Nos contamos historias para poder vivir.
Joan Didion
Jevita
Una madrugada del 22 de noviembre de 1983 nací. Fueron catorce horas de trabajo de parto, fue un embarazo no controlado y la urgencia me impuso la primera marca: me sacaron por fórceps.
Mi madre me contó que, cuando me vio por primera vez, era una niña blanquísima, yo movía lento mis manitos, pero con la cara magullada por esas pinzas. Esas marcas se fueron borrando con el tiempo.
Años más tarde, ya en el corral, al parecer no me resignaría a ningún límite. Hice una torre de peluches solo para salirme de ese espacio de control. El costo fue una pequeña hendidura entre la nariz y el labio superior. Si el fórceps fue la violencia de otros que me marcó al nacer, esa cicatriz fue la marca de mi propia y primera liberación.
DE LA MISMA AUTORA: EL TERRITORIO DE LA TIZA Y EL RECUERDO
Con sangre surgió mi primera emancipación. Todavía la veo, y es un recordatorio de que mi vida empezó dos veces: una bajo coerción y, la segunda, al escaparme. La puedo ver cuando me pinto los labios.

Antes de mis cinco años comencé a llamar a mi hermana Marhianella: “Lili”. Y así ha sido hasta el presente. Mi mamá imitaba la manera en que yo cantaba Locos de Amor de Yordano, desenfadada y como si no existiese un mañana. Me daba mucha risa y la hacía repetir porque me gustaba.
Desde niña fui novelera, inventaba historias con dramas tipo culebrones con mis muñecas. En una de la salas de una de las casas donde vivimos armaba toda una escenografía y hacía con telas de sábanas viejas ropa para mis muñecos.
Motolita
Me quedaba a menudo en el apartamento de mi hermana Thairí y mi cuñado Luis, en el Bloque 07 de Santa Cruz.
Por dentro, yo aprendía la mesura: Luis, con la paciencia de un maestro, me enseñó a leer la hora en el reloj despertador de gallina que movía la cabeza. Me enseñó que el tiempo se controla, que hay orden y manecillas.
Por fuera, sin embargo, practicaba el caos. Yo era de esas niñitas calladas que sentían una necesidad irresistible de tocar el timbre de los vecinos para luego salir pirada corriendo. Era mi forma de probar los límites del espacio y de mi propia velocidad.
Una mañana, al salir al abasto, no conté con que, al tocar el timbre de siempre, los dueños se asomarían justo cuando ya estaba en la planta baja, en la salida. Me sorprendieron y me obligaron a enfrentar la realidad de la transgresión.
Recuerdo cómo apreté ese culo y aumenté la velocidad, las piernas temblándome del susto. Dejé de hacerlo, sí. Pero solo en ese edificio. El miedo se controla con piernas veloces. De adulta lo he repetido, eso de tocar el timbre y salir corriendo.
Thelma and Lousie
El juego más dramático lo armamos mi hermana Dalila y yo dentro del carro de mi papá. Tendría yo unos cuatro años. Ella giraba el volante, inventando la carretera, nos sentíamos las «Thelma y Louise» de aquel estacionamiento. Entonces, sin querer, le di con el codo a la palanca de cambios. El carro se movió, lento, pesado, hacia atrás. El miedo me paralizó, e inmediatamente después llegó la culpa, una sensación helada.
Cuando mi papá llegó, esperaba el regaño, el grito que yo había merecido. Pero no. Simplemente me sacó cargada en sus brazos, sin una sola palabra de reproche, abrazando a mi hermana. En ese momento, la culpa se esfumó, reemplazada por la lección silenciosa de que algunos errores son tan grandes que solo se curan con refugio, no con reproches.
Bella durmiente
En ocasiones me decían que de niña hablaba dormida. Poseo el poder de dormir donde sea, mi exmarido decía que yo podía fácil dormir en una horqueta. En dos ocasiones salí con dos pretendientes en tiempos diferentes; con uno, fui al cine y en plena sala frente aquella pantalla grande me estaba quedando dormida, con el otro, fuimos a un juego Caracas-Magallanes.
Esa noche lo más interesante fue que ganó el Magallanes. De retorno, este muchacho, con su verborrea de vendedor de catalago (el producto era él), me tenía mareadísima. También me estaba quedando dormida, tal cual, cabezeando.
Hoy, 22 de noviembre, cumplo cuarenta y dos, celebro no solo el día en que fui sacada del vientre de mi madre, también el día en que mi cuerpo se negó a ser definido por esa violencia inicial en forma de pinzas de fórceps.
La jevita que fui me enseñó a escapar; la jeva que soy hoy sabe que, a veces, la fuga más efectiva es cerrar los ojos ante el espectáculo del mundo, negarme a ser lo se espera que yo sea. Después de todo, poseo el poder de dormir en una horqueta.
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Marhisela Ron León (Puerto Cabello-Carabobo-Venezuela): Poeta, licenciada en Enfermería por la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada. Ha realizado Talleres de poesía a través del Instituto Municipal de Cultura de Puerto Cabello; también de escritura creativa con Nanda Nieves y de narrativa en Corrección Perpetuum, Escuela de Escritores de Caracas. Íntimo (2010) Bonus (2022).
Ciudad Valencia / RN













