Por favor, no te preocupes tanto. Porque al final, ninguno de nosotros tiene mucho tiempo en este planeta. La vida es fugaz.”

— Robin Williams en Jack, 1996

 

No es por hacer publicidad, ni nada por el estilo, pero desde que tenemos la plataforma de stream del ratón, no he dejado de volver a disfrutar esas historias que formaron parte de mi infancia. Me he permitido verlas desde una nueva perspectiva, aunque sin dejar de lado mi niña interna (que considero intacta en estas ocasiones), así que mientras iba buscando en qué vieja aventura adentrarme, no pude evitar ver algunos títulos del maravilloso Robin Williams (QEPD). Las historias en las que participó, fueron espectaculares, y aunque con su humor característico, no dejaba de dejar un mensaje fuerte y contundente. En esta ocasión, me refiero a Jack (1996), dirigida por el genio del cine Francis Ford Coppola. Si algo caracterizaba a Robin, como les mencioné, eran sus historias extraordinarias y únicas, aunque no tan alejadas de una cruel realidad, y este film no sería la excepción. Por cierto, un dato curioso: El discurso al final del film, es utilizado en el homenaje póstumo del mismo Robin Williams.

 

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Desde el inicio de todo, Jack está destinado a ser único. Al nacer con apenas 3 meses de gestación, ya este pequeño estaba entregado a muchísimos estudios en busca de respuestas. Aunque para ser sincera, nunca entendí por qué los doctores dijeron que “gozaba de perfecta salud”, para dos segundos después decirles a los padres que Jack tiene una extraña condición genética (Síndrome de Werner o comúnmente conocido como Progeria) que hace que su organismo crezca 4 veces más que cualquiera, por ende, envejece rapidísimo. ¡Pero no pasa nada! Su desarrollo será normal, más rápido, pero normal.

Entendamos algo, este síndrome no da la apariencia tal y como lo ponen en la película, eso está claro, pero lo traigo a colación porque yo misma, en mi ignorancia de niña, creí que cualquiera podría padecerla y “ser un niño” por siempre. Es una mera “fantasía” y ejemplo. Y, al mismo tiempo, dejar otro mensaje (tremenda jugada), pero vayamos por parte.

Sus padres son ejemplares, súper amorosos y le dan a su hijo todo lo que necesita. Es educado en casa, pero su maestro nota esas ansias típicas de todo niño de 10 años de querer jugar con otros niños. Es por eso que se arriesgan a que Jack vaya a la escuela. La emoción de Jack era enorme, aunque no entendería la crueldad que muchas veces puede presentarse en algunos niños. Poco a poco, fue demostrándoles a todos su personalidad única, su humor, su amistad leal, sus ideas y fue aceptado y amado como tal.

 

Jack

 

Claro, a lo largo de todo el film podemos ver por todos los obstáculos por los que pasa Jack. Recordemos que es un niño de 10 años con el cuerpo y la apariencia de un adulto de 40 años, sus emociones y comportamiento no coinciden con su exterior y esto le trae constantemente problemas con su autopercepción, haciendo incluso que él mismo se aparte del resto. Sus mecanismos de defensa no están del todo desarrollados, por eso opta por simplemente aislarse o, por el contrario, lo llegan a meter en “problemas de adultos”. Claro, cuenta con gran apoyo de sus padres y amigos, quienes lo aceptan tal como es, y es gracias a ello que Jack logra desarrollar empatía e ir superando poco a poco sus sentimientos de inferioridad.

 

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También tenemos varios momentos claves, que nos hacen recordar que no todo es tan bonito, y nos deja esa sensación fría y desagradable en la espalda. “¿Tienes años de gato?”, “eres como una estrella fugaz”, “¿qué quieren ser cuando sean grandes?”, son cuestionamientos que Jack maneja muy bien, aunque no sabe cómo afrontarlos. El tema de la muerte es tocado con sutilidad y va en crescendo a medida que Jack va tomando más conciencia de ella. Por supuesto, lo termina por asimilar muy bien, pero no se trata de él, sino de quienes lo rodean y de quienes estamos de espectadores de su historia. Lastimosamente a nadie le enseñan a aceptar la muerte, nos han enseñado a “trabajar para vivir mejor”; y el mismo Jack se lo cuestiona, ¿para qué estudiar si no le servirá de nada?… se puede tomar como mejor nos parezca, literal o metafóricamente, y la respuesta es tan obvia, simple y maravillosa que, otra vez, nos hace plantarnos y reflexionar: la vida es un cúmulo de experiencias y recuerdos.

 

Robin Williams

 

Y así como esta reflexión, tenemos la otra que, no importa dónde la vea, siempre le daré la razón: no dejar morir nuestro niño interno, al fin y al cabo, la niñez es muy corta y la inocencia prácticamente se arrebata con tantos adoctrinamientos en casas y escuelas (no siempre, claro). De vez en cuando es bueno jugar con esos recuerdos de la infancia y traerlos de vuelta: jugar bajo la lluvia, embarrarse de helado, reír tontamente… esos pequeños actos que nos hagan olvidar lo dura que puede ser la vida por un momento, nuestro niño interno lo agradecerá siempre.  Y creo que está de más, pero si me lo preguntan, les responderé como siempre: “Sino la han visto, véanla, y si ya la vieron, vuélvanla a ver, no tiene pérdida de nada”.

 

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Isabel Londoño-columna El Rincón CinéfiloIsabel Londoño, egresó de la Universidad de Carabobo (UC) en el área psicosocial, tiene también estudios universitarios en turismo y sistemas.

Es una apasionada de la música y del Séptimo Arte desde que tiene memoria, siendo el cine y sus distintos géneros la pasión a la que ha dedicado más horas y análisis. Sus reseñas sobre clásicos o estrenos del cine aparecen ahora, cada viernes, en Ciudad Valencia desde “El Rincón Cinéfilo”.

 

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