la calle Piar. Tenía una puerta en la entrada, conocida como “Puerta Negra”. Recuerdo que cargué una burra desde el año treinta y cinco hasta el cincuenta”.
-Y eso por qué?
Baldomero se lleva sus largas manos hasta la cabeza, riendo, da media vuelta y tropieza con un viejo radio Telefunken de cuatro bandas, se agacha y busca con afán Radio Habana Cuba. Acerca al oído el viejo aparato y se acomoda los lentes de gruesa pasta para poder escuchar, luego cambia el dial a la BBC de Londres, en su versión en español, con la intención de confrontar las informaciones.
Seguidamente, preso de su hiperquinética personalidad, gira su cuerpo de nuevo con dos cámaras Polaroid que penden de su cuello, al ritmo del danzón cubano que suena a rabiar, y ambos se confunden, fotógrafo y máquinas, produciéndose un punto de quiebre. Por un instante, Baldomero es una Polaroid que gira y todo gira al unísono con él. Al final de ese eterno instante en que nada queda en su lugar, este personaje de las mil y una cámaras me despierta del letargo con un reclamo:
-“¡Señor, volvemos otra vez para atrás! En Mariara no había autobuses a comienzos del siglo pasado, sino cinco o seis carretas, arrastradas por burros. En esa época tampoco había carreteras. Mi papá tenía tres hijos. El menor se iba a pie pa’ Ocumare. Mi mamá se iba a pie pa’ Turmero. Yo nací en 1924. ¡Dios mío! ¡Se queda uno sin cuenta! (Risas)”.
-“En el año cincuenta y cinco teníamos una camioneta con estacas de madera y yo vi cuando estaban construyendo la Panamericana. La carretera estaba ‘mojoneada’(se refiere a las señales que colocaban en despoblados para que sirvieran de guía o división en las diferentes jurisdicciones)”.
-“Mira esto, ¿qué te parece, por qué crees que hace así? (oprimiendo el disparador). ¡Es que está marcando el tiempo de exposición! Mira, ahora dice: ‘No trabajo-no trabajo-no trabajo’ (bajando la voz hasta convertirla en un susurro). Al ponerle el flash, ¡zuás!, automáticamente dispara”.
-“A propósito, -me espeta Baldomero- a ti te gustan tanto las palabras raras. ¿Sabes lo que es una esclusa?”
–Me suena pero no recuerdo. ¿Acaso has sido constructor?
-“Sí, sí, claro. No sé, no sé (en tono burlesco). ¡Cuando yo era alumno hasta los maestros me respetaban! En este diccionario debe estar. Mírala aquí: ¡las esclusas! ¡las esclusas! ‘Con este término se denomina a la construcción que posibilita la navegación por canales’. En ese caso tiene relación con las esclusas de la época de la colonia, era la que transportaba el agua del río hasta el torreón, para la molienda de caña”.
-Baldomero, siguiendo con las curiosidades, ¿alguna vez oíste hablar de El Faldale?
-“No, cuando eso yo estaba pequeño. Ellos comenzaron jugando en el potrero que estaba detrás de la medicatura. Recuerdo que la Casa Grande llegaba hasta allí, el bulevar no existía. Ese grupo lo llamaban así porque el uniforme era de saco. Pero si hubieras venido antes te mando donde María Torrealba”.
–¿Quién es?
–“¿No conociste a María Torrealba? ¿y al negrito Simeón?
–No.
–“¿Conoces al manco Andrés?”
–No.
–“¡Y a fulano…?”
En el imaginario de mi amigo cabe el mundo con sus fantasmas y manías. Él no le reclama nada a la vida, la acepta tal como viene, se deja llevar por ella asido a sus manos.
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Baldomero es un hombre feliz. Misteriosamente feliz. Sí, un hombre feliz que no sabe explicar cómo ha llegado a ese misterioso y maravilloso estado. Este simpático personaje, definitivamente, no es de este mundo, me digo, mientras sorbo un poco de guayoyo preparado por sus hacendosas manos de hombre de pueblo, de niño grandote de 86 años, que de aquella Mariara que se nos fue, guarda con nostalgia una mirada en su Polaroid…
(Continuará). ¡Salud, Poetas!
***
Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).
Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.
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