Según se sabe, el aluminio constituye poco más de un siete y medio por ciento de la corteza terrestre. Esto debe ser uno de los componentes de la arcilla, que se halla en casi todo el planeta. Pese a esta abundancia, fue un elemento casi desconocido hasta el último tercio del siglo XIX.
Antes, entre 1826 y 1827, el físico y químico danés Hans Christian Oerstedt y el químico alemán Friedrich Wholer –trabajando por separado y sin que ninguno supiera lo que el otro hacía–, obtuvieron aluminio por primera vez, a partir de un mineral compuesto.
Pero tanto este proceso como el inventado en 1854 por el químico francés Henri Sainte-Claive Deville, para obtenerlo a partir del cloruro o el fluoruro de aluminio, eran sumamente costosos.
Ello contribuyó a que el aluminio siguiera siendo una rareza para el público y, por ende, careciera de uso.
Un dato curioso nos ayuda a comprender cuan extraña resultaba la presencia del aluminio en la sociedad y es que, en 1855 y gracias al trabajo de Sainte-Claive Deville, una muestra de este mineral fue exhibida en París. A la misma acudieron miles de personas, tal como ocurriría más de cien años después, cuando fueron expuestas algunas piedras traídas de la Luna.
Resultaba llamativa su combinación de liviandad y dureza.
Solo en 1886, tras el desarrollo tanto de la industria química como de la eléctrica, dos químicos que también trabajaban por separado y sin conocerse entre sí –Charles Martin Hall, en Estados Unidos, y Louis T. Heroult, en Francia–, descubrieron cómo producir aluminio industrialmente.
A partir de ese año, el aluminio inició su veloz carrera hacia el estrellato de los elementos. Con el paso del tiempo, se transformó en el mineral multiusos que conocemos, especialmente por su empleo en la industria automotriz. Luego fue la de los alimentos la que lo adoptó para todo tipo de envases y envoltorios.
Después del diamante, el segundo mineral más duro que existe es el corindón, que no es otra cosa sino óxido de aluminio. Se trata de un mineral cuyos usos, paradójicamente, lo colocan tan cerca de la humanidad que casi nadie lo percibe.
Lo más seguro es que ni usted, lector, ni yo, podríamos afirmar que lo hemos visto alguna vez o que podríamos reconocerlo. Sin embargo, forma parte sustancial de los esmeriles y, si hemos viajado en tren, constituye la escoria en la unión de los rieles de ferrocarril.
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Menos factible es verlo en su forma cristalina, pues cambia de nombre según el color que tenga: si es rojo, se le conoce como rubí y, si es azul, como zafiro.
El aluminio es, en nuestros días, un elemento indispensable, además, para la aeronáutica, la construcción de edificios, la industria eléctrica, la fabricación de espejos reflectores y el arte de la escultura. Resulta imposible imaginar la vida cotidiana en el mundo contemporáneo sin su brillante y firme presencia.
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Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).
Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una soga, La vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya, Evitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.
«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».
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