Jorge Rodríguez, “El Maestro”, por normalista y por sabio

Escrito por Juan Medina Figueredo, poeta, ensayista, analista, docente y abogado venezolano, nacido en Aragua de Barcelona.

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Jorge Antonio Rodríguez es un héroe y un mártir del pueblo venezolano. ¿Qué tanta diferencia existe entre un héroe y un mártir? Ambos pueden ser divinidades encarnadas.

Un héroe puede morir solitario en su combate como Guaicaipuro frente a tantos como la legión de Diego de Losada o quijotesco como Alonso Andrea de Ledesma frente a los corsarios que invadieron Caracas por el viejo camino de La Guaira; llegar hasta la despedida final, heridos de muerte como “Negro Primero”; marchar a la guerra con la convicción de su muerte inevitable como Héctor en defensa de Troya o como el mismo Aquiles, desde la tienda de los aqueos; vivir de aventura viajera en interminable viaje como Ulises; asesinado en la más precaria condición física, como el “Che” Guevara, herido, tirado en una batea de la escuelita de Valle Grande; en marcha hacia el destierro, sin alcanzar el mar, como nuestro Libertador en Santa Marta o en el mismo exilio como San Martín en Europa; o atrincherado con un arma en la mano, sin oficio ni destreza de tirador, como Salvador Allende; como un mito perdido entre las nubes, como Camilo Cienfuegos; o morir de viejo como Páez.

No le faltaba razón a los antiguos paganos y a las crónicas antiguas de Japón al definir al héroe como el nacido de un dios o de una diosa.

Un mártir es un testigo de la verdad que defiende con su propio sacrificio, frente a torturas y sufrimientos indecibles, soportables sólo por su férrea e inquebrantable convicción de su fe y de sus ideas, su lealtad a sí mismo, a su maestro, sus amigos, su familia y/o su pueblo.

Mártires los primeros cristianos enfrentados a los leones en el Coliseo romano; todos los torturados que en el mundo han sido, hasta su último aliento y jadeo, como Alberto Lovera; los detenidos e indefensos, ahorcados como Fabricio Ojeda, o lanzados desde un helicóptero hasta el vacío y la oscuridad insondable de los bosques, como Víctor Ramón Soto Rojas; los que prefirieron morir de inanición a comerse las semillas de especies vegetales que custodiaban, para la supervivencia de la humanidad y la naturaleza, como lo hicieron científicos soviéticos durante el cerco contra Stalingrado. Así ad infinitum.

Jorge Antonio Rodríguez tiene anverso y reverso, intercambiable, de héroe y de mártir. Sabía a lo que se exponía, en marcha hacia su propia muerte en sus últimos discursos, en los cuales, con valiente desafío, declaraba en sus intervenciones públicas: “Somos subversivos”.

La muerte, como una sombra bajo radiante y ardiente sol persigue al héroe y fue ese el caso de Jorge Antonio Rodríguez, quien llegó a la temeridad de irse hasta la Universidad Central de Venezuela y la casa del partido que dirigía como su Secretario General, la Liga Socialista, a sabiendas del riesgo que corría y de que ya lo debían andar buscando para matarlo.

Fue también un mártir al cual le destrozaron las costillas y las vísceras a golpes y batazos y electrocutaron hasta dejarle los alambres de los cables de la electricidad ahorcando sus testículos. Y él en silencio, callado frente a todo interrogatorio, hasta que lo tiraron envuelto en una sábana o una colchoneta en un “tigrito “ de la DISIP, en Los Chaguaramos, de Caracas, y un médico, de los que no faltan a los torturadores, certificó que estaba muerto.

No fue por mera casualidad que fuera detenido y torturado hasta su agonía final, después de su discurso en Boconó, llamado “Jardín de Venezuela” por nuestro Libertador, y cuna de otro héroe y mártir como Fabricio Ojeda, tras un acto en homenaje a los héroes y mártires de la revolución venezolana y un difícil viaje entre Caracas, Maracaibo, Boconó y retorno a Caracas. Las “furias” o “Euménides” le perseguían, babeando de odio y rabia.

Jorge Antonio Rodríguez, pertenecía a los pobres del mundo, por los cuales Martí quería su suerte echar y no es casual que, además de maestro normalista, tenía la sabiduría de la cultura oral, por lo que se le llegó a conocer como “El Maestro”. Captaba el alcance y la profundidad de los epítetos, tan comunes entre nosotros, nuestros arcaísmos, refranes populares, acentos y fraseos de campesinos, obreros y jóvenes venezolanos. Era una especie de fabulador de nuestro humorismo popular, que calificaba identidades y sentidos, que difundía por pueblos y ciudades de nuestro país con humor extraordinario.

Como ”El Maestro” le calificaban y conocimos, como “Maestro” cruzó el purgatorio y el infierno sin la guía de Virgilio y el relato de los versos del Dante.

¿Qué pensaba y sentía Jorge Antonio Rodríguez ante cada golpe de puños, palo y electricidad? ¿Acaso en Beatriz, o en sus más cercanos amigos a los que debía lealtad, o en los camaradas, estudiantes y pobres a los cuales confiaba sus conversaciones y discursos? Seguro que no pensaba en la dictadura del proletariado.

A David Nieves Banch, seguramente en una de sus humoradas, en las que es maestro, creo haberle leído en algún lugar, que frente a la tortura, entre las innumerables que sufrió, en su paso por campamentos antiguerrilleros y secuestros policiales, pensaba siempre en la dictadura del proletariado. Jorge y David son “Un hombre de verdad”, como creo recordar titulara Oriana Fallaci una especie de biografía novelada de un guerrillero griego enfrentado a las torturas de la policía de un dictador de Grecia.

“Los grandes muertos son inmortales”, escribe el poeta cubano Nicolás Guillén en una de sus grandes elegías. No es una tautología. Son como el Espíritu Santo que anunció Jesús, tras su resurrección, a los apóstoles en la clandestinidad y que, en Pentecostés, se quedaron asombrados y mudos frente a la lengua de fuego que oleaba entre ellos y les permitió el don de toda lengua, sabiduría y coraje para su apostolado, como cuenta San Lucas en los “Hechos de los apóstoles”.

Jorge Rodríguez nos legó su propia lámpara, la luz de sus ojos y de su lengua, el templo sagrado perdido en el bosque de Apolo y de nuestra república, “La República en el bosque “ a la que se refirió Martí en un ensayo sobre nuestra guerra patria.

“El Maestro” fue muy humano, en toda la extensión de la palabra humanidad, solidario y afectuoso, fiel y enamorado, padre guía y protector, cuya amorosa responsabilidad nunca dejó de lado, ni en el hogar, ni en la cárcel, ni en la clandestinidad, ni en el periplo de su vida partidaria.

También fue tenaz en su formación y estudio, radical en el doble sentido de la palabra, iba a la raíz de los asuntos, pero también trazaba la raya frente a la deserción y la delación, quemó las naves como Cortés en México, pero no para conquistar pueblos, sino para liberarlos.

Julio Escalona Ojeda, a quien creo su más grande amigo en la vida, sin desconocer a otros, es como un rayo que no cesa, y entre sus relámpagos y truenos siempre están la historia y las anécdotas de Jorge Rodríguez que tan bien conoce y cuyo testimonio está siempre presto a ofrecernos. Nos consta personalmente la defensa que, a su vez, Jorge Antonio Rodríguez hiciera de Julio Escalona en cualquier momento y lugar. Lástima que cruzaron los abismos del mar Marcos Gómez y José Enrique Mieres, que tanto pudieran contarnos sobre “El Maestro”.

Félix M. Roque Rivero, amigo de desempolvar medio siglo de nuestra más reciente historia, en su libro JORGE RODRÍGUEZ, EL ESTUDIANTE DE RUBIO, incursiona en una investigación necesaria y oportuna y en apuntes inéditos de un reportaje y una semblanza de Jorge Antonio Rodríguez, en su formación como maestro en la escuela normalista “José Gervasio Rubio”, de la población de Rubio, estado Táchira, de la República Bolivariana de Venezuela.

Félix M. Roque Rivero destaca allí aspectos inéditos como el aprendizaje de la Pedagogía, el trabajo de campo, el deporte, el debate y la acción política de Jorge Antonio Rodríguez como estudiante y líder juvenil de su escuela normalista, de los liceístas y pobladores de la citada población venezolana.

Lo más destacado y valioso de esta investigación, reportaje y semblanza biográfica es la descripción del régimen de estudio alinderado entre la teoría y la práctica de la educación y las labores del campo, el intercambio deportivo en Rubio, en una especie de régimen de claustro casi monástico, pero abierto al encuentro con los liceístas del “Rangel Lamus”, los pobladores de Rubio y las excursiones a ríos, cerros y cascadas de Rubio, con todo lo cual Jorge Antonio Rodríguez fortalece su educación y carácter que lo conducirían a ser “El Maestro” que siempre fue.

En una serie de interesantes entrevistas, Félix M. Roque Rivero nos conduce en medio de interesantes anécdotas y testimonios de la vida juvenil, amistades y familiares de quien llegó a ser “El Maestro” y lo sigue siendo para los venezolanos, como ícono sagrado, pero voz y mirada alegre y angustiada sobre nuestro destino como República y más allá de sus fronteras por Nuestra América y el mundo.

Gracias a esta investigación y entrevistas de Félix M. Roque Rivero hoy sabemos que nunca fue discípulo de Carlos Andrés Pérez ni tuvo nada que ver con él en la escuela normalista ni en el pueblo de Rubio; conocemos la primera manifestación política al frente de la cual estuvo como orador Jorge Antonio Rodríguez, en Rubio, contra el plebiscito pérezjimenista, el 27 de noviembre de 1957; que en esta población lo comenzaron a llamar “Carorita”, por su origen nativo; además, sabemos, por fin, a quien confió Jorge Antonio Rodríguez, el equipo de filmación cinematógrafica que le había entregado un país europeo y también algo no menos interesante y curioso, cómo burló el cerco policial alrededor de la Universidad de los Andes, durante el Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que en dicha universidad, con participación de estudiantes de diversos lugares de Venezuela, lideró junto a Guido Ochoa y Ricaurte Leonett, Presidente de la FCU y miembro del Consejo Universitario de dicha Universidad, respectivamente, en 1969.

Al expresar nuestra gratitud a Félix M. Roque Rivero por su trabajo de investigación y semblanza biográfica de Jorge Rodríguez, queremos repetir para nuestro héroe y mártir Jorge Antonio Rodríguez, un fragmento de Nicolás Guillén en su “Che Comandante”:
“No porque hayas caído
Tu luz es menos alta
… No por callado eres silencio

 

AUTOR: JUAN MEDINA FIGUEREDO, poeta, ensayista, analista, docente y abogado venezolano.

 

 

Juan Medina Figueredo: «Jorge Rodríguez me enseño la raya que separa el miedo de la dignidad»

 

 

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