Al nacer tú y yo, nuestras madres y padres nos tuvieron por primera vez entre sus brazos y nos dijeron cosas bonitas, llenas de ternura y mucho amor, con sus palabras melodiosas que nosotros escuchábamos y veíamos sin entender nada.
Crecimos oyendo sus voces y luego repitiéndolas poco a poco. Así aprendimos a dialogar, a sentir las palabras y valorar el acompañamiento, la seguridad y la certidumbre, porque la esencia del diálogo está en el intercambio de mensajes para conocernos, entendernos, comprendernos y saber compartir la vida, ya que después de ésta, nos dice el Tío Simón, «no hay otra oportunidad»…
El diálogo llega como una realidad distinta al oscuro y silencioso mundo intrauterino. En los brazos de papá y mamá, sentimos el arrullo lleno de luz y de sonidos que nos proporcionan seguridad y confianza.
Así, la impronta del habla se convierte en la premisa irreductible de la condición humana que da inicio a la dialógica como sistema del entendimiento humano con una estructura biunívoca, emisor-receptor, que se retroalimenta a sí misma, construye y desconstruye los sistemas de pensamiento y acción en permanentes tensiones dialécticas.
No hay dudas. El diálogo es inherente al homo faber, al homo sapiens y al homo consumens, diría Erich Fromm. Igualmente, la virtud de la lengua que hablamos es su coherencia y cohesión, su precisión y sencillez con buen estilo y belleza, para entendernos y mantener la identidad cultural socio-lingüística.
Pero, también lo es su fragmentación en mil pedazos, no como la copa de champagne, sino como los múltiples idiomas, dialectos, jergas y demás derivaciones que enriquecen la diversidad dialógica del mundo.
Los humanos, a diferencia de las otras especies, tenemos el privilegio de la pluralidad expresiva y la diversidad del pensamiento para la comunicación eficaz, directa, convivencial y fraternal. Sobre esas bases, compartimos la vida con nuestras familias, amistades, compañeros, camaradas de lucha y hasta con el enemigo político o militar, en la lucha frontal por el poder político y la hegemonía económica, social, cultural, de la nación, del suelo patrio, de lo nuestro.
En ese contexto progresivo de la convivencia fraterna o conflictiva, el diálogo ha sido y seguirá siendo una necesidad primaria, cuyo principal sentido y propósito es el entendimiento a través de la palabra, los lenguajes, los mensajes y hasta, por qué no, los silencios, para que las armas, la violencia y la irracionalidad destructiva no se impongan y sean sepultadas para siempre.
Todas las tradiciones tienden a mantener la integración, la unidad y la cooperación socio-cultural con base en los valores, costumbres, creencias y formas de producción económica compartidas a través de los diálogos de saberes entre culturas y familias distintas.
En tal sentido, el diálogo no solo es el sustento del entendimiento, sino también del respeto, la paz y la solidaridad, entre muchos otros valores que se agrupan y cohesionan en las mejores tradiciones de los diversos grupos humanos.
La historia ha demostrado que cuando hay diálogo sincero y respeto entre los intereses en pugna, es posible conjurar la violencia y la guerra para que prevalezcan y se fortalezcan el Bien y la Paz.
Es importante insistir en que todo Bien, material o espiritual, individual o colectivo, institucional, político o familiar, social, cultural, es saludable para la Paz; y así mismo, la paz duradera, estructural y sistémica entre iguales, es garantía para que triunfe y se desarrolle el Bien en todas las partes que conforman el todo.
En ese marco de referencias que hemos descrito, ubicamos el tema Diálogo, pacificación y reconciliación, que es la primera de las siete Líneas estratégicas de Acción lanzadas por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, el camarada Nicolás Maduro Moros, para enfrentar con éxito el momento histórico en que nos encontramos llenos de muchas tensiones y sobradas expectativas.
En consecuencia, puntualizamos que una vez establecido institucionalmente el Diálogo Nacional entre el gobierno Bolivariano y la oposición política, a pesar de los miles de obstáculos y saboteos por parte de los guerreristas de adentro y fuera de nuestras fronteras nacionales, es necesario fortalecer los elementos y condiciones para que prevalezca la Paz y el proceso de pacificación política, social y militar.
No podemos olvidar que a partir de la ausencia física del comandante Chávez, hace ya nueve años, el enemigo imperialista norteamericano, activó todos sus dispositivos políticos y geo-políticos, económicos y socio-culturales, mediáticos, delincuenciales y militares para poner en marcha las nuevas y viejas modalidades de la guerra no convencional, guerra de cuarta generación o guerra multifactorial.
Frente a esa descomunal ofensiva del imperialismo y sus lacayos internos de la burguesía apátrida, nuestro pueblo y su gobierno legítimo, constitucional, patriótico y revolucionario, hemos sabido responder con muchos esfuerzos, sacrificios, errores y aciertos.
Pero, a pesar de todos los resultados victoriosos de nuestra capacidad de resistencia, fundamentada en la conciencia colectiva, patriótica bolivariana, la lucha, la lealtad y la organización política y del Poder Popular, como sujeto histórico que somos en unidad cívica-militar-policial-religiosa, aún no hemos consolidado totalmente nuestra gran victoria estratégica.
En consecuencia, del diálogo ya establecido entre las diversas organizaciones de la oposición, dentro y fuera del país (la mesa de diálogo de México, hoy golpeada y saboteada directamente por el imperialismo), es necesario alcanzar y establecer sólidamente la pacificación definitiva del país.
Igualmente, y junto a la pacificación, debemos impulsar y desarrollar la reconciliación de los sujetos, las familias, las organizaciones e instituciones de la República, bajo una bandera única, necesaria y vital como lo es la recuperación, el reimpulso y desarrollo estratégico a fondo de nuestra economía nacional.
Ningún país, en la historia de la humanidad, ha logrado el desarrollo económico libre y soberano, para el bienestar colectivo, sin la participación de todos sus habitantes, independientemente de la posición y credo político partidista que tenga cada quien; y sin las alianzas estratégicas, necesarias y convenientes, con inversionistas extranjeros o empresas de gobiernos y países potencia, amigos o aliados de nuestro proceso bolivariano.
De manera que el “milagro” o resultado lógico de nuestra total y definitiva recuperación económica y social, libre, independiente y soberana, requiere inexorablemente de la unión nacional, independientemente o más allá del Sujeto Histórico que hemos sabido construir y existe como vanguardia y masa en férrea unidad, en un solo bloque protagonista principal del proceso revolucionario bolivariano.
Con estas tres condiciones: el diálogo, la pacificación y la reconciliación, el proceso revolucionario bolivariano de nuestro país entra en una nueva fase de su desarrollo, centrada en la recuperación económica necesaria, posible y definitiva.
Esto quiere decir que entraremos en una nueva fase histórica que consiste en desarrollar un nuevo modelo económico verdaderamente libre, independiente y soberano, aún en el marco de la economía capitalista global. Dejaremos atrás, para la historia, la Venezuela dependiente y atrofiada por la vieja burguesía rentista y parásita.
Seremos la nueva Venezuela, constructora de un nuevo modelo económico adaptado a nuestras propias necesidades históricas de productividad y diversificación de todos los sectores por igual y sustentado en el sano equilibrio productivo libre, independiente y soberano.
Esto quiere decir que el primer eslabón a desarrollar es el cultivo y la cría en el campo, junto a la minería tradicional y nueva. El segundo es la manufactura en todos sus niveles y modalidades junto a la gran industria urbana. El tercero corresponde al comercio y los servicios en cada una de sus renglones e instituciones respectivas.
El diálogo es procedente y útil para mantener y fortalecer el Bien y conjurar o evitar el Mal. Por eso, el diálogo es una necesidad irrenunciable para la sana convivencia y el bienestar general. El diálogo se convierte, entonces, en la base de la paz y la palanca para la pacificación de la vida, la sociedad, las fronteras, las ciudades y todo el territorio de la patria. La pacificación es como sembrar toda la tierra para ocuparnos en obtener y preservar los alimentos necesarios que son el Bien Supremo de la tribu.
Debemos reconocer que los diálogos de Platón para construir la racionalidad idealista de la vida; y la ética de Aristóteles para desarrollar y consolidar conceptualmente el ejercicio permanente del Bien individual y colectivo, son las dos fuentes que se complementan y enriquecen la calidad de la condición humana.
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Sin embargo, la historia de la civilización occidental fundada en la propiedad privada de los medios de producción, incluyendo la minería y la agricultura, ha transitado y sigue viviendo aún, de la explotación de la clase trabajadora del campo y la ciudad, en un clima de conflictos, guerras, agresiones, competencias bélicas y, en general, crisis permanentes o recursivas.
Frente a ese panorama crítico, grave, amenazante y complejo, los pueblos y comunidades organizadas, optaremos siempre por el Diálogo y el Bien para facilitar la paz y los acuerdos para la vida productiva, el bienestar colectivo, la justicia para todos y el derecho a la felicidad integral del individuo, la familia y la sociedad.
Por todo lo dicho y lo mucho que falta por decir, cerramos este artículo de opinión diciendo que con esta primera de las siete Líneas estratégicas de Acción, puestas en marcha por el presidente Nicolás Maduro, nuestro país se fortalece y marcha con éxitos hacia su propio destino, ya cifrado por nuestro pueblo y el comandante Chávez en nuestra Carta Magna y el Plan de la Patria, los dos pilares indestructibles de esta revolución bolivariana, liberadora y socialista.
Ciudad VLC / Christian Farías