¿Porqué resulta tan sabroso vengarse? La respuesta te sorprenderá (II)

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Represalia, revancha, desquite… Diferentes palabras para un instinto universal difícil de controlar. Aquí la continuación del artículo anterior.

Singer distribuía por parejas a los participantes en el experimento, y los hacía relacionarse en diversos contextos. Uno de los miembros de cada dúo era un actor que a veces se mostraba generoso y otras abusivo. Después, esos compinches de la investigadora se veían sometidos a una situación dolorosa, mientras se monitorizaba el cerebro del voluntario real de la pareja.

Cuando el actor había sido malo con su compañero, la empatía de este ante el dolor de su maltratador descendía notablemente. Las dos áreas cerebrales que se suelen activar ante el sufrimiento ajeno (una zona de la corteza cerebral llamada ínsula anterior y una estructura del sistema límbico denominada giro cingular) reaccionaban con mucha menor intensidad. Si una persona se ha comportado egoístamente, nos afecta bastante poco que sufra.  

Ojo por ojo, diente por diente

Estamos preparados biológicamente para la venganza, porque esta ha tenido sentido desde fases muy tempranas de nuestra historia como forma de mantener la cohesión social. El impulso primitivo de restituir lo arrebatado arbitrariamente y de reparar los daños son un primer paso hacia la justicia, y por eso los libros sagrados de todas las religiones, desde los Vedas hasta el Corán, pasando por las mitologías griega y romana o la Biblia, enseñan ética y dan lecciones morales a partir del ejemplo de historias de escarmientos ejemplares.

Pero la gran pregunta que se hace la ciencia es si tiene sentido esta estrategia en el mundo actual. Las culturas que promueven el castigo continuo acumulan un nivel de violencia imposible de gestionar. Un ejemplo: David Buss, profesor de Psicología en la Universidad de Texas en Austin, ha recopilado datos que indican que más de un 90 % de los hombres y un 80 % de las mujeres han fantaseado en alguna ocasión con asesinar a una persona que ha cometido una injusticia contra ellos. Pero ¿qué sucedería si liberáramos toda esa sed de venganza?.

Además, enterrar nuestra ira para dejarla salir después en forma de imágenes de revancha no es psicológicamente sanoAcumular inquina acaba por envenenarnos, y resulta muy difícil actuar con sensatez cuando se vive rebosante de odio.

Ben Fuchs, psicólogo y profesor de la Ashridge Business School, en Inglaterra, ha escrito numerosas recopilaciones de investigaciones que ilustran cómo nos intoxica el resentimiento. En ellas nos muestra que, aunque la fantasía de la venganza nos serene en un primer momento, al final acaba por llevarnos a acumular más rabia. La razón que expone Fuchs para este resultado negativo es que la venganza no resulta funcional en el mundo moderno. Los ajustes de cuentas solo triunfan en las historias de ficción que produce nuestra cultura.

En la vida real, las represalias afectan a víctimas inocentes (terceras personas que sufren las consecuencias) y nos sumen en la culpabilidad. Esto encuentra su mejor ejemplo en una de las más antiguas historias mitológicas de vendetta, convertida en tragedia teatral por Eurípides en el siglo V a. C.: la de Medea, que para desquitarse de la traición de su amado esposo Jasón, asesina a los dos hijos que habían tenido en común.

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Además, es casi imposible medir el efecto de la venganza de forma que sea proporcionada: o es demasiado pequeña (suele ocurrir con las personas más poderosas que nosotros) o resulta excesiva. El resultado final es que el soñado escarmiento acaba en frustración. Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas”, advertía Confucio hace 2.500 años.

La psicología clínica nos aporta casos del fracaso de la venganza como táctica vital. Especialistas como la doctora Lyn Abramson, de la Universidad de Wisconsin-Madison, sostienen que el rencor acumulado durante mucho tiempo es uno de los factores que pueden desencadenar una depresión. Se sabe que la ira estancada constituye uno de los pilares básicos de esa enfermedad.

¿Porqué resulta tan sabroso vengarse? La respuesta te sorprenderá (II)

Debido a sus prejuicios cognitivos, los pacientes que la padecen desarrollan una gran cantidad de resentimiento contra los demás (porque sus fantasías justicieras nunca se ven realizadas) y contra sí mismos por la impotencia que esto les genera. Su espera inútil de resarcimiento los lleva a pensar demasiado en lo que sucedió, en cómo ocurrió, en quién tuvo la culpa, en lo injusto que fue… Se detienen en el “debería haber ocurrido de otra manera” y eso les impide avanzar hacia una actitud más adaptativa del tipo “es así y tengo que asimilarlo”. Su enfado acumulado acaba convirtiéndose en un sentimiento de indefensión que se encuentra en la base de muchas depresiones y trastornos.

Malas personas 

Por otra parte, la espera de un resarcimiento nos impide pasar página. Los psicólogos Andreas Maercker e Ira Gäbler, de la Universidad de Zúrich, en Suiza, han publicado recientemente una investigación sobre presos políticos que señala que aquellos que mantienen su necesidad de venganza padecen más síntomas de estrés postraumático que los que se esfuerzan en olvidar.

Por último, la revancha tiene otra consecuencia indeseable: nos iguala emocionalmente a las personas de las que nos estamos vengando. Como nos recuerda el psicólogo Gordon Finley, de la Universidad Internacional de Florida, los justicieros más presentes en el imaginario colectivo comparten numerosos rasgos con los psicópatas: narcisismo, carencia de empatía, frialdad emocional, maquiavelismo… Los grandes creadores de frías venganzas, como la novelista Agatha Christie, saben de sobra que para perpetrarlas hay que ser una mala persona.

No podemos evitarlo: las frustraciones inherentes a la vida nos causan enojo. Si le conceden a otro el puesto de trabajo que deseábamos; si la persona a la que amamos nos abandona o no nos corresponde; o si un desconocido hace una maniobra incorrecta al volante y nos obliga a dar un frenazo, nos invade un natural sentimiento de hostilidad y se enciende nuestra programación biológica para ejecutar la venganza.

Pero en ese momento debemos poner en marcha mecanismos para canalizar la ira y evitar la búsqueda de revancha al precio que sea. Como dijo el célebre novelista escocés Walter Scott (1771-1832), la venganza es el plato más sabroso condimentado en el infierno”. Aunque se prevea apetitoso, siempre acaba por indigestarse y hacernos daño.

José Becerra/Ciudad Valencia

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