Anatomía de la alegría | Armando José Sequera

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Aunque es el objetivo más importante en la vida humana, la felicidad es la gran desconocida del mundo de las emociones.

Igual a los fondos marinos y la cara oculta de la Luna, la felicidad no ha sido suficientemente estudiada para establecer con certeza cuál es su mecanismo, cómo se alcanza –habida cuenta de que cada individuo tiene su propia versión de lo que ella es–, y cuál es su duración.

Menos aún existen mediciones que involucren a la alegría, la emoción que abre la puerta a la felicidad. Por cierto, a menudo se confunden ambas, felicidad y alegría, aunque esta última es un estado transitorio y la primera un estado algo más duradero.

 

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Aclaro, la felicidad tampoco es permanente, pero tiene una mayor duración y profundidad que la alegría, habida cuenta de que esta surge de manera espontánea y en cualquier momento de nuestras vidas y la primera abarca un período más extenso.

La alegría se presenta de manera imprevista, la mayoría de las veces, tras la irrupción de un elemento externo agradable, satisfactorio o positivo.

Diversas estructuras cerebrales y neurotransmisores participan de dicha llegada. Las involucradas son la zona de la corteza prefrontal del hemisferio cerebral izquierdo, el hipocampo –la zona asociada con la memoria–, y la región occipital que está vinculada al sentido de la vista.

El neurotransmisor básico de la alegría y, por supuesto, de la felicidad, es la dopamina, cuyo propósito es suministrar al organismo los mensajes de placer. Un neurotransmisor es un conjunto de moléculas que permiten la conexión entre dos neuronas. Esta conexión es de altísima velocidad, por lo que ante un estímulo externo nos sentimos alegres al instante.

Tradicionalmente, se cree que la repetición de acciones relacionadas con la alegría conduce a la felicidad. Y si bien esto no ha sido probado por la ciencia, de manera empírica parece ser así.

La persona que se siente alegre genera internamente una serie de sustancias que no solo la muestran risueña y la hacen sentir de maravillas, sino que también le ayudan a estar sano.

Entre estas sustancias hay hormonas que disminuyen o hacen desaparecer los dolores; aumentan los factores antioxidantes que preservan las células e incluso inhiben los oncogenes, esto es, los genes cuya capacidad de transformación o mutación inducen a la formación de células cancerosas.

Por si fuera poco, la alegría nos hace sentir que estamos en condiciones de hacer cuanto nos propongamos. Su presencia nos hace ver el mundo como deberíamos percibirlo habitualmente, esto es, como un espacio para las oportunidades, con los logros al alcance, y no el lugar yermo donde no hay nada para nosotros.

Algunos libros de autoayuda afirman que la alegría y el estado de felicidad preservan el estado de bienestar corporal e incluso mental y parece que tienen razón.

Como intuimos que se trata de algo pasajero, sentimos la necesidad de manifestarlo, de compartirlo. Por fortuna, la alegría es contagiosa. Tal como los virus pasa de un individuo a otro como si no existiesen fronteras entre ambos.

Pero la alegría no siempre está en condiciones de hacer milagros. Esta acción provoca respuestas similares inmediatas en otras personas, excepto en aquellas que sienten animadversión hacia nosotros o se hallan en un estado de tristeza o depresión muy acentuado.

Para invocar la alegría es necesario estar abierto a la posibilidad de que ella puede presentarse en cualquier momento, se le espere o no. Por supuesto, hay que reconocerla y no confundirla con los momentos jocosos que apenas nos arrancan una sonrisa.

Es importante saber que lo que nos proporciona alegría no necesariamente es lo que torna alegres a otras personas, incluso aquellas que amamos y nos aman.

Vale la pena tomarse un rato y determinar qué es para nosotros la alegría y qué significa, también para nosotros, ser felices. Esto aclara el panorama emocional de un modo que ni sospechamos, pues es como si nos permitiera afinar la puntería.

A continuación, debemos determinar qué cosas o situaciones nos proporcionan alegría, con miras a aproximarlas más a nuestras vidas.

No necesariamente siempre serán las mismas y es bueno estar conscientes de ello. Dichos estímulos pueden cambiar con el tiempo. Por eso es indispensable que la determinación de los elementos que nos tornan alegres la hagamos de manera periódica, en lapsos fijos o variables, según detectemos.

También es bueno saber con quién o quiénes nos sentimos alegres. Hay personas que nos transmiten alegría o nos hacen sentir bien, así como nosotros también somos difusores de ella.

En cualquier caso y aunque la alegría generalmente proviene de elementos externos, debemos comprender que nosotros no somos meros receptores, sino que es en nuestra esencia como individuos y seres sociales a la vez donde se hallan la alegría y la felicidad en estado de suspensión animada. No es necesario, por tanto, apelar a lo que viene de fuera para sentirnos alegres y felices.

 

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Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).

Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una sogaLa vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños TeresaMi mamá es más bonita que la tuyaEvitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.

«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».

 

Ciudad Valencia / RN / Foto del autor Gerardo Rosales