Divagaciones: «Maestros extraños (I)» por Arnaldo Jiménez

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Los verdaderos maestros aparecen donde menos se espera, quizás corramos con la suerte de encontrarlos (voy a usar la palabra “maestro” para referirme tanto a hombres como a mujeres) dentro del sistema educativo formal; todavía es una enorme fortuna toparse con uno de ellos fuera de ese sistema. Es de verdad muy difícil. Un maestro está pendiente del brillo o la opacidad que sus alumnos expresan a través de la mirada y las palabras.

Sabemos que la mirada muestra sus tonalidades según las emociones que la estimulan, pero casi no nos damos cuenta de que con las palabras también sucede lo mismo. A primera vista diríamos que las palabras no tienen brillo, sino tonos, modulaciones, significados. Diríamos que ellas expresan estados emocionales también; sin embargo, estos estados se captan a través del oído y no de la vista. Pienso que el ser humano se sale todo él por los agujeros de las palabras, no se expresa una emoción sino un ser con una tilde en una emoción coyuntural, ocasional. No solo creo que los estudiantes tienen brillo sino además un calor, una oscilación de temperaturas que más o menos dibujan al alma, al espíritu.

Mis maestros estaban muy pendientes de mi letra y de mi ortografía, cuidaban que aprendiera cálculo o los objetivos del programa para matemática y lenguaje. Recuerdo que muchos de ellos, cuando se hacía interesante un tema, nos apuraban porque inmediatamente venía “Historia” o “Educación para la salud”. Para ese entonces a mí me gustaba leer suplementos de Batman, de los súper amigos y de Santo el Enmascarado de Plata, los maestros me descubrían leyendo y rompían mis suplementos o se los guardaban a mi mamá a manera de queja y le aconsejaban que no me alimentara esas lecturas. Mi madre dudaba en explicarles que era ella quien me los compraba. Hasta mi adolescencia esas fueron mis únicas lecturas.

El maestro lo tenía en casa, no en la escuela, mi madre fue mi verdadero maestro a esa edad. Pensando en cómo suplir las funciones de un padre, Milka me regalaba los suplementos por montones, luego los fue cambiando por cuentos ilustrados y, después, yo mismo, influenciado por otros maestros informales, emprendí el viaje hacia los libros. Neruda fue uno de los primeros autores; Khalil Gibrán fue uno de los segundos. Quiero resaltar cómo mi madre y mi tío Enrique me colocaron en la escuela para que tuviese buenos maestros, y sucede que ella era la verdadera maestra, seduciéndome hacia la lectura, motivando mi imaginación.

 

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Cómo olvidar las enseñanzas del Santo, su otra cara siempre fue un misterio, su fuerza para solucionar problemas; por él comencé a dibujar, tenía muchos cuadernos de dibujos guardados, pero, sobre todo, la fascinación que ejerció en mí hasta el punto de hacerme comprar una máscara igual a la de él y ponerme a correr las calles de Santa Cruz con un palo de escoba como volante de mi carro deportivo. Yo jugaba con otros amigos a quienes seducía con mis suplementos y con las películas que pasaban, nos poníamos disfraces en cualquier época y día y volábamos las veredas con nuestras capas. Es decir, no importa que yo no supiera escribir bien, no importa que yo tuviera mala ortografía, la lectura me hizo tener una infancia más profunda, más llena de magia, pues nosotros desdibujábamos la realidad y colocábamos otra.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde el 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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