El Mundo se acaba hoy

El Ateneo

                El próximo 9 de julio se cumplen cien años del nacimiento de Manuel Feo La Cruz: escritor, docente integral, periodista, jurista, promotor cultural y gremial, epónimo de la Biblioteca Central del estado Carabobo.

Hijos y amigos están trabajando en la edición de sus obras completas para difundirlas a través del universo digital, cuya presentación formará parte de la programación de actividades que se realizarán en la fecha conmemorativa. En Ciudad Valencia nos hemos sumado a este homenaje publicando fragmentos de su producción literaria.  Para hoy, respetando las normas ortográficas de su tiempo, seleccionamos y transcribimos varios párrafos de su discurso “Valencia, Pocaterra y el Ateneo”, que pronunció en 1962 durante el acto de Entrega de los Premios de Literatura “José Rafael Pocaterra” realizado en el Ateneo de Valencia –del cual Feo La Cruz fue vicepresidente en 1950 y 1955- y que fue publicado post mórtem en el libro “Prosas de mi Texto” editado por la Fundación del Libro Carabobeño en 1990:

De Izq. a Der., Manuel Feo La Cruz, Alfonso Marín, Luis Azcúnes y Luis Taborda (Ateneo de Valencia, 1958)

 

El Ateneo nació con modestia de cuna pobre y rodeado de riqueza de buena voluntad y empeñoso coraje. En su ámbito y a través de toda su actividad ha sido refugio del afán de cultura y del quehacer mejor. Ha dado su apoyo a causas nobles y propiciado el surgimiento de valores intelectuales y artísticos.

Mas, en esa innegable labor, ha faltado el cálido entroncarse con el pueblo. (Y esto no es, ni puede, ni quiere ser aliento demagógico). Porque nada gana el Ateneo, ni la sociedad misma, con que los beneficios de una misión tan hermosa, sean sólo aprovechados por un núcleo reducido de aficionados o de profesionales. Nosotros tenemos necesidad de que el pueblo todo sienta la vibración de la cultura; que reciba el impacto, el bombardeo, de los conocimientos altos, para que se forje de veras y mire de frente su camino, respetando y haciéndose respetar… ¿Qué beneficio reporta el que, en las paredes de este edificio, aparezcan colgadas las obras de artistas nuestros y extranjeros, si nada dicen al hombre medio, que todavía se ríe del sueño de los poetas y de las locuras de los pintores? ¿Cómo hablar de incultura, con tono autoritario, si no acercamos a los pueblos hasta el vivero de la ciencia, del arte, de la vida misma? ¿Cómo borrar del ánimo del hombre del pueblo, su admiración por el jefe de la montonera, por el vistoso uniforme, por la voz estentórea del caudillo militar? Él se ríe, quizás con lástima, del poeta que canta a la libertad y a la lucha por ella… Se ríe, porque no puede ser penetrado por la emoción de la palabra y el papel, cuando ya conoce cómo el machete de un jefe ignorante cercena esa libertad y corta las lenguas de maravilla… No, amigos, hermanos, compañeros de tantas sesiones y afanes! No podemos quejarnos de esa proclividad hacia el «machismo», la fuerza bruta, la picardía, la viveza… Somos nosotros los verdaderos culpables, porque, diciéndonos maestros, hemos olvidado nuestro deber de riego: el pueblo, nuestro pueblo, es una inmensa parcela, millonaria en recursos… pero, es necesario cultivarlo para que dé frutos mejores. Y si el Ateneo es centro de actividad cultural -y lo es, innegablemente-; si quiere cumplir una labor positiva en lo social, debe proyectar su acción hacia allá, hacia la calle, turbulento río, que espera se encaucen sus corrientes.

¿Cómo explicar la función social de estos Premios de estímulo a poetas y prosadores? Ellos surgieron no sólo como un homenaje de recuerdo permanente hacia quien más merece; surgieron, además por la necesidad de erigir el esfuerzo intelectual en algo valedero, lejos del discurso ocasional del exhibicionismo de momento. Nacieron para dar al escritor un motivo, una razón de ser de su ejercicio intelectual. Y recordemos que el mejor destino de la obra es el conocimiento de los lectores. Y si me obligan, diré que son las manos del pueblo mismo, sosteniendo un libro, e interesándose por él, el mejor estímulo que el escritor persigue. Y me pregunto y os pregunto, ¿quiénes, además del Jurado, conocen las obras inéditas, aunque premiadas, que han concurrido a estos Certámenes? Todavía son inéditas. Todavía son clandestinas. Y ni los lectores, ni los críticos, han tenido oportunidad de discrepar del criterio del Jurado. Y éstos -caso no imposible, vista esa condición de clandestinidad- bien podrían echar a un lado la justicia de su veredicto y satisfacer oscuros e inconfesables intereses.

El Ateneo, que nació en cuna pobre, hoy ha subido en estratificación. Y es obligatorio que su ascenso lleve aparejado el cumplimiento de este deber más alto: ser fuente vivificante para todos los que sueñan, piensan y actúan… Convertirse en centro de capacitación del hombre nuestro, de cuyas ejecutorias está pendiente un país, golpeado a cada instante por la improvisación, la incapacidad y la irresponsabilidad. ¿Y quién ha dicho que un Ateneo, como éste -vivo, puro-, no puede incorporarse a una tarea que significaría el rescate de un pueblo, el trazado de un camino seguro, la salvación de principios y verdades?

 

Por: Manuel Feo La Cruz (Valencia, 9 de julio de 1921 – Ibíd., 21 de febrero de 1966)

 

#ManuelFeoLaCruz100: El Ateneo

 

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