Un Bolívar de Carne y Hueso

Andrés Eloy Blanco

El próximo 9 de julio se cumplen cien años del nacimiento de Manuel Feo La Cruz: escritor, docente integral, periodista, jurista, promotor cultural y gremial, epónimo de la Biblioteca Central del estado Carabobo.

Hijos y amigos están trabajando en la edición de sus obras completas para difundirlas a través del universo digital, cuya presentación formará parte de la programación de actividades previstas para realizarse en la fecha conmemorativa.

Hasta ese día, en Ciudad Valencia publicaremos fragmentos de su producción literaria.  Para hoy, respetando su estilo y las normas ortográficas de su tiempo, seleccionamos y transcribimos “¡A Dos Años de su Muerte Cuánta Vida!”, un discurso breve que escribió y pronunció en el segundo aniversario de la muerte de Andrés Eloy Blanco, el 21 de mayo de 1957.

 

“¡A Dos Años de su Muerte Cuánta Vida!”

 

Rueca sentimental quisiera para hilar comentarios en torno a Andrés Eloy Blanco, poeta por la gracia de Dios, de su pueblo y de sí mismo. Porque es honda la fuente y altísima la dignidad.

Hombre cabal, poeta sin remedio, ciudadano. Todo en una pieza de ejemplaridad, movida -a lo largo de su trayectoria-  sólo por caminos de altitud.

Es difícil, por eso, fraccionar el estudio de su personalidad. Y, porque, además, Andrés Eloy Blanco no fué sólo un hombre. Fué eso y mucho más: un hombre tan humano que se convirtió en humanidad.

Díganlo, si no, sus actitudes. Frente a la vida, el amor, el pueblo, los hijos, la muerte. Ante ellos y con ellos, fué uno mismo, ‘inmenso y repetido’.

Claro hombre éste, leal y puro, con la pureza de quien se sabe sin rencores, que hizo decir a D. Rómulo Gallegos: ‘un hombre bien construido por dentro, serena la claridad interior’.

Y bien construido, es cierto. Tierra abierta a mar y sol le llena los ojos decidores y nunca de sal su lengua de futuros. Allá en Cumaná del Mariscal y el sacrificio, al amor del padre consejero y la matrona enhiesta, nace su voz y afianzase su paso. Son vivencias de honda levadura humana las que nutren su infancia y norman su conducta: el padre, abierta mano para calmar dolores y entregarse total al que no tiene nada; la madre, horticultora del amor, pañuelo de lágrimas ajenas y ternura engastada en valiente armazón. Y la virgencita de los marineros, olvidándose del mar, para seguir la infantil carrera y el retozo rebelde.

Aquéllas sus reservas le acompañan siempre, tanto en el minuto inefable de la gloria como en la amarga hora del encierro, la brutal lejanía y la muerte. Y será como aquéllos, troncos dignos -padre y madre de luz-. Y dejará el corazón en cada pulso de su pueblo.

Yo quisiera mirarlo hoy con la boina azul del estudiante y escucharle su grito de protesta, no callado siquiera en la oscura cerrazón de una cárcel sin nombre. Y saberle, luego, tenso, vigilante en espera del alba libertaria.

Quisiera mirarlo en el día jubiloso en que, aquí mismo, junto al mar, aromó con palabras de hombre limpio un acto de limpieza. Quizá lo recordéis: pesados hierros infamantes se fueron al fondo del mar, manchados con el dolor de tanta carne martirizada y el simbolismo de una noche oscura.

Quisiera mirarlo hablándole a su pueblo y confundido con él, en el templete de la plaza pública o en el estrado de su parlamento, orientando y moderando impulsos, llevando con serenidad el debate; haciendo el chiste oportuno o contestando con respeto el irrespeto de la dama de labios rojos y de piel costosa. Lo recordáis, tal vez: el nombre de su madre tirado al muladar. Y él lo tomó, como una flor hermosa y lo ofrendó a la hermosa en signo de perdón.

Quisiera verlo, en fin, en México adorable, rodeado –Girasol- Giraluna ondeante y el ‘sabio taciturno’ y el ‘charro turbulento’, mujer e hijos, suyos y tan nuestros, en su clase de patria, de clara humanidad.

Así, como hombre cabal, entra en los dominios de la literatura nacional. Y son temas diversos y géneros variados, los que reciben su huella de serena angustia. El poema escrito a punta de corazón y de talento; el ensayo, pulido y cortado a la medida de su dignidad; el discurso de improntus o cuidadosamente preparado; el relato, desgarbado y mordisqueante; el artículo periodístico, denso de orientación; y el difícil humorismo, tratado con rara facilidad.

Mas, no puede negarse que es poeta siempre, irremediablemente. A través de toda su obra, miramos el poeta y escuchamos su voz innumerable. Esa voz que se hace organillo, para cantar los labios de la amada buena, y la aventura fácil con la muchacha mala. Que se hace lágrimas para llorar la ausencia y renunciar al paso de la estrella. Que se hace amarga ante el plomo oscuro de su cielo, cercado por barrotes y tapias asfixiantes. Que habla a la madre, viva, y resucita a la madre muerta en un chorro de luz inexplicable. Que habla a los hijos y canta lo mejor de sus sueños, para que ellos lo sigan, en recuerdo y presencia, en dignidad y amor hacia la vida.

Limpia tesitura de esa voz, que a todos llega, como permanente mensaje de bondad!

Poeta-ciudadano alguien dijo. Y no estuvo descaminado. Porque si los poetas sueñan, si moldean realidades que parecen inasibles, ¿cuántas veces el ciudadano tiene que soñar y mantener como escondida la realidad del sueño? En este país no es un hecho extraordinario.

Y Andrés Eloy forjó su mundo. Un mundo en que la justicia, la libertad, la dignidad, la paz, eran constantes, realidades aceptadas por todos y defendidas aún a costa de la sangre.

Y sus poemas, especialmente los que tomaron valor de testamento, son claro exponente de lo afirmado. Recordad el Canto a los Hijos, hermosa profesión de fe democrática y de altitud humana. Breviario para los hijos del poeta y también para los ciudadanos de cualquier país.

Él afirmó una vez: ‘Soy un poeta prestado a la política’; y pretendió hacer breve aquel préstamo. No se dio cuenta de que la política es vida entre nosotros y que el hombre de letras debe darse siempre, en perenne entrega, a la orientación de su gente y a la búsqueda de un destino alto y noble.

Por eso, aún lejos de la gestión política activa, Andrés Eloy debió seguir ‘prestado a la política’. Y su poesía, especialmente la indicada, es compendio de ideas políticas, esencia pura de su pensamiento y de su afán de orientar a los suyos – sus hijos innumerables!

En esta hora de libertad en vigilia -que él no pudo alcanzar-, el mejor homenaje que debemos rendirle es seguir la lección de toda su vida, la enseñanza que como testamento dejó a los hijos. Sólo así Venezuela no tendrá qué llorar la afirmación tajante del poeta: ‘el hijo vil se le eterniza adentro; el hijo grande se le muere afuera’… Porque habrá tierra generosa para todos y comprensión de altura para todas las ideas. Será un florecer de vida, de vida buena, para morirse siempre.

Hombre cabal, poeta sin remedio, ciudadano. Dijo a los suyos y a nosotros todos: ‘Para vivir sin pausas, para morir sin prisa, vivir es desvivirse por lo justo y lo bello!…’  Y porque él fué así, porque se dio a lo justo, bello y digno, vive todavía en el recuerdo de la gente y proyecta su voz más allá del silencio.

Por eso, podemos parafrasearlo y decir:

‘Con tu verso de luz y de alborada,

la voz eterna de tu claro acento

le grita a este dolor: No ha muerto nada!’

Sí, amigos, ¡a dos años de su muerte, cuánta vida!”

 

Por: Manuel Feo La Cruz (Valencia, 9 de julio de 1921 – Ibíd., 21 de febrero de 1966)

 

#ManuelFeoLaCruz100

 

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Luis Salvador Feo La Cruz / Ciudad VLC