Recordemos la definición de arte de Isidoro Ducasse: es el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección.
No hay nada en común entre el principal pintor de la primera mitad del siglo XX venezolano, Armando Reverón, y el principal artista de la segunda, Jesús Soto. Apenas las palmeras, pintadas por uno, y motivo de inspiración de los móviles del otro. Una discontinuidad, una mutación entre uno y otro.
En cambio, hay elementos comunes entre Otero y Reverón: los objetos paródicos y ready made, la pintura de la luz, ya sea la descomposición del color en las cafeteras y la luz que hace ver en los paisajes de Macuto, o los desnudos femeninos, donde el trazo de luz hace la forma sobre el papel ocre, la pasión por los autorretratos.
Afinidades electivas. Entre Soto y Otero es más bien un camino paralelo, ambos desembocan en el cinetismo, obras de 1954, la espiral y el tablón, ya confluyen en la preocupación por el movimiento, que desembocará en un estilo propio.
No tenemos en Valencia un Soto a escala urbana como en otras ciudades (aquí está representado Cruz Diez, que en la exposición brilla por su ausencia), pero hay obras públicas casi secretas, como el techo del CC siglo XXI en La Viña, obra de Otero, o el túmulo en la tumba de su prima en el Cementerio Municipal de Valencia, obra de Reverón.
El encuentro fortuito entre Reverón, Soto y Otero, maestros universales, en una gran exposición de carácter retrospectivo, genera como buen arte más preguntas que respuestas y de ahí la participación del espectador: ¿qué conecta vidas y trayectorias tan disímiles?
Creemos que fue un acierto juntar a los tres. El Museo de la Cultura viene de dos grandes muestras de la Baja Cultura (categoría de Ramsay Mc Donald): el Principito y Mafalda, y de la Alta Cultura, Michelena y Picasso (esta expo de Picasso debió ser la exposición más importante en Latinoamérica para esa fecha, lo que nos da una idea de la calidad que ha adquirido el Museo de la Cultura de Carabobo); con sendas salas interactivas que incluyen a los niños en el hecho estético, y la presente exposición no desmerece la secuencia.
El encuentro fortuito de estos tres venezolanos, sus continuidades y discontinuidades, nos dan una muestra de la potencia de la plástica nacional, su unidad y su diversidad. Es la segunda vez de una gran exposición antológica de Reverón en Carabobo (la primera fue en el Museo de arte Valencia (MUVA), valenciano por adopción.
Y la primera vez que podemos ver una retrospectiva de Soto (en galerías privadas vimos piezas de Soto en exhibiciones organizadas por Ascaso, y antes Florelia Mariño en Galería El Parque, y de ahí su presencia en colecciones particulares), pero una muestra como la de Alejandro Otero era inédita en nuestra ciudad.
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Y la disposición cronológica y didáctica, donde están presentes todas sus etapas, incluso en foto-esculturas de escala urbana, es una oportunidad única para apreciar la evolución de una obra que por su rigor y profundidad, y búsqueda permanente, incluyendo medios digitales y tecnológicos, que dan al trabajo una dimensión leonardezca, recordando los cuadernos del renacentista, donde el arte y la ciencia se confunden.
La exposición está en sus últimas semanas, y la cita con estos tres grandes artistas venezolanos, y universales, en el Museo de la Cultura es inexcusable.
Ciudad Valencia / Pedro Téllez