Luis José Silva Michelena (Caracas, 1937-1988) fue filósofo, poeta, ensayista, crítico literario, fundador y colaborador de diversos diarios y revistas del país. Egresó Summa Cum Laude de la Escuela de Filosofía de la UCV. En Madrid fue bautizado por un grupo de estudiantes como Ludovico Silva. En la década de los sesenta dirigió y produjo el programa radial La palabra libre. Fue Secretario General del Ateneo de Caracas. Fundador y miembro del comité de redacción de la revista Papeles.

Colaboró en el periódico Clarín y en la revista literaria CAL, dirigida por Guillermo Meneses. Junto con Miguel Otero Silva fundó la revista Lamigal. En la década de los ochenta mantuvo una columna en el diario El Nacional titulada “Belvedere”. También fue colaborador de la Revista Nacional de Cultura y de la Revista Imagen, y desde 1970 ejerció la docencia en la Escuela de Filosofía de la UCV. 

Ludovico Silva

Son muchas las facetas por las que podemos abordar a este polémico, polifacético, ambiguo y contradictorio personaje que despierta nuestra admiración y nos mueve a decir algunas palabras sobre su trabajo donde la muerte, Dios, el vino, el amor y  la soledad conforman sus principales obsesiones. Además del filósofo y poeta, nos detenemos en el ensayista, el crítico literario, el excelente prologuista, con ese discurso fluido y acucioso que atrapaba nuestra atención, parecido al efecto que causaba Borges en la presentación de cada nueva publicación; y al final de sus días, debido a su delicado estado de salud producto del abuso del alcohol, en el escritor de aforismos.

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La lista de poetas que influyeron o gravitaron en su obra comprende a Vicente Gerbasi, Rafael Cadenas, Juan Calzadilla, Juan Sánchez Peláez y Ramón Palomares, entre otros. “De todos estos poetas he aprendido y sigo aprendiendo”, decía en una encuesta realizada por la Redacción de la revista Poesía de Valencia, en su edición de hace varias décadas, dirigida por Reynaldo Pérez Só.

Tomar papel y lápiz y sentarme a borronear estas cuartillas sobre nuestro poeta me lleva  a emprender un viaje inverso en el tiempo en relación con mis inicios, en la adolescencia, en el mundo de las letras de la mano de Neruda, Vallejo, Cardenal y, por supuesto, Ludovico, en los revulsivos años setenta y comienzos de los ochenta. Hablar del personaje que nos ocupa es evocar posteriormente los círculos de estudio y las largas discusiones políticas en los pasillos de la UC.

Ludovico Silva

Allí la crítica despiadada contra la postura de Ludovico se hacía sentir. Entonces era acusado de seudo revolucionario, revisionista y hasta de agente de la CIA. El libro que más desataba la polémica era “La plusvalía ideológica”, hoy día reivindicado y reeditado justamente  junto con las demás obras del autor. Ludovico fue un visionario, que no nos quede ninguna duda.

“Todo verdadero arte es en sí revolucionario”, afirmaba Ludovico, considerado como uno de los más grandes estudiosos del marxismo en Latinoamérica, cuyo pensamiento hoy día adquiere destacada vigencia por la guerra económica y psicológica que estamos enfrentando con nuestra resistencia de pueblo heredero de mil batallas y victorias. Para él la función de la ideología es crear falsa conciencia para justificar la explotación. En tal sentido, el término Ideología debería ser sustituido por el de conciencia o teoría revolucionaria.

“Ahora a modo de confesión siento que he arado en el mar porque después de tanto insistir en Marx y en el problema de la ideología y la alienación, la gente conoce menos a Marx, cada día lo lee menos, y en contraste triunfan cada día más aquellos que consideran a Marx un armatoste inservible del siglo XIX o un pensador de cuarta o quinta generación olvidándose que partió en dos al mundo y sería mi única esperanza que mis libros algún día fueran traducidos al francés o al alemán, donde se valorara mi trabajo, porque en aquellos países se darían cuenta que somos capaces en Latinoamérica de inventar otras categorías de pensamiento y no solo imitar o repetir aquello que se dice en Europa o Norteamérica”.

Ludovico-Marx

En este sentido es importante señalar que Ludovico interpretó el socialismo de una manera muy singular, desde la perspectiva de nuestro particular modo de ser latinoamericano y caribeño, a pesar de la evidente influencia del pensamiento eurocéntrico que aún priva en nosotros. Entre los muchos aportes que Ludovico hace en el ámbito político, emprende la ardua tarea de motivar a leer a Marx en los originales y no en los manuales, es decir, devela un Marx anti-manualesco; nos revela a un Marx poseedor de un estilo literario singular; en sus escritos hace hincapié en la Ideología y la Alienación, dos términos importantes en el estudio de Marx y enfoca el socialismo como una suerte de “nueva sensibilidad, de emancipación estética y supresión de la alienación universal. 

Para mí, el máximo don que debe tener un escritor es la conciencia, incluso la lucidez pues nos permite llegar y descubrir las más secretas correspondencias y analogías, para decirlo con Baudelaire, y descubrir los secretos últimos de nuestra relación con el universo…

 “Quiero que la gente sepa que yo no soy solamente el autor de una serie de libros sobre Marx, sino que también y originalmente lo que soy es poeta”, repetía con marcado énfasis. Adentrándonos un poco en su faceta de poeta, afirmamos que asumía la poesía como un “objeto enigmático” y un “objeto estético”. Perteneciente como filósofo a la tradición poética de Occidente, enmarcado en la cultura grecolatina, compartía las cuatro formas platónicas del delirio: la locura profética, la locura ritual, la locura amorosa y la locura poética. Así nos atrevemos a decir que nuestro poeta era más dionisíaco que apolíneo, y a pesar de no frecuentar bares, bebía en exceso, por tanto extraía de ese estado aguardentoso y bajo esa condición especial, sus poemas. Para Ludovico la poesía era una combinación musical de símbolos.

“Aunque la forma tradicional en sí misma no es una objeción para decir que un poema es bueno o malo o creer que quien escribe de esa forma es un poeta anacrónico. Recuerdo que yo andaba por los pasillos de la UCV por la Escuela de Letras y Rafael Cadenas me reprochaba que escribiera en sonetos y la gente se burlaba porque me decían que era un poeta a la antigua…”. A posteriori, Ludovico daría un vuelco en su obra e incursionaría en la poesía política con “Boom”, en 1965, con prólogo de Thomas Merton y dibujos de Mercedes Pardo.  En este libro el autor fija su posición política ante la amenaza nuclear. “Ese libro me sigue gustando, pero no así a la crítica. Rojas Guardia dijo que ese poema era indigno de mí”.

Ludovico Silva

 A riesgo de abusar de la cita textual, intentaremos una aproximación a su poética, motivados más por el afán de comprender al filósofo poeta y al poeta filósofo, para lo cual  ofreceremos algunas pequeñas joyas extraídas de diferentes fuentes:

“Mis grandes maestros fueron San Juan de La Cruz  y Baudelaire, quienes me enseñaron que un poema debe escribirse arquitectónicamente, ayudándose con la inspiración, pero más que todo con la transpiración, es decir, con un grado sumo de conciencia artística… Aunque yo he sido un cantor del vino, el vino en sí mismo nunca ha influido en mi obra porque siempre he escrito en sobriedad. Todo lo que he escrito bajo efecto del vino no vale nada, lo he roto… Para mí, el máximo don que debe tener un escritor es la conciencia, incluso la lucidez pues nos permite llegar y descubrir las más secretas correspondencias y analogías, para decirlo con Baudelaire, y descubrir los secretos últimos de nuestra relación con el universo… En poesía hay que dejarle un cierto lugar al instinto y a la intuición. Todo poeta tiene por dentro un crítico y no veo objeción en que sea culto… «.

«Yo veo venir una etapa de clasicismo o renacer de la categoría de clasicismo como modo de enfrentarse al acto creador en el cual forma y contenido se complementen  y formen un todo armonioso… La obra mía si algo tiene es adentrarse a ese clasicismo. No es arte por el arte, son los mensajes de la vida de un hombre y eso es lo fundamental para ser considerado un poeta clásico… Mi fe es el ángel, palabra que según Platón significaba el mensajero entre los hombres y los dioses. Mi esperanza es lo que espero de mí mismo, que es mucho. Y en cuanto a mi Caridad, se la dejo a Rimbaud, para quien la Caridad era la solución”.

 ¡Que las palabras de Marx y Ludovico nos ayuden a crear una ética y una estética de la revolución!  ¡Salud, poetas!  

Mohamed Abi Hassan/Ciudad VLC

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