El proceso revolucionario bolivariano del Siglo XXI tiene dos objetivos generales que corresponden a sus dos dimensiones históricas: el primero se refiere a la liberación, la independencia y la soberanía nacional; el segundo, a la construcción y desarrollo sostenido de nuestro propio modelo de Socialismo Bolivariano del Siglo XXI.
Así lo establecen, respectivamente, nuestra Carta Magna (CRBV) y nuestro Plan de la Patria. Aprobados y legitimados por la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano en elecciones libres y a través del voto individual, directo y secreto.
Es necesario puntualizar que la liberación e independencia nacional, solo es posible a partir de una estrategia de unidad nacional de todas las fuerzas patrióticas de la República: mujeres, hombres, jóvenes, adolescentes; capitalistas, empresarios y comerciantes patriotas-nacionalistas; obreros, campesinos, clases medias, profesionales y técnicos del campo y la ciudad; la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), la Guardia Nacional (GN) y todas las fuerzas policiales, regionales y municipales.
Todos esos poderes, se conforman en un solo poder nacional; en una sola unidad cívico-militar-religiosa; en un frente único; en un solo, glorioso y bravo pueblo para la defensa de la nación; y enfrentar, al enemigo imperialista representado por los Estados Unidos de Norteamérica, bien sea en condiciones de paz, como la defendemos nosotros; o en condiciones de guerra como ellos pretenden imponernos.
Asimismo, es necesario puntualizar que la construcción de nuestro propio modelo de Socialismo Bolivariano del Siglo XXI, tiene como base histórica y estratégica, la unidad orgánica y política de toda la clase obrera de nuestras grandes ciudades y la clase campesina asalariada de la agroindustria y la agricultura privada. A esta unión de las dos clases socio-productivas, debemos agregar la fuerza organizada de las comunidades en sus Comunas y Consejos Comunales y la fuerza social de la clase media urbana y rural, junto a los gremios docentes, profesionales y técnicos asalariados del Estado y las empresas privadas.
Estos dos grandes bloques de fuerzas populares, sociales, culturales y productivas, constituyen y encarnan el SUJETO HISTÓRICO de la revolución, que asume y construye su propia historia como protagonista principal. Es lo que en nuestra CRBV (Art. 347) aparece como EL PODER CONSTITUYENTE.
Recordemos que este Poder Constituyente, está concebido para que el pueblo, como protagonista sea quien resuelva y decida las soluciones de los problemas constitucionales de la República. tal como ha sido activado y visualizado en dos momentos críticos y estelares de nuestra historia más reciente: el 25 de abril de 1999 para elaborar y legitimar nuestra actual CRBV; y la Constituyente del 2017-2020 que desmontó todo el plan insurreccional de los enemigos de la patria que pretendían hundirnos en la vorágine de una guerra civil.
Es pertinente puntualizar que el SUJETO HISTÓRICO, es el mismo Poder Constituyente; pero, en una dimensión mucho más política, amplia, organizada, poderosa y trascendente, pues, va más allá de lo establecido en la Constitución y las leyes, ya que llega a lo históricamente necesario e inevitable.
El Sujeto histórico no es una estructura predeterminada y limitada orgánicamente en el tiempo y el espacio. Cada pueblo genera sus propias modalidades de Sujeto Histórico. En ese sentido, podemos decir que tiene dos características fundamentales.
La primera es que irrumpe contra el poder y el orden establecido (LA TESIS dominante en el tiempo presente), encarnando así LA ANTITESIS o negación dialéctica de ese orden o realidad dominante; y la segunda consiste en que inaugura una nueva realidad política, social, emocional, moral, ética, estética o espiritual y militar que constituyen LA SINTESIS, expresada como la nueva realidad.
Este proceso dialéctico es continuo, infinito e imperecedero, porque cada nueva síntesis histórica se convierte en la nueva tesis que explica y sostiene ese nuevo tiempo que se convierte en viejo y es negado por una nueva antítesis. De esa manera funciona la dialéctica sociológica de los tiempos históricos.
En consecuencia, desde esa perspectiva, podemos decir que el proceso revolucionario bolivariano tiene una doble presión, un doble ataque o asedio que lo obliga a su permanente renovación, tanto en la vigencia de la teoría del discurso como en la práctica revolucionaria (o praxis) que transforme la realidad y le de impulso a los avances del bienestar colectivo.
Lamentablemente, los efectos de la guerra económica están todavía allí en miles y millones de hogares venezolanos (en los cuales me incluyo), limitados en la comida y la buena alimentación o el buen vivir; con serias dificultades en los servicios públicos que nos reducen el desarrollo y crecimiento del estado de bienestar social.
Es necesario tener presente que el panorama actual de nuestro país, es el resultado directo de la crisis planificada y desarrollada por el imperialismo y sus lacayos de la burguesía apátrida, a partir del año 2016. La guerra económica fue y sigue siendo el arma mortal contra la clase obrera y el pueblo en general.
Solamente los ricos de la burguesía y la oligarquía apátrida, no saben nada de lo que significa estar bajo el asedio y ataque criminal de la guerra económica. Igualmente, la alta burocracia ineficaz y corrupta, del Estado y de nuestro gobierno bolivariano no siente ni atiende debidamente las necesidades del pueblo.
Pareciera, entonces, que hemos estado y seguimos estando bajo los designios de tres frentes enemigos del pueblo y de la patria que podemos identificar: el imperialismo, la burguesía apátrida y la burocracia corrupta e ineficaz.
No tengo dudas en afirmar que nuestro presidente Nicolás Maduro, ha puesto en marcha la estrategia correcta de la paz y el diálogo, para evitar el estallido de la guerra civil y con ella nuestra propia autodestrucción. Eso es lo que precisamente pretende y desea el imperialismo: que nos matemos unos a otros y que la patria se derrumbe sobre nuestros propios charcos de sangre.
En su mensaje al Congreso Constituyente del 20 de enero de 1830, once meses antes de su muerte, El Libertador dice: “Viéndose amenazada la república de una disociación completa, fui obligado de nuevo a sostenerla en semejante crisis; y a no ser que el sentimiento nacional hubiera ocurrido prontamente a deliberar sobre su propia conservación, la república habría sido despedazada por las manos de sus propios ciudadanos.” (Bolívar, Simón (2011) Antología. Ediciones Correo del Orinoco. Venezuela). Recordemos las circunstancias que obligaron al presidente Nicolás a convocar el poder constituyente de 2017- 2020.
Recordemos que en ese lapso, el presidente convocó a una alianza nacional para la recuperación económica del país, en el contexto de la paz y el diálogo nacional. Los dos resultados más importantes de esa coyuntura, están a la vista: primero, la paz definitiva y duradera como resultado de la derrota política y militar de la oposición criminal y apátrida; y segundo, el inicio de la recuperación estructural y sistémica de la economía venezolana, con base en el diseño independiente y soberano de los 18 motores de la producción industrial para atender las necesidades de nuestro pueblo y nuestra Patria toda.
En ese contexto, a partir del año 2021 y parte del 2022, la recuperación económica fue un hecho cierto. El Dólar criminal fue controlado y neutralizado a partir de la reconversión monetaria. El salario mejoró, los precios fueron controlados, el bienestar comenzó a sentirse. Pero, de pronto, la ola genocida de la guerra económica, reapareció como un fantasma perverso y criminal.
Suponemos que la reactivación de la guerra económica obedece a las nuevas órdenes del poder imperial norteamericano, empeñado nuevamente en la idea de liquidar al presidente Nicolás Maduro para no tenerlo en Miraflores durante el nuevo y próximo periodo presidencial de 2023-2030.
De manera que es evidente, la reactivación criminal de la funesta guerra económica, centrada ahora en el alza indetenible, interdiaria y loca del valor del Dólar en relación a nuestra moneda, el Bolívar. Y con esto, se pone en marcha nuevamente, el plan político insurreccional de la oposición apátrida, teniendo como eje aglutinador y movilizador, la consigna de aumento salarial dirigida contra el presidente Nicolás Maduro.
Es inevitable advertir que ese plan movilizador centrado en el aumento salarial tiene dos planos fundamentales. Uno, la necesidad real y concreta de mejorar el salario y controlar los precios, lo cual es una responsabilidad política y un compromiso moral y ético del Estado, del gobierno nacional y particularmente de nuestro presidente Nicolás Maduro. En eso no hay ni debe haber dudas, sino total y absoluta unidad de criterio.
El segundo plano es el de la instrumentación política, insurreccional, golpista y criminal del Dólar americano contra la capacidad adquisitiva del salario venezolano. El Dólar ya no es una moneda normal para el intercambio comercial; sino un instrumento de guerra contra el pueblo, y especialmente contra la población trabajadora que depende de un salario, sometido ahora a un proceso de destrucción total, pues, cada día su valor se reduce frente a los precios dolarizados.
En ese contexto crítico de la relación salario-precios, hemos visto que los agentes o representantes oficiales de la oposición apátrida y del propio imperio, renuevan sus ataques en dos direcciones. Una, culpar y criminalizar a nuestro presidente Nicolás Maduro como el supuesto responsable de la crisis salarial para darle impulso a la idea de sacarlo de Miraflores.
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La segunda razón conspirativa contra el presidente, está vinculada al nuevo escenario internacional de nuestra América Latina y el Caribe, con una Colombia presidida por el compatriota Gustavo Petro y un Brasil que ahora tiene de nuevo al amigo y compatriota Ignacio Lula en la presidencia.
La reciente reactivación histórica de la CELAC en Argentina es el mayor y mejor signo de la decadencia imperial del Norte; en contraste con la recuperación del proyecto integracionista y unionista de nuestros pueblos y el protagonismo estelar del liderazgo internacional y especialmente latinoamericano y caribeño de nuestro presidente Nicolás Maduro, como en los mejores tiempos de nuestro eterno comandante Hugo Chávez. Por estas y muchas otras razones que ya no caben en estas páginas, quiero cerrar con palabras sagradas y de despedida infinita de nuestro Padre Libertador, Simón Bolívar, que ilustran perfectamente la huella profunda que ya está sembrada en nuestra conciencia colectiva y nuestros corazones llenos de amor y pasión patriótica:
¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para reconquistarlos bajo vuestros soberanos auspicios, con todo el esplendor de la gloria y de la libertad. (idem).
Christian Farías / Ciudad Valencia