Laura Antillano (nacida en Caracas en 1950) es autora de una importante obra que incluye la novela, el cuento, la poesía, el guion cinematográfico, el ensayo crítico, el periodismo y la literatura infantil. Entre sus libros destacan La bella época (1969), La muerte del monstruo come-piedra (1971), Los niños y la literatura (1978), Perfume de gardenia (1982), La luna no es pan de horno (1988), Solitaria Solidaria (1990), Diana en la tierra wayuu (2022), Fotografía en Venezuela: Cuatro décadas (2023), entre otros títulos. Ha dedicado, de manera sostenida durante muchos años, su esforzado empeño en despertar en otros la sensibilidad poética y literaria, emulando, tal vez, los pasos de su tío Alfredo Armas Alfonzo, quien le enseñó a mirar y recuperar el sentido común del habla y, a partir de allí, construir historias. Recreando, también, el amor de su padre por los libros.

Yo leía de todo y mi madre un día lo planteó como un problema familiar.

Laura es feliz leyendo. Para ella en los libros está la vida misma. Por esta razón, desarrolló un sinfín de talleres literarios, prestó sus libros, promovió encuentros de literatura, organizó concursos, editó libros para que maestros, jóvenes, mujeres de todas las edades también tuvieran esa posibilidad. Compartimos en esta entrega el testimonio de su experiencia como lectora, escritora y maestra, porque finalmente es una maestra que sigue guiando, como su tío, a todos los que se dedican a esta labor.

 

Leer (de) todo

Yo creo que hay un privilegio en tener un tío como Alfredo; y mi papá era periodista, era un gran lector, leía literatura; él fue el primero que empezó a estimularme, me decía: “Muéstrame eso que tienes en aquel cuaderno, bueno, si no lo voy agarrar y lo voy a leer”; no era que me orientaba, le gustaba leerlo, le gustaba buscarlo y me gustaba que lo hiciera. Me llevaba libros continuamente, estaba muy pendiente de eso, me decía: “Tú vas a ir para la literatura”, porque además yo era muy feliz leyendo, era lo que más me gustaba hacer desde que aprendí a leer. Leía de todo…

Hubo un conflicto con mi madre (lo escribí una vez en un artículo hace muchos años), porque mi madre creía en la censura, porque yo me leía todo y un día lo planteó como un problema familiar. Le dijo a mi papá que seguramente yo me estaba leyendo todo lo que había en esa biblioteca, que eso no era así (yo tenía como 12 años); ella presionó mucho; hubo una reunión y entonces ella empezó: “Éste libro te lo leíste, este otro y éste”; yo lo miraba a él… Me leía un montón de cosas. Pero mi papá le decía: “Tiene diez años, ella ve una cosa ahí que no es lo que tú crees que ella ve”. Yo sentí en esa discusión un abismo; él le decía: “En cada edad que ella tenga va a leer distinto porque tiene otras cosas en la cabeza, ha vivido otras cosas, no tienes que angustiarte”, y ella decía: “No, tiene que haber censura, tiene que haber previsiones”; él le respondió: “¿Cómo hacemos ahora?, se ha leído prácticamente todo lo que tú no querías que leyera”.

Se lee un mismo libro en distintas edades y es otro libro, porque ya tienes otra visión.

Creo que él tenía razón, hay que leer de todo y uno dependiendo de la edad y la experiencia que tenga con la vida, va a entender las cosas de una manera u otra; además, con frecuencia yo leo un mismo libro en distintas edades y es otro libro, absolutamente, porque tienes ya vida, tienes otra visión. Ha cambiado todo, entonces eso es importante…  yo leía todo tipo de literatura, eso le molestaba a ella, era pintora, estaba muy vinculada al mundo… Estaba pintando siempre, sobre todo en las noches, que era cuando estaba más tranquila, tenía su mesa de dibujo frente al lago (de Maracaibo).

 

Literatura y vida

Revista Resolana Nº 2-entrevista-Laura Antillano

Para mí todo está hilado, todo está en relación. Yo empiezo a escribir y publicar, y la gente que se acerca, ve, busca, escribe sobre lo que hago, está vinculada a la escuela, al liceo o la universidad, entonces eso me lleva a distintos sitios, porque siempre quieren que el lector joven diga a quién ha leído. Las preguntas siempre son muy sabrosas porque te abren espacios en los que no habías pensado y de allí viene toda una hilación. Fui por mucho tiempo a escuelas públicas y privadas, porque los maestros llamaban y me recogían, me llevaban, hablábamos; era muy rica esa comunicación. El lector es para uno un misterio. El lector elige qué le gusta, qué quiere, son muchas miradas. La lectura está ligada a la propia vida, aunque el lector tenga siete años, quince, cincuenta, es diferente; su manera de leer está ligada a su propia vida: por qué me gusta esto, por qué lo rechazo, entonces, para uno como escritor es un misterio que también está descubriendo. Cuando te preguntan algo, no, los propios lectores, es una relación muy especial.

Siempre escribí prosa y mi papá me decía: “Tú no eres buena para la poesía”, porque él decidía cosas; él decidió muchas cosas con nosotros siete —sus hijos— pero lo más importante es que él estaba vinculado a todo. Recuerdo siempre que llegábamos del liceo y él decía: “Vengan acá, ustedes no tienen idea de lo que nació en el patio” y nos llevaba porque un árbol que nunca había dado una flor, había dado una flor; todos íbamos a ver la flor. Ese tipo de cosas para él eran una parte de la vida cotidiana; él se quedó viudo muy temprano, mi mamá murió en una operación cuando tenía 45 años; ella siempre tenía muchos problemas de salud; él no se casó, no quiso más nada, se dedicó a criar a sus hijos.  Daba clase en la universidad, fue fundador de la Escuela de Periodismo de la de Universidad del Zulia, era un gran lector.

Mi tío Alfredo Armas Alfonzo, fue un gran escritor, Premio Nacional de Literatura, poeta, venía de un origen muy humilde, pobre; aprendieron a leer ya grandes. Mi mamá a los 14 años fue que aprendió a leer, es decir, venían de un origen muy difícil. Mi tío escribió mucho sobre su propio mundo: Clarines, el estado Anzoátegui, y se convirtió en periodista; él dirigía la revista “El Farol”, escribió muchísimo… yo iba con frecuencia a su casa, me gustaba pasar vacaciones con él porque hablábamos; le gustaba caminar y hablar. Creo que fueron dos presencias muy importantes.

…y de pronto sacaba un lapicito, anotaba una palabra y la guardaba; yo sabía que esa palabra era su clave para recordar algo de esa conversación.

Alfredo fue un gran periodista, trabajó mucho en la prensa igual que mi papá. Se la pasaba encerrado en su casa, pero además, con él conocí oriente. Conocer el oriente de Alfredo era muy distinto; de pronto para él era muy importante un cementerio, me decía: “Vamos al cementerio”, lápidas, todo lo caminaba… “¿Qué árboles hay aquí, tú sabes cómo se llama esa planta?”, él conocía de la vegetación, increíblemente, los árboles, las flores, sabía los nombres de todo y además del oriente, estaba muy ligado a su vida. Cómo se relacionaba con las palabras, era algo muy particular. Yo me iba a pasar vacaciones siempre; el último sitio donde vivió fue Lecherías; salíamos a caminar, me enseñaba cosas, incluso, eso de caminar por los cementerios a él le gustaba; las plantas eran fundamentales, sembraba, tenía animales de todo tipo: monos de distintos tamaños dentro de la casa, tenía de todo, entonces la vida con esas vacaciones era importante, era como un maestro, él hizo hasta cuarto grado, no tuvo escolaridad. Se hizo, decía yo.

¡Qué importante su obra! En una oportunidad tuvo un accidente y no quiso manejar más, entonces le encantaba montarse en los autobuses y abría la conversación con el que tenía al lado, y a mí me encantaba ir ahí para saber qué le iba a preguntar, qué le iba a decir el otro, y de pronto sacaba un lapicito, anotaba una palabra y la guardaba; yo sabía que esa palabra era su clave para recordar algo de esa conversación. Era su manera, así como si entrevistara a todo el mundo, pero le encantaba conocer gente, entrevistar, establecer los nexos, era muy particular.

 

Literatura y nuevas tecnologías

Ese es un problema que me preocupa mucho, porque ha sido como simplificar, reducir, concentrar y no es igual, la lengua es distinta según las expreses poéticamente, la comunicación es distinta…

Para mi es una preocupación, cómo se percibe la poesía hoy, cómo se lee, cómo se escribe, es diferente, es otra cosa.

 

Despertar la sensibilidad poética

Yo he hecho talleres por mucho tiempo, años; y he inventado cosas un poco locas, pero creo que funcionan, como salir a caminar: vamos a caminar, ustedes van a mirar, vamos todos a mirar; aprender a mirar, que no es sencillo; anoten palabras que le van a recordar lo que les llamó la atención, sin escribir texto, una palabra. Cuando regresábamos, nos reuníamos: ¿qué viste tú, qué escribiste, qué viste?; lo que le llamaba la atención a uno, no era lo que le llamaba la atención al otro. Todo tiene que ver con la historia de cada quien, con la manera de emocionarse, la manera de relacionarse y eso era sistemático, era lo primero: vamos a caminar. Aquí en Valencia lo intenté varias veces donde está el samán, entonces decía: vamos a reunirnos donde está el samán, vamos a caminar por ahí y después a conversar qué vio cada uno; lo que veía cada uno era diferente del otro. Cómo manejas el lenguaje, el lenguaje con relación a eso. 

Creo que es muy importante aprender a mirar y a escuchar, eso es fundamental; después leer poesía de muy distintas formas de ser asimiladas, porque hay muchas concepciones de lo que es la poesía, yo creo que el trasfondo es la capacidad de síntesis y el misterio. La poesía es un misterio. Yo le tengo mucho respeto, mi padre me decía: “No, no, tú eres para la prosa, déjate de esa idea de la poesía, tú eres para contar cosas». Tengo pocos libros de poesía, dos libros de poesía.

Hice talleres por muchos años y he inventado cosas un poco locas, pero creo que funcionan, como salir a caminar: aprender a mirar, que no es sencillo.

Hay poesía en la prosa; yo creo que es importante la lectura, sobre todo, uno va como determinando hacia dónde va.

La lectura es primero, porque si no sabes abordar el texto después no sabes escribir; ya quien participa en un taller es porque quiere, hay un deseo; quiere ver qué hacen los otros, hay una correlación. Es importante hacer grupo; cada uno va descubriéndose a sí mismo, sintiendo sus diferencias que no las sabía hasta que va viendo cómo los otros leen, escriben, cómo miran. Si yo pongo un ejercicio, una frase y les pido luego a cada quien escribir un relato sobre eso, al leerlo cada quien se da cuenta de lo lejos que está uno del otro y empieza a descubrir su individualidad, “por qué yo veo esto que no fue lo que él vio”, aunque es la misma frase, eso es importante.

 

¿La literatura nos da compañía?

Yo creo que sí, a mí me la ha dado, siempre pienso en cinco personas; se va creando una relación muy particular, creo; por un lado, el interés real, personal, y por el otro, por la dinámica del taller.

El taller contribuye a que se sientan más seguros, porque no están solos; la complicidad, el acompañamiento y después descubrir un poeta que nunca habían leído. La sensibilidad… a veces, dejan el taller. Pero algo queda adentro.

 

Ciudad Valencia / Revista Resolana Nº 2 (Vielsi Arias Peraza-Leonardo G. Ruiz)