No hay nada más político que un cuerpo que se niega a ser domesticado. 
Camila Sosa Villada

 

El celo no es sólo biología. Es, en muchas ocasiones, lenguaje sin traducción; es territorio. En esta escena, la gata se revuelca en círculos (proestro). Algo dentro de ella comienza a cambiar, a transformarse como levadura, en masa viva. La convierte en otra.

Maullidos intensos, constantes, desgarradores como una canción de Amanda Miguel. Arquea el lomo, levanta y bate la cola, mueve las patas traseras. Se lame. El cuerpo responde. Se frota contra las piernas de la hembra humana.

La hembra humana observa, no interpreta. Registra. Intenta subir el cierre trasero de un vestido que trepa desde el derrière hasta la espalda. Un vestido negro de blonda y fondo de muselina. Ha estado en otros cuerpos. Se ríe. El cierre se resiste. La hembra humana se contorsiona. El movimiento del brazo, al intentar subir el cierre, repite el gesto de su madre frente al espejo, antes de salir al salón. Acto de fe. De que sí puede.

 

DE LA MISMA AUTORA: CUIDAR SIN DESCANSO NO ES TERNURA, ES DESGASTE

 

Piensa, con sarcasmo, con ironía, que es justo ahí donde se necesitaría un hombre.  No para compañía. No para amar. Para logística. Para subir el cierre. O para un masaje en la espalda con aceite de almendras. La hembra humana se ríe sola. El cuerpo también. La hembra humana se arquea. No para nadie. Para sí. Para el gesto. Para el archivo. Sí aparece uno, tendría que explicarle como subir el cierre y ella se reiría más fuerte. No por coquetería. Por didáctica.

Hace un tiempo que la hembra humana está sola. Disfruta estarlo. Como Marguerite Duras: “La soledad no se encuentra, se hace. Yo la hice». Cuando un humano se le acerca con intenciones de conquista, toma distancia, igual que si se acercara alguien con piojos.

gato-Marihsela-celo

Piensa que ya vivió en pareja, se casó, se divorció, tuvo los hijos que quiso tener. En la soledad que ha elegido se ha vuelto salvaje. No quiere domesticarse. Escucha música en su casa a todo volumen. Sus vecinos no saben si está despechada, borracha o enamorada.

La gata se acerca a frotarse en sus pies. Gira lentamente, como acariciándole. Maúlla. La gata, panza arriba, se deja hacer mimos. Lleva tres partos. El primero fueron cuatro machos: uno de ellos de color gris, los otros tres blancos con manchas negras. Murieron días después.

La hembra humana los enterró tibios aún. En el segundo parto fueron dos hembras y un macho. Se quedó con este último, atigrado. En el tercer parto, misteriosamente, murieron progresivamente.

La casa se prepara. El deseo ya no es íntimo. Empieza el desfile de gatos. De otras casas. No se sabe de dónde vienen. Pero vienen. Se enfrentan. Se miden. La casa está impregnada de hedor a orina en cada esquina. A celo. Estro. Territorio marcado. Han tomado la casa de la hembra humana.

La gata danza frente al macho que vive con ella, con una precisión que no es necesario traducir. Él le responde. La huele. Se lamen. La muerde en el lomo. Ella responde con ferocidad e intenta morderlo. La mordida no es violencia. Es código. La monta. Chilla. Se revuelca en círculos, como espiral de deseo. Respiración acelerada con la boca entreabierta. Liberación de feromonas.

 

“El placer como resistencia: el cuerpo que escribe no es un cuerpo disponible” por Marhisela Ron León

 

Cuatro gatos. El atigrado vive con la gata. Ella es su madre. Hoy es un macho más, un macho de la misma especie. El parentesco se desarma. Como señala Charles Darwin, el celo no reconoce vínculos maternales: sólo especie. Sólo código. Deja de existir.

Hay un gato blanco grande de ojos rojos. Otro se parece a James Bond con smoking. Otro blanco con manchas color crema. Grandes. Robustos. Hermosos. Ágiles. Montan guardia en la cerca de la casa, se suben al techo, orinan en las esquinas. Como inscripción. Como lenguaje. Maúllan. Se pelean entre sí. La casa se vuelve un mapa de olores. Las montadas fueron varias. No hubo contabilidad.

La hembra humana camina cinco kilómetros. No huye. Se baña en la orilla. No limpia el deseo ajeno. Lo registra. Lo deja ir. Derramado en la arena.

 

***

 

Marhisela Ron León-columna-Ciudad Valencia

Marhisela Ron León (Puerto Cabello-Carabobo-Venezuela): Poeta, licenciada en Enfermería por la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada. Ha realizado Talleres de poesía a través del Instituto Municipal de Cultura de Puerto Cabello; también de escritura creativa con Nanda Nieves y de narrativa en Corrección Perpetuum, Escuela de Escritores de Caracas. Íntimo (2010) Bonus (2022).

 

Ciudad Valencia / RN