Los procesos migratorios, o como suelen llamarlos los organismos especializados: “flujos de migración y desplazamientos de pobladores hacia diferentes lugares del planeta”, constituyen un derecho humano expresado en el artículo Nro. 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DDHH) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 1948, luego de haber finalizado en 1945 la Segunda Guerra Mundial.
En una economía mundial cada vez más interconectada y centrada en los grandes países industrializados, la migración ha mantenido un crecimiento acelerado, sobre todo desde los países africanos y latinoamericanos y del Caribe; hombres, mujeres, niños, familias enteras, llenan los titulares de alto impacto sensacionalista de los grandes medios de difusión masiva. En internet podemos encontrar las “historias y relatos” escalofriantes y llenos de calificativos humillantes hacia los migrantes.
La intolerancia frente al grueso de migrantes, en especial latinos, ya sea que viajen de forma individual o en grupos, por ejemplo las caravanas desde Centroamérica, se muestra en forma enérgica en EEUU y Europa. La xenofobia y la psicopatología nacionalista neofascistas pulsan todas las maneras de agresión. Obviando intencionalmente que migrar es una característica humana producida por diferentes factores, desde los cambios climáticos, la conquista de América y África, hasta las guerras y conflictos regionales, por ejemplo: Siria, Palestina, Congo, Los Balcanes y Somalia, entre otros.
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La migración no es solo la búsqueda del “Paraíso perdido” por las desigualdades en las relaciones de producción e intercambio entre los Estados Nación y sus formas de gobierno, no es una masa indigente de pobres y salvajes con el objetivo de usufructuar los privilegios y bonanzas de los EEUU y la culta Europa o como la llaman ahora la Unión Europea (UE).
De acuerdo a la geografía económica, migrar no es solo la esperanza de “vivir mejor” o salvar la vida en casos extremos. Elementos políticos y culturales tienen impactos en esta decisión; cabe destacar que migrar es un esfuerzo de adaptación, de no perder la identidad, de no ser desarraigados, el mundo es ancho ajeno y también es un pañuelo, que los migrantes no sean los nuevos condenados de la tierra, parafraseando a ese gran intelectual Frank Fanón.
Nota: nos vemos este miércoles 12/02/25, en la sede del diario Ciudad Valencia a las 10 am.
José Ramón Rodríguez (Entre Luces y Sombras) / Ciudad Valencia