Existen personas generosas que cometen el error de atribuir su actitud solidaria a todos sus semejantes. Esperanza Guerrero siempre pensó que los demás estaban hechos a su imagen. Pues lamentablemente no ha sido así, y hoy la vida en plena época revolucionaria la desmiente.
Desde los cruentos días de «la toma del Rectorado de la UC» (1969), cuando el campus universitario dejó de ser medieval, la combativa figura de Esperanza destacaba, era una estudiante de Economía al servicio del cambio social, tal como como 53 años después lo sigue siendo.
Callada, sin ocupar cargos oficiales, Esperanza continuó con su labor organizativa y formativa desde las «catacumbas» populares. Pendiente del buen funcionamiento de los consejos comunales de Candelaria, luchando contra la burocracia que se oponía a la conversión del Grupo Escolar República del Perú en Escuela Bolivariana, defensora de los valores urbanísticos de la parroquia, impulsora de la Misión Sucre, ecologista promotora de los Festivales del Papagallo, preocupada por la suerte de los niños de la calle, organizadora, junto a Juan Medina F., de los círculos de estudio acerca del filósofo Dussel, dictados por el Prof. Dafnis Domínguez, y, por sobre todas las cosas, revolucionaria cabal.
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Jamás imaginaría que fuera el primer alcalde chavista, ya difunto, quien le negaría el subsidio al periódico «V Parroquia» por la propuesta, hecha antes que el presidente Maduro, de denominar «Primera Combatiente» en sustitución del anquilosado término «Primera Dama».
Más allá de sus valientes posiciones doctrinarias, Esperanza nos ofrece el espectáculo incomparable de una mujer que, indiferente a las vicisitudes de la fama, vive en la pasión y meditación revolucionaria. Es sin duda una heroína anónima. Es deber irrenunciable brindarle la mayor solidaridad material y moral en estos momentos de precariedades.
Douglas Morales Pulido / Ciudad Valencia
