La casa de Vielsi Arias tiene varias entradas: por una de ellas se llega a la intimidad de una familia, a una mesa compartida, a un crucifijo en donde confluyen dos padres, el inmortal y el mortal, ese que le ayudó a espantar a un duendecito que gustaba jugar con sus pies en horas nocturnas; por esta entrada, los objetos adquieren una luminosidad que no puede ser opacada por el luto de los árboles testigos de sus pasados, porque en esa casa, es decir, en este poemario, el pasado de cada miembro familiar se hace presente, se aferra e inhala la transparencia del poema que le ha devuelto la vida.

 

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Cada cosa, cada grieta en la pared, cada sorbo de alcohol; abrazo de abuelo, camino tapado o descubierto por el recuerdo… por esta entrada esos objetos y seres se precipitan a estructurar la imagen del universo poético que esta poeta, llena de verdadera humildad, nos obsequia; por esta puerta entendemos que la casa se convierte en cuerpo, que nos moldea a su imagen y semejanza; tal como los árboles también anidan en los pájaros, en los niños que juegan por sus ramas haciendo maromas de pasado.

Palpemos esta verdad en el poema que Vielsi Arias le dedica a nuestra gran poeta Ana Enriqueta Terán:

 

Esta casa y yo miramos igual
caminamos de la misma forma
y nos gusta detenernos en el mismo sitio
esta casa y yo
somos los mismos en el recuerdo

 

(Esta casa y yo miramos igual, p.25)

 

Sin embargo, hay un tono de reclamo, ella, la poeta, sabe que la vida deja un tiempo sin ser vivida; no solo en el pasado, sino en lo que no sucedió, por eso, ella parece decirnos: sí, esta fue mi vida, yo también la anhelo, pero ya no tiene caso regresar, hay un patio donde el silencio amontona las hojas que los árboles han llorado cuando partimos; quizás mi abuelo aún se sienta en el mecedor con mi padre ebrio calado en su abrazo, como consolando un fracaso; cobremos distancia de este dolor; que no nos haga daño su recuerdo:

 

Qué hazaña no cumplimos
para desear volver
qué deuda dejamos pendientes
y queremos ir a cerrarla
por qué tanta insistencia
para qué vernos si el recuerdo
pendiente nos ahoga

 

(Regreso, p.15)

 

La otra entrada conduce a un pueblo, El Castaño, ese que tiene los ojos tristes y mira hondo y con sencillez, porque la casa de Vielsi Arias es la representación de una cotidianidad que se sabe perdida, un remendar constantemente la pobreza que la claridad de su ser reconstruye con gran maestría, con versos certeros como un gato en la caza.

La poeta observa su propia historia desde la soledad que la viste, así como en un tiempo la pobreza también era un vestido puesto a secar; pero la poesía no le ofrece la nostalgia de ese ayer, sino los poemas que ese ayer escribió y ahora ella rescata. Vielsi Arias comprende que, así como habitamos una casa, esta, la casa, también nos habita; (entonces la casa siguió viviendo en nosotros), extiende sus corredores; las edades de las cosas, el trajín que el amor filial desbordó por sus cuartos.

 

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Por esta entrada se filtran las horas compartidas, la pérdida de los amores familiares, los rituales a los que la pobreza nos obliga y, luego, al pasar los años, nos percatamos de toda la riqueza que contenían; el rumor de los vecinos grabándose en la memoria; los caminos que nos llevaban a la escuela…

Se trata de realidades comunes a muchas familias, órdenes de vivencias que ahora saltan a los ojos del lector y le permiten soñar ese pueblo, ese caserío; este poemario en el que una gran poeta nos invita a abrir para que comprendamos esa hermosa afirmación de Bachelard, en alguna parte de su Poética del espacio: la casa tiene tiempo comprimido, el espacio lo es todo. Hay otras entradas, otras puertas que el lector seguramente encontrará.

 

Celebro la existencia de este poemario publicado por El Taller Blanco editores, de la mano de Geraudí Olivares y Néstor Mendoza, dos gladiadores que suman a su colección nombres de reconocidos poetas y narradores latinoamericanos, en los que, sin duda, Vielsi Arias destaca.

Un poemario escrito con sencilla profundidad; por una mano que conoce el oficio y ha aprendido a labrar sus emociones con el material más difícil y escurridizo al que un artista pueda acceder: el lenguaje.

Arnaldo Jiménez / Tomado del blog vielsiarias.wordpress.com