El primer avión comercial supersónico, el Concorde, voló de 1976 a 2003, y tras el accidente de un vuelo operado por Air France en el año 2000, donde murieron 113 personas tras caer el aparato nada más despegar de París, supuso en cierto modo el triste último acto de este prodigio mecánico, capaz de recortar a la mitad la duración de los vuelos transatlánticos.

En realidad, el siniestro –el único de estas aeronaves en casi tres décadas– no fue la razón última de la retirada de los Concorde. Tanto British Airways como la propia Air France cancelaron los vuelos del avión supersónico en los meses posteriores al accidente, y luego los retomaron.

Todo cambió con los atentados del 11 de septiembre: causaron una caída del tráfico aéreo que hizo económicamente inviable esta aeronave, que siempre fue mejor sobre el papel que en la práctica: se desplazaba a 2180 km/h en su altitud de crucero, pero era incómoda para los pasajeros.

 

Si existiese una máquina para viajar en el tiempo, sería un experimento fascinante traer de golpe a un adulto de mediados de la década de los 70 al año 2021.

Tras haber visto en la televisión la llegada del hombre a la Luna y el despegue de los primeros vuelos comerciales supersónicos, esa persona esperaría tal vez que ahora hubiera bases en Marte o aviones capaces de transportar pasajeros desde Los Ángeles a Sídney o París en poco más de dos horas.

En su lugar, se encontraría con un mundo increíblemente avanzado en algunos aspectos (¡un teléfono en el bolsillo con acceso instantáneo a todo el conocimiento de la humanidad!), pero que por alguna razón se ha detenido e incluso retrocedido en otros.

 

El Concorde era incómodo

Su aerodinámico diseño no dejaba espacio suficiente en el interior: apenas cabían cuatro asientos a lo ancho separados por un estrecho pasillo. Casi no había sitio para el equipaje, y al volar a una altitud de más de 18 000 metros, la presurización de la cabina se complicaba.

En caso de despresurización, los pasajeros podían perder muy rápido el conocimiento, tanto que no les daría tiempo a ponerse una mascarilla de oxígeno. Por esta razón, el avión se diseñó con ventanas muy pequeñas, para ganar tiempo de reacción en el caso de que hubiese una fuga de aire.

Para rematar la faena, los motores del Concorde eran muy, muy ruidosos, molestos incluso para los pasajeros. Resultaba tolerable porque los trayectos no eran prolongados –unas tres horas y media para unir París con Nueva York–, pero la experiencia se encontraba muy lejos de la comodidad que ofrecían los vuelos comerciales regulares en clase business.

 

 

Con el Concorde fuera de la circulación desde 2003, la idea de viajar en aeronaves comerciales a una velocidad mayor que los habituales 900 km/h parecía condenada. En los últimos años, sin embargo, una cuantas start-ups han intentado resucitar los vuelos supersónicos, y una parece estar cerca de lograrlo.

La potente aerolínea United Airlines anunció el pasado 3 de junio un acuerdo para comprar quince aviones supersónicos Overture al fabricante estadounidense Boom Supersonic (posiblemente, el peor nombre que se le puede poner a una empresa aeronáutica).

Estos aparatos, todavía en desarrollo, son en cierto sentido los sucesores espirituales del Concorde. Transportarán hasta 88 pasajeros en una cabina decididamente más pequeña que la de un avión comercial tradicional, pero que se ha diseñado de forma mucho más moderna y ofrece una gran comodidad, con asientos individuales y el tipo de lujos a los que están acostumbrados los clientes de primera clase.

 

El objetivo es que estos nuevos aviones alcancen la misma altitud que los Concorde –unos 18 300 metros– y una velocidad de 1805 km/h, que en ese punto de la atmósfera supone 1,7 veces la velocidad del sonido.

Si lo consiguen, unirán Nueva York con Londres en tres horas y media, o con Fráncfort en cuatro horas. Un vuelo de San Francisco a Japón tardaría solo seis horas, frente a las más de diez que lleva ahora.

La empresa United Airlines está planteándose utilizarlos en rutas continentales en Estados Unidos que dejarían el tiempo del viaje de Nueva York a Los Ángeles en poco más de dos horas, en lugar de las más de cinco que implica en la actualidad.

Se supone, además, que estos desplazamientos serían ecológicamente sostenibles. Boom está trabajando con la empresa Prometheus Fuel en el desarrollo de un nuevo tipo de combustible específico para los Overture.

 

Sus prototipos utilizan ya este fuel, que se obtiene capturando CO2 de la atmósfera y transformándolo en etanol, un compuesto que luego puede mezclarse con otros para crear hidrocarburos más complejos.

Este punto resulta especialmente importante. La sensibilidad de los pasajeros acerca del coste medioambiental de los vuelos está cambiando y tiene poco que ver con la mentalidad que imperaba en los años 80 y 90.

El Concorde quemaba una ingente cantidad de combustible para desplazarse a velocidades supersónicas, algo que hoy cuesta más digerir sabiendo los dañinos efectos que tiene la presencia de CO2 en la atmósfera.

Antes de que hagamos las maletas, es importante apuntar que los primeros vuelos de la compañía United Airlines con aviones de Boom no despegarán hasta el año 2026, y que serán de prueba y certificación. Si todo sale bien, para comprar un pasaje habrá que esperar hasta 2029.

 

Varios analistas de la industria aeronáutica se muestran algo escépticos con el proyecto, en parte por lo difícil que resulta conseguir la viabilidad económica de estas rutas.

Con solo 88 pasajeros por trayecto como máximo, el precio de los billetes será inevitablemente elevado. Y no es ese el único problema, ni quizá el mayor, sino el hecho de que las necesidades también han cambiado.

Hasta hace bien poco, volar por trabajo era i­nevitable o conveniente en muchos casos, pero con el avance de las telecomunicaciones ya no lo es tanto. Si algo hemos aprendido con la covid-19 es que muchas reuniones que antes se hacían en persona se pueden resolver con una videollamada.

Y eso, no hay duda, siempre será mucho más rápido que volar, aunque se haga a velocidades supersónicas.

 

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