“Genial escritor y pérfido personaje político; experuano, exsocialista, examigo, excompañero; un demonio que escribía tan bien como dicen que los ángeles cantan”, expresó Armando Amanaú, cronista local, quien agregó: “Solo puedo decir que seguramente lo salvarán sus novelas, pero no tendrá el amor que aquí profesamos a narradores como el colombiano García Márquez, el mexicano Rulfo, el argentino Cortázar o el venezolano Rómulo Gallegos”.

Inés Feo La Cruz, cantante lírica venezolana, manifiesta: “Nunca me gustó su literatura. Me parecía pesada por rebuscada, y sus temas no me gustaban. Rulfo me fascinaba; Carlos Fuentes me parecía misterioso y me gustaba leerlo. Ni hablar del Gabo o Cortázar. Ni Borges ni Octavio Paz eran de izquierda; pero los mundos de Borges eran/son fantásticos y la escritura de Octavio Paz la leo con total placer, para mí es exquisita. A todos estos otros los releo encantada”.

Ciertamente, y como cualquier escritor de cualquier época, Vargas Llosa se salva o condena por su escritura. Puede que esta afirmación resulte desagradable para quienes desean facturar sus desafueros políticos, pero esa es la realidad. Claro, hay escritores que quedan sembrados en el tiempo y además gozan del fervor popular por sus actitudes generosas y consecuentes frente a la vida.

“Es verdad que supo oponerse a ciertas atrocidades; por ejemplo: no apoyar un sistema de dictadura en Venezuela para sustituir al chavismo”, comentó de manera informal el ensayista y psiquiatra Pedro Téllez.

 

Popper para justificar su neoliberalismo

La primera mitad de la obra de este narrador es de manera notable diferente a la posterior, indican algunos especialistas; hay un punto de quiebre que corresponde a su decisión de adherirse al más feroz neoliberalismo; el momento de esa inflexión, refiere el propio novelista, tiene que ver con su lectura de Karl Popper, quien le devela, supuestamente, la realidad contemporánea.

La paradoja es clara: Vargas Llosa usó a Popper para justificar su giro al neoliberalismo, pero “simplificó su filosofía, omitiendo su énfasis en la humildad intelectual y el equilibrio entre libertad y justicia”. Mientras Popper era un “racionalista cauteloso”, Vargas Llosa se volvió un “misionero del mercado”, lo que explica sus contradicciones.

Si, para Popper, «ninguna teoría es definitiva”, para Mario Vargas Llosa: «El liberalismo es la única opción moral» (El llamado de la tribu, 2018).

En el fondo, el escritor peruano eligió ser “más hayekiano [el del ‘orden espontáneo’] que popperiano”, y allí radica su divorcio respecto al espíritu crítico que decía admirar. Su legado político, así, queda atrapado entre la lucidez del filósofo que lo inspiró y la soberbia del ideólogo en quien se convirtió.

Ahora que ya no está en el mundo de los vivos, su mortal silencio tal vez contribuya a que muchos podamos de nuevo leerlo sin la molestia que provocaban sus desplantes egolátricos y su apoyo incondicional a la peor de las derechas planetarias.

Vargas Llosa “escritor de los poderosos”, continuará siendo editado; pero, quizá, no aumentarán sus lectores fachos, ya que el pragmatismo no se lleva muy bien con la literatura.

 

Dinosaurio del boom latinoamericano

Mario Vargas Llosa, “el último gran dinosaurio del boom latinoamericano, ha muerto. Con él se apaga una pluma que dibujó las entrañas del poder, la violencia y los laberintos humanos con la precisión de un cirujano y la audacia de un anarquista”.

Ganador del Nobel de Literatura en 2010, su muerte no solo cierra un capítulo de la literatura, también reabre el debate sobre cómo separar al artista de su ideario político: neoliberal, polemista y, para tantos, cómplice de las derechas más refractarias y feroces.

El poeta Juan Medina Figueredo, leyendo estas notas añade: “El juicio podría detenerse en la consideración de la irresponsabilidad y consecuencias en la vulneración de la vida humana en una guerra como la de EEUU y la OTAN , fundada en la mentira de las armas de destrucción masiva que provocaron muerte, horror y caos en Irak. Ese hecho, para un escritor tan relevante en Occidente y América Latina, ¿no lo convierte en cómplice de crímenes de guerra?”.

 

De “La ciudad y los perros” al Nobel

Vargas Llosa fue un arquitecto de universos narrativos. Con “La ciudad y los perros” (1963), precisamente, retrató la podredumbre de las instituciones en una Lima violenta, mientras que “Conversación en La Catedral” (1969) desnudó la corrupción bajo las dictaduras. Su prosa, barroca pero controlada, lo consagró como un maestro de la estructura. “Era un obsesivo: cada coma estaba ahí para estrangular al lector”, dijo alguna vez Carlos Fuentes, su compañero en el boom.

Desde un comienzo, él mismo lo afirmaría: quiso escribir historias que deslumbraran a sus lectores, como le habían deslumbrado Faulkner,  Hemingway, Malraux, Dos Pasos, Camus y Sartre, escritores insignes de su “panteón privado”. Es posible que el rasgo sicológico que mejor lo define sea el de una personalidad narcisista, pero sin esa compulsión y ese impulso de ser, su obra literaria seguramente no sería todo lo que es.

En 2010, la Academia Sueca lo premió por «su cartografía de las estructuras de poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual”. Novelas como “La fiesta del chivo” (2000) —un retrato lúcido del dictador Trujillo— o “Travesuras de una niña mala” (2006) —un viaje por el amor y el desarraigo— confirman que su genio no decayó con los años, como aseguran sus críticos más duros.

 

Un traidor a la causa

Si su literatura fue un huracán, su política fue un terremoto. En los años ‘60, Vargas Llosa simpatizó con la Revolución Cubana y el socialismo. Pero en los ‘70, “tras su desencanto con el autoritarismo de izquierdas”, viró hacia el liberalismo. Apoyó a Margaret Thatcher, respaldó la invasión de Irak en 2003, y en 1990 perdió las elecciones presidenciales en Perú frente a Alberto Fujimori.

“Fue un traidor a la causa”, escribió Eduardo Galeano, mientras que Isabel Allende lo definió como “un genio literario con anteojeras ideológicas”. Su apoyo a Vox en España, y a Jair Bolsonaro en Brasil, lo convirtieron en un paria para la intelectualidad progresista. “Escribir como los dioses y pensar como los mercaderes”, resumió el poeta argentino Juan Gelman.

Vargas Llosa nunca temió al conflicto. En 1976, su ruptura con Gabriel García Márquez se volvió leyenda. “Era mi hermano literario, pero políticamente era un hijo de la oligarquía”, dijo García Márquez. Enrique Krauze lo defendería: “Fue un liberal valiente en un continente adicto al caudillismo”.

Para Roberto Bolaño, “fue el mejor cuentista del siglo XX, pero eligió ser el títere de los poderosos”.

La crítica más incisiva, sin embargo, se extrae del ideal nerudiano.

Su defensa total del individualismo chocó con los relatos colectivistas de América Latina. “Él creía en el héroe que se enfrenta al sistema; nosotros, en el pueblo que lo derriba”, dijo Pablo Neruda en “Confieso que he vivido”.

 

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Mario Vargas Llosa murió como vivió: entre aplausos y silbidos. Su vida fue una novela con capítulos brillantes y pasajes deplorables. ¿Lo absolverá la historia? La respuesta está en sus libros, donde sobrevive un escritor que, como él mismo dijo, “convirtió la rabia en arte y la duda en filosofía”.

Mientras tanto, América Latina sigue buscando respuestas en sus páginas, aunque deteste sus respuestas en la plaza pública, tal como aquella urticante frase: “El nacionalismo es la cultura de los incultos”.

Al fin y al cabo, como escribió en La guerra del fin del mundo: “La realidad es una puta que se vende al mejor postor”. Y él, quizá, fue su cliente más fiel.

 

Legado Narrativo

1959.- Los jefes
1963.- La ciudad y los perros
1966.- La casa verde
1967.- Los cachorros
1969.- Conversación en la catedral
1971.- Día domingo
1973.- Pantaleón y las visitadoras
1977.- La tía Julia y el escribidor
1981.- La guerra del fin del mundo
1984.- Historia de Mayta
1986.- ¿Quién mató a Palomino Molero?
1987.- El hablador
1988.- Elogio de la madrastra
1993.- Lituma en los Andes
1997.- Los cuadernos de don Rigoberto
2000.- La fiesta del Chivo
2003.- El paraíso en la otra esquina
2006.- Travesuras de la niña mala
2010.- El sueño del celta
2010.- Fonchito y la luna
2013.- El héroe discreto
2014.- El barco de los niños
2016.- Cinco esquinas

 

(AA con apoyo de IA)

 

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LAAR-Luis Alberto Angulo-columna Sábado

Luis Alberto Angulo [Rivas], nació en Barinitas, estado Barinas en 1950. Desde 1972 reside en Valencia (Carabobo). Poeta y articulista.

Bibliografía directa: Antología de la casa sola, Una niebla que no borra, Antípodas, Fusión poética, La sombra de una mano, Antología del decir, Coplas de la edad ligera. 

Premios: “IV Concurso Internacional de la revista Poesía (UC)”, así como de los certámenes nacionales de poesía “Francisco Lazo Martí” y “Rómulo Gallegos”.

Antólogo de: San Juan de la Cruz, Miguel Hernández, Enriqueta Arvelo Larriva, Ana Enriqueta Terán, Gelindo Casasola, Ernesto Cardenal; “Rostro y poesía, poetas de la Universidad de Carabobo”, “El corazón de Venezuela, patria y poesía”.

Coautor con Luis Alberto Angulo Urdaneta de “Viento barinés”; con Luis Ernesto Gómez de “Poetas venezolanos en solidaridad con Palestina, Irak y Líbano”; con Nereida Asuaje de “Lubio Cardozo, Del lugar de la palabra”.

Textos suyos aparecen incluidos en las antologías: “Jóvenes Poetas de Aragua, Carabobo y Miranda” (Fundarte 1978), de José Napoleón Oropeza; “Poetas de Venezuela (Revista Poesía UC), de Reynaldo Pérez Só, y “Barinas, cien años de poesía” (1995), de Leonardo Gustavo Ruiz.

Ha sido invitado en varias ocasiones al Festival mundial de Poesía de Venezuela y a la Feria Internacional del libro de Venezuela (Filven).

 

Ciudad Valencia