El Pride

Quieren vender el Pride como una fiesta. Como un desfile donde la diversidad es celebrada, donde las empresas se pintan de arcoíris por un mes y donde la narrativa es de victoria.

Pero la verdad es que el Pride nació de la desesperación. Nació de la brutalidad policial, de los crímenes de odio, de los suicidios de quienes nunca vieron otra opción. Nació en callejones oscuros, en gritos silenciados, en cuerpos sin nombre.

No nació del aplauso, nació porque la alternativa era morir sin hacer ruido.

El Pride

 

Stonewall: Cuando la Paciencia se agotó

Junio de 1969, Nueva York. La ley era clara: ser queer era ilegal. Si un hombre usaba maquillaje, podía ser arrestado. Si una mujer vestía demasiado masculino, también. Si dos personas del mismo sexo bailaban juntas, el bar podía ser clausurado. La policía tenía el poder absoluto para destrozar vidas.

El Stonewall Inn era un refugio. No era un lugar elegante ni seguro, pero era un espacio donde podías existir sin miedo. Hasta que la policía entró una vez más, buscando humillación. Pero esta vez, la comunidad se hartó.

 

Marsha P. Johnson, una mujer trans negra, lanzó el primer ladrillo. Y Sylvia Rivera, una mujer trans latina, gritó en la primera línea. Fueron seis (6) días de revueltas, golpes, arrestos y destrucción. No era un desfile. Era una batalla entre quienes querían existir y quienes querían borrarlos.

Un año después, el primer Pride salió a las calles. No con seguridad, no con permisos, sino con la pura convicción de que nunca más serían silenciados.

 

La Ilusión del progreso

Dicen que la comunidad ha avanzado. Que hay derechos, que la representación ha mejorado, que el mundo es más tolerante.  Pero en más de 70 países, ser Queer sigue siendo un crimen.

Uganda aprobó una ley en 2023 donde ser Queer puede significar cadena perpetua. En Irán, Arabia Saudita y Afganistán, la condena es la pena de muerte. En Rusia, la “propaganda gay” está prohibida, lo que significa que simplemente hablar sobre identidad de género puede llevarte a prisión.

Incluso en países donde la ley protege a la comunidad, la violencia sigue. En Estados Unidos, han surgido leyes que buscan borrar a las personas trans, prohibiéndoles acceder a atención médica. En Latinoamérica, los crímenes de odio continúan con impunidad. La discriminación no desapareció. Solo se hizo más sofisticada.

 

Tortura disfrazada de ayuda

Las terapias de conversión siguen existiendo. Les llaman rehabilitación. Les llaman corrección. Pero son castigos de electroshock, golpes, aislamiento, privación de alimento y humillación psicológica.

Miles de jóvenes LGBTQ+ siguen siendo enviados a estos “programas” por sus propias familias. Porque creen que ser diferente es algo que debe corregirse. Porque piensan que la identidad es una enfermedad.

Algunos sobreviven. Otros no.

 

Padres que exilian a sus hijos 

La violencia no siempre viene del Estado. A veces viene de quienes deberían protegerte.  Cada año, miles de jóvenes LGBTQ+ son echados de sus casas por sus propias familias. Sus propios padres los abandonan, los borran, los condenan al exilio. Muchos terminan en la calle, muchos nunca encuentran refugio. Y muchos mueren antes de cumplir 20 años.

Y la sociedad ni siquiera los recuerda.

 

Suicidios que nadie cuenta

Ser queer no siempre significa enfrentar la violencia física. A veces significa cargar con un peso que nadie más entiende. Significa crecer rodeado de rechazo, de aislamiento, de miedo a ser quien eres. Las tasas de suicidio en la comunidad LGBTQ+ son aterradoras. Adolescentes que no ven salida. Jóvenes expulsados de sus casas sin recursos y personas trans que no logran encontrar apoyo.

No deberían ser cifras. Deberían seguir aquí.

 

Pride no es una celebración. Es una advertencia

Nos quieren vender el Pride Month como una fiesta. Como una celebración de lo lejos que hemos llegado. Como una victoria. Pero la verdad es que aún estamos en batalla.  Aún hay países donde ser queer significa morir, hay adolescentes echados de sus casas por quienes deberían amarlos, hay quienes desaparecen en la oscuridad sin justicia y hay quienes se quitan la vida porque el mundo les enseñó que su existencia era un problema.

Mientras haya una sola persona LGBTQ+ que tenga que esconderse para sobrevivir, el orgullo no será una celebración. Será un grito de guerra.  Porque esta lucha sigue, porque aún nos siguen matando, porque aún no hemos ganado nada, y porque nunca más volveremos a quedarnos en silencio.

 

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