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«Asesinos de perros» por Federico Ruiz Tirado

En mi infancia vi muchas películas dramáticas o de terror que no logré olvidar con el tiempo. Cuando crecí y viajaba con mi padre él escuchaba versiones de esas historias con curiosidad y sus ojos parecían mirar perspicaces mis palabras.

Lo hacía como se contemplan las nubes, tratando de juntarlas para darles formas conversacionales.

 

Siempre había un dejo de complicidad que me volvía más imaginativo y en un santiamén le cambiaba la trama a los cuentos, le daba vueltas y hacía comparaciones de los personajes ficticios con amigos o familiares, o con animales domésticos según fuera el caso, dado que Papá amaba los perros y yo sabía de su fascinación por las urracas, los monos y otras criaturas fantásticas de la selva y los ríos amazónicos.

Un día, rumbo a Mérida, le referí que para Borges, viajar en tren era equivalente a escribir mientras dormía o imaginaba la noche caer sobre el paisaje, cuyo celaje traía a su mente muchas de las metáforas que luego aparecían cifradas en poemas pensados en su lengua materna al escuchar el sonido de la locomotora.

 

-Lo dijo él o lo estás inventando -me salió al paso.

-Borges oía musitar en las noches de viaje canciones en su lengua materna -le seguí contando. Borges siempre soñaba con un tigre, le dije. Y le memoricé un poema que había escrito para entonces.

-Una vez ví una película en el cine Capri, le dije. Pero ahora no sé si fue verdad o fue un sueño pavoroso que todavía recuerdo. Me desperté viendo correr sangre de perros por las calles y muchachas gritando.

 

En una pequeña población de Andalucía un alcalde autorizó una cacería de perros realengos. Se fijó un cartel en las calles ofreciendo recompensas para matar perros abandonados, argumentando que eran peligrosos y sus mordidas contagiaba de mal de rabia a la gente.

Mi padre me contó que en Libertad de Barinas una vez hubo una guerra entre vecinos por esa causa.

 

-Unas familias voluntarias se declararon protectoras de los perros e impidieron la matanza. Rescataron a varios y los escondieron en sus casas. Desde entonces todos vivían asustados y no ladraban.

 

Para ese entonces, dijo mi padre, los animales domésticos eran abandonados a su suerte, víctimas de la dejadez humana y de la falta de medidas de control.

Hoy día en Venezuela la cacería de esos animales domésticos es una inmoralidad castigada por la ley, máxime cuando no se han previsto medidas alternativas acordes con la legislación vigente y con el sentir popular que rechaza de plano la cacería de perros y es por ello que deben cesar con carácter urgente.

 

En la actualidad se dispone de medios técnicos y humanos que hacen posible un protocolo de actuación humanitario con los animales domésticos abandonados, tal como la Misión Nevado.

La cacería y muerte de estos perros y animales es una materia legislada por la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela y constituye un delito penado con cárcel, además de representar un síndrome de perturbación psiquiátrica de cuidado.

 

LETRA AL PIE

Los rasgos a veces no son tan perdurables como los gestos. Ese rostro de Blyde lo conocemos poco.

Recordamos aquel sombrío semblante que mostró en el retrato del grupo de paladines de Primero Justicia sacando pecho mientras Carmona Estanga decretaba la abolición de la Constitución Bolivariana y el golpe de Estado contra el pueblo de Venezuela y Hugo Chávez en Abril del 2002.

Ese (de la foto) es el de una conversión involuntaria que a veces tienen las personas que saben cómo los miran otros de este lado del espejo público.

Sinvergüenza.

 

***

 

Federico Ruiz Tirado (Barinas, 1955): Escritor, poeta, diplomático. Miembro Fundador de la Red de Escritores Socialistas de Venezuela. Autor de Un puñado de pájaros contra la gran costumbre (antología sobre el 4F), Un día para siempre, La Patria está en otra parte (MPPCULTURA, PDVSA).

 

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