“Dialéctica del amor y el odio en la Revolución Bolivariana” por C. Farías

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La conciencia

Cuando nuestro cuerpo es afectado por alguna irregularidad en su funcionamiento interior, o por alguna incidencia externa, inmediatamente el cerebro manifiesta su alerta para que la conciencia se ocupe, indague, identifique y atienda esa afectación o malestar, hasta donde sea posible, para superarla y reponer la normalidad de nuestro organismo.

En este caso, podemos decir que la subjetividad del Yo pensante es lo que prevalece inicialmente, ante la perturbación orgánica de una parte o de todo el sistema de vida interior; bien sea un simple malestar o una amenaza fuerte de algún órgano; o un peligro doloroso y mortal de todo nuestro funcionamiento fisiológico.

Igualmente, si extrapolamos ese procedimiento biológico y bioquímico de nuestro cuerpo y nuestra psique a la vida económica-social, política, cultural, religiosa, moral, ética y estética de nuestra civilización, prevalecerá la objetividad al lado de la subjetividad o por encima de ella. Al darnos cuenta y ocuparnos de la realidad exterior y objetivada, generamos respuestas desde nuestra conciencia socio-política, moral y ética.

La subjetividad y la objetividad constituyen la conciencia humana y nuestro sistema de vida, con su altísima y extensa complejidad vital y dinámica. Una especie de metabolismo que, más allá de lo físico y lo químico, abarca también los nexos posibles del sistema bio-psico-social que determina y define al ser humano en general y a cada persona en particular. He allí la naturaleza sistémica de la conciencia.

 

Las dimensiones dialécticas de la condición humana

La existencia de la subjetividad y la objetividad determinan nuestro comportamiento. Pensamos y actuamos con base en esas dos dimensiones que se diferencian, se cruzan, se complementan y generan los grados o niveles de complejidad sistémica de nuestra praxis. En tal sentido, vamos a detenernos en tres pares o paradigmas dialécticos que generan una buena cantidad de conflictos.

Uno, la dialéctica del Bien y el Mal (que se vincula y determina la moral y la ética); dos, la dialéctica del Amor y el Odio (que determina la afectividad y las pasiones); y tres, la dialéctica de la Verdad y la Mentira (que determina la filosofía y la política). De estos tres pares de valores opuestos y paradigmáticos, podemos decir que el más sensible y trascendente en la realidad histórica actual es el de la contradicción entre el Amor y el Odio.

En la vida diaria, el Bien y el Mal se cruzan y pueden ser relativos, porque están determinados por las costumbres y valores prevalecientes en cada sociedad y los intereses de cada grupo o clase social, los modelos de familias y la calidad moral y ética de las clases y grupos sociales, así como de las personas o individuos.

De hecho, es recurrente que lo que es bueno para un grupo o clase social, no lo es, o es malo, para otros. Por ejemplo, para la burguesía capitalista, es bueno y necesario acumular cada vez más plusvalía porque eso fortalece su riqueza y consolida su poder económico, social y político, como clase social dominante.

En cambio, para la clase trabajadora, que produce la mercancía y genera la plusvalía o ganancia que se apropia el capitalista, es malo porque queda excluida de la ganancia obtenida por el capitalista y, además, condenada en la pobreza y la miseria; mientras el capitalista se enriquece, vive en el lujo, la ostentación y el derroche.

De esa manera, la contradicción entre la clase capitalista-burguesa y la clase obrera asalariada, es totalmente antagónica y determinante; como lo es igualmente, la contradicción entre el imperialismo criminal vs nación libre, soberana e independiente.

Ambas contradicciones generan todas las desigualdades profundas, el malestar crónico, las crisis recurrentes, la pobreza crónica, la marginalidad social, los sufrimientos familiares e individuales. Todo eso justifica y hace legítima la necesidad del cambio y la transformación revolucionaria de nuestra sociedad.

Igualmente, entre la verdad y la mentira (que determinan la filosofía y la política), nos encontramos con la relatividad en un grado o nivel muchísimo mayor. Por ejemplo, en el sistema o la red de organizaciones y partidos políticos que participan en las elecciones por el control del poder (el Estado, el gobierno nacional y los gobiernos regionales y municipales), cada uno tiene su propia verdad; pero, algunos propagan todas las mentiras que pueden por los medios a su alcance.

La máxima y más grave expresión de este par contradictorio (mentira vs verdad) la identificamos en la guerra mediática, puesta en marcha por los enemigos del proceso revolucionario bolivariano. Los estragos que esta guerra mediática ha causado en las mentes menos politizadas y más débiles de la oposición apátrida son enormes y muy dañinos para la salud psíquica, anímica y emocional de ese sector de nuestro pueblo.

Pero, gracias al liderazgo chavista y a la conciencia de la mayoría del pueblo venezolano, la guerra de la mentira mediática ha sido parcialmente derrotada en su propósito estratégico destructivo; y la verdad material y objetivada dialécticamente del proceso bolivariano, se ha arraigado y legitimado en la memoria y la conciencia política más avanzada del pueblo bolivariano.

 

El amor y el odio

De estas tres contradicciones, debemos alertar que la más determinante, hoy,  es la contradicción entre el Amor y el Odio. La razón es muy sencilla: el amor genera compañía, satisfacciones, paz, seguridad, bienestar y permanencia creativa y constructiva de la relación sistémica, vital y determinante entre la especie humana, la personalidad del individuo y el bienestar y permanencia de la sociedad.

El amor es una virtud que responde a la necesidad primaria del ser humano de vivir acompañado y compartir la hermosa bienaventuranza de no sentirse solo, sino siempre en diálogo con el otro, con la sociedad y con el cosmos.

En esa perspectiva, me atrevo a decir que la mejor interpretación y valoración de lo que es el amor y sus diferentes formas de objetivación dialéctica, la tenemos en ese famoso y prodigioso libro El arte de amar, del crítico frankfurtiano, Erich Fromm

Vale decir que en el contexto de las dos grandes guerras y la posguerra (1917-1958) de la Europa del siglo XX, los valores positivos (el amor, la solidaridad, la unión) de la vida moral y ética del homo sapiens, para compartir El Bien, quedaron literalmente sepultados por los valores negativos (el odio, el mal, la división) impuestos desde el nuevo imperialismo emergente y hegemónico de los Estados Unidos de Norteamérica.

Debemos reconocer y valorar la labor creadora y humanística de los intelectuales críticos de Alemania y Europa en general, que propugnaban la transformación social, desde el humanismo renovado con nuevos planteamientos éticos, culturales y alternativos frente a la vorágine de las dos grandes guerras del viejo continente.

En oposición al amor, el odio genera todo lo contrario; vale decir: soledades, insatisfacciones, guerras, inseguridad, malestar, destrucción, rencor, etc. El odio degrada a la especie humana y la somete a la irracionalidad hasta convertirnos en animales salvajes y no domésticos, que se matan y comen entre ellos para sobrevivir.

El odio desfigura, fragmenta y arruina la personalidad del individuo, al quedar atrapado en su propio ego, condenado al aislamiento y la soledad. Finalmente, el odio fragmenta, desdibuja y destruye el bienestar y permanencia de la sociedad. La historia de las guerras de destrucción violenta y armada, revela que el odio es el principal agente activador de la violencia irracional y destructiva.

La persona poseída y enajenada por el odio anula los afectos y desata las bajas pasiones, la irracionalidad, el resentimiento, la venganza, las ansias de poder y la rabia enajenadora y mortal; actúa bajo el deseo de destruir y matar a su contrario; pero, igualmente, no le importa morir, bien sea por error propio, por accidente o que simplemente su contrario sea superior y lo mate.

Es importante puntualizar que el amor, en términos generales o universales, es una cualidad inmanente e indestructible de la condición humana; pero, susceptible y vulnerable en algunos grupos sociales y en determinadas condiciones de la vida material, ética, moral, psíquica y espiritual.

Cualquier debilitamiento del amor en todas sus modalidades: erótica, maternal, paternal, familiar, amistosa, patriótica, religiosa, será caldo de cultivo para el odio, la maldad, la segregación social y familiar, la destrucción ética, moral y estética del individuo, la especie y la sociedad.

Para Guillermo Bodner: “La violencia que se ejerce contra ciertos grupos sociales debido a su raza, su condición sexual, su nacionalidad, se ha extendido por todo el mundo de manera alarmante. Esta violencia, que en ocasiones llega hasta la muerte, es acompañada y estimulada por consignas y proclamas que, en forma de discursos, señalan y marcan al diferente, proyectando odio y agresividad. (ver: http://publicaciones.apuruguay.org/ Revista Uruguaya de Psicoanálisis número 134. 2022).

De esta afirmación, surgen tres preguntas pertinentes: una, ¿Por qué y cómo surge esa violencia contra determinadas personas por su condición racial, sexual y gentilicia?; dos, ¿Cuáles son las razones o motivos para odiarlas y agredirlas? Y tres, ¿Cuáles medios, factores políticos o culturales promueven ese tipo de violencia?

En este contexto socio-cultural, el discurso del odio es esencialmente ofensivo, segregacionista y se sustenta en tres elementos claves: uno, la raza, que justifica la confrontación eterna de la piel blanca contra la piel negra; dos, la religión, que fanatiza la rivalidad entre las diversas sectas y dogmas de fe que prevalecen por encima de la fe normal, colectiva y o individual, de los humanos; y tres, el género caracterizado ancestralmente por el poder del hombre sobre la supuesta debilidad de la mujer.

Estas tres categorías: raza-religión-género, tienen ciertamente sus correlatos objetivos en las formas dialécticas totalmente negativas o excluyentes: blanco vs negro (confrontación racial); creyente vs ateo, cristiano o católico vs islámico o hindú (confrontación religiosa); hombre vs mujer (confrontación de género).

Desde la perspectiva de la dialéctica histórica positiva, todas estas diferencias reales y concretas, son absolutamente válidas. Ellas ayudan a fortalecer y enriquecer la convivencia racial, religiosa y sexual.

Las diferencias existen y se complementan para fortalecer lo que somos individual y colectivamente. La unidad de los contrarios es un principio dialéctico para enriquecer lo que somos y superar las limitaciones de nuestra condición bio-psico-social.

A partir de la unidad y la complementariedad dialéctica, es necesario y pertinente, aclarar que una cosa es la rivalidad o la competencia, propia y legítima del ser humano, para alcanzar la mayor suma de bienestar posible; y otra muy distinta, es convertir esas diferencias en odio, agresividad, violencia, guerras, muertes y destrucción.

La unidad y la complementariedad reafirman la vida colectiva con base en los valores positivos; en cambio, el odio privilegia la individualidad y el egoísmo con toda la carga de valores negativos que se expresan en dibujos animados, ilustraciones, memes, objetos, gestos y símbolos.

El odio es discriminatorio, fanático, intolerante, prejuicioso, despectivo y humillante. Se centra en prejuicios de identidad, reales o percibidos de un individuo o grupo, que incluyen su religión, nacionalidad, raza, color, ascendencia o género.  Igualmente, en falsas valoraciones supremacistas del idioma y el origen económico o social.

 

La revolución social, el amor y la paz

La historia de estos primeros 23 años del siglo XXI ya tiene en sus registros históricos que la nueva República Bolivariana de Venezuela es un territorio de soberanía, independencia y libertad; de justicia, amor y paz, en relación con el contexto continental y mundial de nuestro planeta, azotado por la hegemonía supremacista y criminal del imperialismo norteamericano, en su nueva fase de decadencia, encubierta por los dispositivos de guerras y amenazas contra muchos países de Europa, Asia, África, América Latina y el Caribe.

 

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No hay dudas en que la revolución civil, social, económica, política y cultural, liderada inicialmente por el comandante Chávez y ahora por el presidente Nicolás Maduro, es la base material del amor y la paz, la unión y la solidaridad, que hoy prevalecen en la República Bolivariana de Venezuela, por encima y más allá de las fuertes y dolorosas dificultades económicas, generadas por la guerra económica imperialista de Estados Unidos contra nuestra nación y nuestro pueblo.

Han sido 25 años de lucha por la paz y el amor, verdaderas trincheras fundamentales de nuestro proceso revolucionario, acompañados también con el esfuerzo material y gigantesco para garantizar el empleo, el salario, la vivienda, la salud, la educación, los servicios públicos, la cultura, la ciencia y la tecnología; así como la recreación, el entretenimiento y el turismo, entre otras cosas.

Hoy, el imperio pretende quebrar nuestra moral y dignidad colectiva, unitaria, bolivariana y chavista, para dividirnos, fragmentarnos y destruir todo lo construido durante estos 23 años. No podemos tener dudas en que el imperio y sus lacayos, pretenden destruir la patria recuperada, reconstruida y sustentada de manera programática y doctrinaria con base en nuestra Carta Magna (la CRBV) y el Plan de la Patria.

A pesar de la crisis salarial, generada por la guerra económica, decimos una vez más, NO HAN PODIDO NI PODRÁN DESTRUIRNOS. Hemos logrado construir nuestra propia dialéctica del Amor contra el Odio, sustentada en la Paz, el Bienestar, la Creatividad y la Invención. Con Chávez redescubrimos a Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora y no abandonaremos nuestra originalidad en esta larga lucha independentista hasta ser una nación de tierras y hombres libres.

 

Christian Farías / Ciudad Valencia