«Bombardeos atómicos: terrorismo en su máxima expresión» por José Ramón Rodríguez

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Las diferentes hipótesis del porqué el lanzamiento de dos bombas atómicas en dos ciudades de Japón, entre el 6 y 9 de agosto de 1945, solo ha servido para tesis y libros de conspiración y geopolítica, preservar bajas, contener a los rusos y probar las bombas en ambientes poblados, entre otras teorías.

Las dos bombas nucleares: Litte Boy, arrojada en Hiroshima, y Fat Man, lanzada en Nagasaki, solo comprueban la idea de evaluar el impacto de exterminio masivo en las ciudades japonesas. En alguna ocasión, el físico Robert Oppenheimer calificó al proyecto atómico como «destructor de mundos» o la ira endemoniada que demostró la superioridad científica y asesina de la nueva potencia. Los EEUU no lanzaron una tercera bomba, llamada Rufus, por la Declaración de rendición de Japón.

Esta operación militar nuclear dejó opacada, en la historia de los países occidentales, la horrenda masacre perpetrada por el ejército japonés el 13 de septiembre de 1937 en la ciudad china de Nanking, donde el Imperio Japonés mostró la infamia y falta de Código moral militar en el comportamiento y trato de la población civil, de acuerdo con el libro La Violacion de Nanking, de la escritora Iris Chang.

 

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Conforme a la descripción del ser humano en la reflexión, la idea de ocuparse del cuerpo y de la consciencia del tiempo nos obliga a la condena imperativa del horror, no importando la fuente; 78 años de cerrar con maldad absoluta la segunda carnicería humana del siglo XX.

Ahora los viejos y nuevos criminales de guerra intervienen en Medio Oriente, África, Eurasia y América Latina con políticas de hambre, patologías de identidades e intervenciones militares disfrazadas de misiones humanitarias, es el gran tablero mundial donde somos la presa codiciada de los nuevos y viejos amos del mundo.

 

 José Ramón Rodríguez (Entre luces y sombras) / Ciudad Valencia