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Hablemos de algo frecuente. La manera en la que la humanidad se ha comunicado ha ido mutando en muchas formas, sin embargo, el mensaje siempre suele ser el mismo: expresar sentimientos. De alguna manera, los seres humanos se hacían entender previo a los idiomas y el lenguaje que hoy en día conocemos y a las escrituras, debido a que se habían emparejado desde siempre. A eso le debemos el que estemos leyendo esto hoy en día.

Aunque mi mente inquieta obviamente se pregunta cómo hacían para hacerse entender que les gustaba la hembra y que eran correspondidos, eso no podré responderlo de manera inmediata, pero sí aquellas evidencias que hasta las fechas existen con la escritura y con el papel.

carta manuscrita

Muchas maneras hemos encontrado para que las personas nos entiendan. Primero los libros, luego los periódicos, las revistas, los suplementos, luego los diarios, los cuadernos, pero hubo una forma que las personas encontraron que era un poco más intima y confidencial, una forma en la que se podría escribir con otra persona solamente, no un anuncio público, sino una correspondencia privada, sí, ciertamente, por medio de las cartas.

Las cartas han venido a aportarnos la forma en cómo las personas usaban la correspondencia para comunicarse con otra persona, había una manera, una estructura que era usada en todas las cartas, al menos era la manera en la que se llevaba. La fecha, el saludo inicial, el mensaje que abordaba un ponerse al día del que estaba escribiendo, una información de impacto, el querer tener noticias de vuelta de cómo se encuentra la otra persona, el saludo de despedida y la firma con su nombre.

De hecho, si existiera un museo de la palabra, seguramente estaría en el modelo de  las cartas más trascendentales para enseñarlos la forma en la que las personas desarrollan tan amplia e increíblemente sus ideas. Particularmente considero que es muy romántico de otras épocas escribir bajo la luz de la vela.

Por la situación del país, yo lo he experimentado, pero ciertamente no tiene esa carga romántica con el color propio del sepia y con el sabor a historia antigua. Es más la automática función de cumplir con la escritura, aun cuando falle el servicio de electricidad. En todo caso, tampoco escribía yo una correspondencia, ni quería emular visiones de siglos pasados.

De cualquier manera, el tiempo y esa forma de ser de ese tipo de comunicación se han dedicado a preservar las más increíbles historias nunca antes contadas entre países, familias, o amores. Las cartas guardan un dejo de intimidad de la palabra, de desnudarse ante el otro para manifestar el amor más puro, pero también la angustia, el deseo, el miedo y la despedida.

La forma más extrema donde podemos observar este fenómeno es en las cartas de guerra, porque en ellas hay la prontitud de la posible despedida. La angustia de no saber si llegará a su destino y si finalmente saldrán de esa situación para estar junto a la persona de sus afectos. Es, si se quiere, la más difícil de las correspondencias tanto para el que las escribe como el que las recibe. Esa sensación de alegría al recibirla y también de no saber si sería la última le aporta drama suficiente para escribir tres columnas enteras.

 

 

Después de todo, la comunicación hoy en día ha mutado, ese formato lo utilizamos actualmente para el correo electrónico y no suelen ser “por naturaleza” tan dramáticos como una carta de guerra. Aunque siempre la comunicación se va a prestar para pasearnos por todas las formas del sentimiento al recibir noticias del otro, al no saber si serán las que deseamos, la suerte que hasta la fecha nos ha venido acompañando, es que quedan las cartas de evidencia cuando nos atrevemos a escribir esas historias en papel.

 

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Somos conscientes del mundo que se desviste a nuestros ojos y de la forma desinhibida en que la tinta moja el papel repetidas veces, hasta que no se puede más por equivocación o por exceso, por tener tanto que decir y sentir, por entender siempre que gastar el papel con la tinta es gastar el amor con la piel.

 

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Mirih Berbin (berbinm@gmail.com) es poeta, traductora, editora, promotora cultural y docente. Magíster en Lectura y Escritura en la Universidad de Carabobo (UC). Es profesora asistente de la UC y de la UAM. Es editora adjunta de la página literaria El Diente Roto. Fue especialista de poesía en el Museo de Arte Valencia con más de cien lecturas de poesía dentro y fuera del país. Ha escrito varios artículos arbitrados sobre la enseñanza del idioma y los aportes filosóficos para la educación.

Su poesía se ha publicado en numerosas revistas, páginas y antologías. Fue columnista de la página cultural semanal del Diario La Costa entre el 2009 y 2011. Ha publicado: Mareas (2009) y Hacerme Templo (2016), e Hilos Nacientes se encuentra en imprenta. Su poesía ha sido traducida al árabe, francés, italiano, catalán e inglés.

 

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