La traición a la vitalidad
La juventud es el latido más puro de la voluntad, un fuego que busca moldear el mundo, un estallido de fuerza que rehúye el estancamiento. Pero ¿Qué ocurre cuando este ímpetu vital es desviado, manipulado y reducido a un simple instrumento de agendas mezquinas?
Este es el crimen más grave: tomar la energía creadora de los jóvenes y transformarla en destrucción al servicio de intereses que prometen liberación, pero solo ofrecen realmente esclavitud.
Después del 28 de julio, vimos cómo un discurso bien calculado y envuelto en la retórica de la resistencia tomó a los jóvenes venezolanos, golpeados por el bloqueo, y los llevó a cometer actos que no eran suyos.
María Corina Machado, vestida con el ropaje de la redentora, penetró en las mentes más vulnerables con la dulzura del engaño, prometiéndoles grandeza en la violencia, libertad en el caos. Pero, ¿es esto libertad? No; es la servidumbre más profunda: la servidumbre de la mente.
La promesa vacía: libertad convertida en cadenas
Los jóvenes, confundidos con hambre de propósito, fueron guiados hacia el abismo. Se les dijo que el terrorismo era el camino hacia un nuevo amanecer, que el dolor que infligían era una semilla para una revolución. Pero la verdad es más cruda: fueron utilizados como piezas descartables, sacrificados en el altar de una agenda que nunca tuvo espacio para ellos.
Este es el gran pecado de quienes se presentan como redentores, pero solo buscan el poder: toman lo más noble de la juventud, su entusiasmo, y lo corrompen. Transforman la energía de la vida en un instrumento de muerte, prometiendo un horizonte que nunca existió. Esa supuesta libertad no es más que una máscara para nuevas cadenas.
El uso del sufrimiento como arma
Las sanciones, con toda su crueldad, no solo buscan cortar el flujo de bienes, sino aplastar el espíritu. Son una fuerza que pretende detener el curso de la vida, congelar a una nación en el tiempo. Y en este terreno de desesperación, las palabras engañosas encuentran su campo más fértil.
María Corina Machado usó este contexto no para construir, sino para destruir. En lugar de guiar a los jóvenes hacia la creación, los dirigió hacia el caos, haciéndolos creer que la violencia era una forma de afirmación. Pero la verdadera afirmación de la voluntad no está en el acto de destrucción, sino en la capacidad de sobreponerse al sufrimiento sin sucumbir a él.
El juicio de la voluntad en otros horizontes
Imaginemos a estos jóvenes, no en Venezuela, sino en Estados Unidos, tierra que tanto adoran quienes los manipularon. Allí, las leyes no habrían tenido piedad.
Estos mismos actos de terrorismo y sabotaje habrían sido castigados con severidad extrema:
• Juicio como adultos: La justicia estadounidense no distingue entre edad y acción en casos de terrorismo. Jóvenes de 16 o 17 años podrían enfrentarse a cadenas perpetuas.
• Reducción al estigma: Ninguna esperanza de reinserción, ninguna posibilidad de redención. La marca del “terrorista” los habría condenado de por vida.
• Sin espacio para la voluntad: Allí no hay discursos que prometan grandeza. Solo habría silencio tras las rejas.
Quienes manipularon a estos jóvenes sabían esto. Sabían que los actos que promovían en Venezuela, bajo la bandera de la libertad, jamás serían tolerados en el lugar que idealizaban. Pero no les importó; porque el fin no era la libertad, sino el uso de cuerpos descartables para un objetivo egoísta.
La tragedia de una juventud traicionada
El mayor crimen de estas figuras no es el caos que fomentaron, sino la traición al espíritu de la juventud. Tomaron el potencial, la vitalidad y el deseo de progresar y los redujeron a herramientas de su ambición. No solo traicionaron a los jóvenes; traicionaron a la vida misma.
En lugar de conducirlos hacia la afirmación, los empujaron hacia la negación. En lugar de enseñarles a crear, les enseñaron a destruir.
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Ciudad Valencia / VN