Letra a pie: “Ser o no ser: la cuestión” por Federico Ruiz Tirado

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Ser o no ser: la cuestión… Hoy se oye preguntar al aire libre cómo hacer frente a los aprietos de ciertas circunstancias políticas cuyas velocidades a veces no dejan rastros visibles, cuando más algunas huellas que deben ser husmeadas hasta dar con pistas para  descifrarlas.

Son los momentos en que la atención se extravía en esa sobredosis de información que también fluye en la redes en torno al holocausto de Israel contra Palestina, el diálogo en México, o en los intríngulis de un mapa, complejo, por lo demás, cuyos planos saltan a la vista mostrando los rasgos de «la nueva época».

De pronto entran mensajes en serie preguntando: «¿Cuándo dijo eso el Ministro?»,  «¿dónde lo informó, no será un fake de la oposición para confundirnos más?, ¿pagarán los bonos indexados?» Así comienza un día cualquiera.

Los rumores nacen precedidos con tonos de lenguaje semirreal o terminan aceptados porque, suele pasar, se presentan con sonidos o tienen música, canciones  metafóricas, de carne y hueso, que dan lugar a los refranes o paremias psicológicamente «aceptables».

El pesebre se enciende: es una especie de verdadera dictadura frente a la cual el transeúnte  observa y por él deciden las piezas del decorado mediático y no su voluntad.

 

Entonces comienza otra guerra

Se hacen materias primas de los medios escritos, televisivos o radiofónicos en un santiamén y son «santa palabra», incluso hasta luego de ser «desmentidos categóricamente» por los voceros competentes.

 

Son como cheques sin fondo

La palabra constante y sonante de la dirigencia se expresa en las redes o en ruedas de prensas por la tele, pero a  veces no es suficiente, porque una mano de seda o, como se decía antes, «peluda»,  emerge desde la nada o desde insospechados espacios y posa sobre los ecos o los pulsos de aquello que no es totalmente asimilado por las mayorías para sosegar el efecto, disiparlo a objeto de no se sabe qué a ciencia cierta, si es para hacer un torniquete responsable o dejarlo correr.

Ciertamente, las redes sociales hacen su agosto en este damero con un grado de verosimilitud e impactos que éstos se van degradando con música o efectos especiales, voces camufladas de personalidades reales, gestos, flashes, mímicas, que la gente termina tomándose un antialérgico creyendo que si va al médico éste le va a recetar un ansiolítico que no crea dependencia o viceversa.

 

¿CulpaeChavez…?

Por la tradición sembrada por el comandante Chávez sobre este tema, y con razón, ese fenómeno se percibía desde distintos ángulos de la mirada y el sentimiento colectivo, con  serenidad o actitud expectantes. Pero por efectos de un duelo vivido en familia desde su muerte, el llamado suceso informativo fue asimilado y comenzó  un proceso de aprendizaje, y de a poco se permitía que las deliberaciones que a extramuros nos hacíamos, se consensuaran «disciplinadamente» con las de las autoridades del partido o los medios confiables. «Es normal», me dijo un viejo lobo del barrio, «Chávez se metía en todo».

 

Maduro+ y la trinchera

El Programa Presidencial de Nicolás Maduro debería incluir un espacio para abordar este tema de la mano de un equipo de periodistas sagaces al momento de informar, aunque sea a modo de titulares certeros y comentarios realizados por el Jefe de Estado, que ayuden a comenzar la semana con la cabeza fresca, libre de la basura mediática.

El carácter de la noticia es, por naturaleza, un acto repetitivo. Si el presidente Maduro logra en su programa concebir un segmento de periodistas veteranos que, en unos minutos, subieran y bajaran el telón de la realidad verdadera, muchos lo celebraríamos, sin duda.

 

Caer por inocente

Se dice sin muchos tapujos, y con frecuencia a escondidas, entre quienes se atreven a poner en duda el compromiso político de los otros, cosa que ocurre ahora con mucha ligereza (la lealtad y madurez que marcan como correlato a estos últimos años), que el más evidente y al mismo tiempo precario, vacilante, absurdo, tosco, chimbo, balurdo, es el referido a eso que la psicología cognitiva define como el autoconcepto: la certeza de que nosotros solitos, a nuestra manera y con nuestras fuerzas de organización, podemos echar a andar de una vez por todas el proyecto revolucionario que construyó en su concepto el Comandante Chávez, lo plasmó en la Constitución, hasta dio su vida por él y cuyo timón está en las manos del presidente Nicolás Maduro y otros dirigentes políticos y militares.

This is the question: creer o no creer. Creer firmemente que nosotros podemos hacer nuestra revolución, nuestro modelo económico y nuestra fiesta a nuestra imagen y semejanza, o nos hacemos los locos.

Esa especie de complejo de inferioridad que se reconoce aquí y allá, hace develar otras flaquezas y torceduras más notorias y a veces escurridizas: frente eso hay que redoblar la atención. Se van creando matrices y una muy acariciada tiene que ver con la ausencia de mecanismos de politización y autoorganización interna que se puedan sostener en el tiempo y con los cuales podamos afrontar las dificultades, la cosa ardua, la crudeza de la lucha de clase, llámese como se llame eso ahora, que mucha agua ha corrido bajo el puente desde el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, aquellos “Indignados”, hasta ciertos –por decir lo menos– caricaturezcos rudimentos y abecedarios, académicos, empíricos, silvestres, que proclaman la relativización del chavismo o del bolivarianismo, es decir, del modelo.

 

Sin espabilar

Eso nos ha pasado y nadie lo puede negar a estas alturas. Por eso es imprescindible decirnos unas cuantas verdades, así tengamos que caernos a puñetazos en las esquinas o en las colas del día a día. Decirlas sin temor al arrinconamiento o a la autocensura. Que conste que no hablo de cierta legión de portales como Aporrea, pero no me extraña que este fenómeno del acomplejado (de inferioridad) genere tantas polémicas en las redes sociales, en los botiquines, en los cafetines y en el espacio virtual donde con tanta facilidad salta el bendito chingo a relucir, y lleva a presidentes de tantas fundaciones a traicionar sus preceptos ideológicos y a encargarle por debajito a la multitud de opositores calificados que viven del gobierno bolivariano, mientras sueñan con la caída definitiva de los más importantes proyectos estratégicos de la nación.

Hay mucha tela que cortar sobre esta fauna. Por supuesto, este opositor que ha vivido del complejo que él mismo ha sembrado, agarra los reales y lleva el proyecto de mala gana por el mundo (sea cine, literatura, arte), porque sabe que su deber moral es boicotear todo lo que suene a chavismo, y así, a muchos «chavistas» acomplejados los forran en viáticos porque les da pena con esos señores y señoras.

Eso ocurre en casa, en los ámbitos de la cultura, de la economía, del entramado del gobierno. De eso viven y se ríen al mismo tiempo quienes no se atreven a reconocerse como acomplejados en el seno de las filas del chavismo histórico.

Es por eso que da pena (ajena) ver a  grupos de intelectuales consagrados, que supuestamente están de nuestro lado, cuestionar con tanta ligereza los  nombramientos de los ministerios y de las instituciones culturales de nuestro país. Alarma que no entiendan que los cuadros formados en las filas del chavismo durante más de quince años ya están en condiciones de asumir las responsabilidades que implica el ejercicio de un cargo directivo en una institución pública. Es como si el gallo no quisiera que nacieran los pollitos.

 

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Nos debatimos entre, por ejemplo, una empresa multinacional (el viejo explotador y especulador de siempre) y la reconocida junta interventora de obreros socialistas, es decir, que el péndulo de la duda oscila entre el capital imperial de los medios de producción y el sindicato nominal de reposeros o vividores del Estado.

Discutir otras formas de producir, abrirle las puertas del mercado a otros productores no es materia de disputa porque a priori los chinos, los brasileños y los alemanes no saben hacer la salsa inglesa como los americanos. El fantasma del monopolio nos persigue porque no manejamos más de dos opciones: la de la tecnología popular o la de la transnacional reconocida. Quizás allí radica el complejo, su tramoya: el tema del complejo de inferioridad como síntoma de que no vamos bien, o de que los zapatos nos quedan grandes o apretados y sólo les lucen a los otros, a los de los CC de Las Mercedes, a los hijos de mamá que estudiaron en las universidades privadas y ganan un realero en el exterior.

Nosotros, que nos graduamos en la UBV –se oye decir a veces– no les damos ni por los tobillos y además nos da pena.

Esa manía de creer que ese «uno no puede» se funda en el prejuicio de pensar que no se puede porque es chavista. El caso comprobado de muchos directores y directoras generales de nuestros ministerios revolucionarios es lo que más nos sorprende. Y eso no es un problema político, sino de autoestima. Supongo que lo que nos queda es seguir llevando esta cruz con la conciencia de este síntoma, y entender que el proceso de luchas, de derrotas, de avances y de quiebres tiene que empezar por reconstituir en nuestro espíritu subalterno de proletariado un aliento, un entusiasmo duradero y concreto capaz de sostener los objetivos emancipativos que un día nos trazamos.

 

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Federico Ruiz Tirado (Barinas, 1955): Escritor, poeta, diplomático. Miembro Fundador de la Red de Escritores Socialistas de Venezuela. Autor de Un puñado de pájaros contra la gran costumbre (antología sobre el 4F), Un día para siempre, La Patria está en otra parte (MPPCULTURA, PDVSA).

 

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