¿Qué releer? (6): Crónica de una muerte anunciada

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¿QUÉ RELEER? (6): Crónica de una muerte anunciada.
Crónica de una muerte anunciada, 1981, Gabriel García Márquez.

El ciclo narrativo triunfal de Macondo, ya culminado, fue seguido por esta muy peculiar novela negra que tiene mayor proximidad con la dramaturgia griega clásica y no precisamente con las variantes del canon policial.

La primera línea así se lo indica al lector en la transparencia de una Narrativa del Decir:

“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”.

Nuestro autor, clásico también de la literatura muy a su modo, rompe con la fluencia del referente británico deductivo en el que el misterio del crimen se resuelve al final. Incluso, así lo aparente, ni la preocupación sociológica ni la indagación psicológica presiden esta novela.

Importan dos cosas fundamentales: La reconstrucción colectiva de los hechos y, sobre todo, la inevitabilidad del sino y destino final trágico de la víctima ante la impotencia o indolencia del pueblo.

Por tal razón, ante una pregunta del escritor Santiago Gamboa, el Gabo respondió que “Edipo Rey” de Sófocles era su policial favorito, pues el detective y el asesino son la misma persona.

Cronica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada: el asesinato de Santiago Nasa

El reportero, asumiendo la voz en primera persona que construye la crónica de los acontecimientos anunciados y cumplidos, había sido uno de los pobladores que no pudo evitar el asesinato de Santiago Nasar, hijo de padre árabe y madre criolla.

Quizás la desazón o una curiosa encarnación de la culpabilidad, lo movió a armar esta historia no muy diferente que las referidas a la violencia restituidora de honores mancillados.

Pese a la coincidencia de la muerte por asesinato con móvil pasional, incluyendo las armas blancas que la han dispensado, la originalidad radica en la cercanía del Prójimo respecto al abrupto final de algún conocido. Ya se sabe quiénes lo liquidaron, el por qué y cómo afectó a deudos y contrincantes en lo inmediato.

El problema apunta más bien a las consideraciones existenciales, metafísicas, sociológicas y psicológicas relativas a cómo el homicidio de este hombre muy concreto modifica subterráneamente el devenir del pueblo.

 

Las campanas doblan por la humanidad

Recordar los versos conocidísimos de John Donne y proponerse cada quien y cada cual a indagar por qué las campanas doblan por la humanidad cada vez que alguien muere.

Acompañamos la recepción de la novela como texto coral y polifónico, no en balde la aparente simplicidad del lenguaje.

Bucear en el interior de cada entrevistado, para acceder a la clave de la vida que mueva y conmueva a la contristación, la solidaridad, el desprecio, la burla y el aprendizaje derivados en relación de las andanzas caprichosas de la Muerte.

Las experiencias de la humanidad, a tal respecto, han sido aprehendidas en la filosofía, la historiografía, el arte y la ciencia, sin agotar el tema que involucra a esta escurridiza pero severa y muy puntual dama.

Ello sin importar que porte guadaña, palo cochinero, campos de exterminio o haber contado con la asistencia de los Doctores Knoche o Kevorkian, quienes garantizarán respectivamente el embalsamado perfecto de momia egipcia y la muerte plácida mientras el paciente terminal se escurre y volatiliza en el mundo de sus sueños.

Fallecer en su propia ley, bajo el amparo de una fe o el desamparo nihilista, es una experiencia irrepetible pero vinculante respecto a los que sobreviven en la sala de espera.

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Crónica de ese acoso cotidiano

Afirma Don Juan, el hombre de conocimiento yaqui que desquició la seguridad antropológica de Carlos Castaneda, que la muerte nos asedia por encima del hombro derecho desde que nacemos hasta el cierre del ciclo de la vida aquí y ahora.

García Márquez realiza la crónica de ese acoso cotidiano y, si se quiere, subrepticio de la Muerte hasta el escándalo de su realización, fuere violenta o no.

Ello con la maestría de Faulkner o el Mann de “La Montaña Mágica”, sólo que al abrigo estupefacto de las conversaciones de sobremesa o a la vera del café envenenado o el trago lava-gallo durante el velorio.

 

Singularidad desconcertante

El reportero es un sucedáneo del detective que pesquisa, recaba y ordena las pistas que la muerte de Santiago Nazar ha dejado en el semblante de sus parroquianos.

Al igual que la muerte de cada quien, la impresión de cada deudo, adversario o conocido posee una singularidad desconcertante.

Desde la madre pulverizada en la matriz y el instinto matriarcal; pasando por Victoria Guzmán cuidando que la hija no repitiera lo que ella, esto es la atadura servil y sumisa al fogón y el catre que compartió amancebada con el Patrón; hasta el escalofrío infantil de Divina Flor cuando fue atrapada por la mano fría de muerte del cachondo y ardoroso Santiago.

El espíritu supersticioso, mágico-religioso y de morbo purulento, carga la atmósfera previa, corriente y posterior del homicidio. Nos referimos al Imperio de las visiones amodorradas en la vigilia, las corazonadas, el azar más impune y los signos paisajísticos que rodean el fin de los días de este heredero legítimo del cacicazgo del pueblo.

Todo ello en contraste con la actitud displicente y poco cuidadosa del fiambre por coser a puñaladas. El thriller o suspense se intensifica por la facilidad espontánea y cronista de la Palabra por parte del reportero relator, no importa que conozcamos de antemano la realización plena del homicidio en todas sus implicaciones.

 

Muerte de Santiago Nasar

La muerte de Santiago Nasar involucra también a los lectores, quienes al igual que la comparsa de los personajes, se irán impregnando de sentimientos muy encontrados como la angustia, la empatía e identificación con el muriente, el tedio, la indolencia y la indiferencia.

La experiencia, pese a que el discurso mediático nos insensibiliza estúpidamente respecto a la muerte [el bien morir está referido al buen vivir, aspectos neurálgicos de la existencia], nos sacude por las solapas para aproximarnos a captar en su obscena contundencia al impávido vendedor de tacos y tamales a quien no lo importuna un cadáver colgando casi a su lado.

La fiesta de bodas y su enjambre de parranderos con el hígado y la panza a medio camino, pareciera la cortina bullanguera de fondo que atrofiaría la sensibilidad y la voluntad de la víctima, sus victimarios y el resto del pueblo.

El pretencioso Obispo no se bajó del barco, pasó de largo bendiciendo al pueblo desde lejos.

Una hipótesis descocada en el escarnio del calor del mediodía en Aracataca, Macondo o este pueblo innominado, podría ser muy bien recibida pese a que involucrara al obispo como cómplice:

Su bendición distante y poco intensa para el pueblo apilado en el muelle, podría ser la señal para que los gemelos Pedro y Pablo Vicario –rutilantes nombres apostólicos- se abalanzaran sobre Santiago Nasar, lo cual supondría la revisita de las cruzadas en territorio de la cultura bananera.

Sólo pocas personas no conocían el destino inevitable de Santiago, además del futuro cordero del sacrificio.

 

La lieratura que parte de las hablillas de Aracataca

Estaban vinculadas con el cronista que refiere tan curioso acontecer en tiempos presente y pretérito novelados vueltos astillas y fragmentos, como los pedacitos de vidrios o de metales oxidados con que nos herimos manos y pies en la torpeza de nuestra adulta y frágil motricidad. Son su madre y su hermana Margot.

Por lo que cuando Dios o José Arcadio Buendía, dios pequeño y tutelar de las fundaciones de poblaciones que no son atravesadas por súper-autopistas, castigue la indiferencia de este pueblo en concreto, intercederá por ambas vidas la Matriarca Úrsula Iguarán.

La lieratura que parte de las hablillas de Aracataca, está contraindicada para ser indiferente a la muerte del Otro.

Constituye un canto fragmentario pero esencialista a la Vida que complementa el bien morir.

 

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC