Un cuento para la merienda: «El Arañero» de Hugo Chávez

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El Arañero… Ustedes saben que yo vendía arañas. Desde niño, más o menos, tengo noción de lo que es la economía productiva y cómo vender algo, cómo colocarlo en un mercado. Mi abuela terminaba las arañas y yo salía disparado. ¿P’a dónde iba a coger? ¿P’al cementerio? Estaría loco. Allá estaba a lo mejor una señora acomodando una tumba, a lo mejor un entierro.

Si había un entierro entonces yo aprovecharía ¿verdad? Pero no, ¿p’a dónde? P’al bolo. Más de una vez mi papá me regañó: «¿Qué haces tú por aquí?». «Vendiendo arañas, papá». Todas las tardes, a las cinco, se veían allá los hombres del pueblo. Mi papá jugaba bolos porque él es zurdo y lanzaba bien.

 

Cuentos del arañero

 

En el bolo yo vendía la mitad, y después p’al cine. La concentración, pues, en la Plaza Bolívar. A la salida de la misa estaba yo, mire, con mi bichito aquí: «Arañas calientes», no sé qué más. Y le agregaba coplas: «Arañas calientes, p’a las viejas que no tienen dientes»; «Arañas sabrosas, p’a las muchachas buenamozas», cosas así. Arañas calientes, araña dulce, p’a no sé qué. Yo inventaba, ya casi se me olvidaron las coplas. A las muchachas yo les cantaba. Dígame si salía por ahí Ernestina Sanetti, ¡ah!, yo le cantaba. Ernestina Sanetti, Telma González, de las bonitas del pueblo. Entonces vendía mis arañas ahí donde estaba el mercado y la concentración.

 

El arañero-Hugo Chávez
El arañero de Sabaneta.

¡Cómo olvidar las fiestas de Sabaneta! Yo era monaguillo, tocaba las campanas, y había que tocarlas duro los días de fiesta. Y la abuela: «¡Huguito, hay que buscar más lechosa!». Porque en los días normales yo vendía no más de veinte arañas dulces; eran dos bolívares con un real. En cambio, en las fiestas se vendían hasta cien arañas diarias. Mi abuela se levantaba muy temprano. Yo la ayudaba; les comía las paticas a las arañas.

Y le regalaba una a Hilda, que me gustaba aquella muchachita. Me quedaban por lo menos dos lochas todos los días, para montarme en la montaña rusa y la vuelta a la luna aquella. Me gustaba ir al circo y ver a las trapecistas bonitas que se lanzaban. De cuando en cuando iba un elefante, un tigre en una jaula, y uno vivía las ilusiones del mes de octubre. Dígame en las fiestas patronales.

 

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¡No! Estábamos en emergencia, había que buscar lechosa no sé, hasta allá en el río, porque se vendía mucho, y además no teníamos competencia. La única casa donde se hacían arañas en este pueblo era la casa de Rosa Inés Chávez. Sí, un monopolio.

 

Hugo Rafael Chavez Frías de sus «Cuentos del arañero» / Ciudad VLC