Mi primer encuentro con Jimi Hendrix fue una tarde de abril de 1972 al lado de mi casa materna. Tenía por vecinos a unos rockeros que más que escuchar, discutían y conversaban sobre las tendencias del rock en ese momento. Hendrix, formaba parte de ese panteón que se construía en la cuadra a las leyendas del rock, las tres J: Janis Joplin, Jim Morrison y Jimi Hendrix.
Hendrix estaba frente a mí, en un poster gigante fijado a la pared, con su cinta azul celeste en la cabeza y camisa estampada, sus jeans ajustados que ahorcaban las tejanas y esa expresión paradigmática, propia de los genios. Diríase que con guitarra incluida, era inofensivo. Sin embargo, al escuchar «Who Know» en el concierto de la Isla de Wight o el Himno de los EE.UU., en el Festival de Woodstock, uno no tiene más remedio que pensar en la irreverencia que significaba llevar el sonido de la guerra a un instrumento musical como protesta. Fue padre de una nueva tendencia en el rock: el Acid Rock, a pesar de ser un guitarrista de Blues.
Cuando nació en Seatle, en 1942, James Marshall Hendrix no imaginó que aquella guitarra que le regalaran a los doce años le ayudaría, una vez que cumpliera con el servicio militar, a entrenarse como guitarrista de estudio y que llevado de la mano de Ike y Tina Turner, conocería a B.B. King, a Sam Cooke y a King Curtis, por solo nombrar a tres de los grandes monstruos que influirían en lo que posteriormente sería Hendrix. En medio de toda esa relación faltaba el golpe de suerte, una persona clave que le cambiara su vida para nuevos rumbos, y esto ocurrió una noche en New York cuando lo escuchó la novia de Keith Richards, integrante de los Rolling Stones, quien después de oírlo persuadió a Chas Chandler para que le diera una audición, a ver si el muchacho de Seatle cuajaba en ANIMALS. El entusiasmo de Chandler fue tanto que desintegró la banda y se dedicó por entero a representarlo. Chandler se lo lleva a Londres y allí lo ¨careo¨, nada más y nada menos que con Pete Townshend –guitarrista de la banda The Who y junto a Roger Daltrey, compositor de la Opera Rock, Tommy- y también con Eric Clapton. Incluso, los mismos Beatles tuvieron oportunidad de escucharlo.
Por supuesto, ver en Londres a un negro haciendo música de blancos, fue un espectáculo desde todo punto de vista. Había quienes se mostraban sorprendidos por el virtuosismo y había otros que en tono despectivo decían lo bien que tocaba el «monito», o sea, cuando colocaba su guitarra en la espalda y comenzaba a puntearla como el demonio. O cuando la tocaba con los dientes, experimentando toda la variedad de efectos y sonidos de la guitarra eléctrica.
De manera, pues, que Hendrix iría ganando con su calidad y maestría, un espacio en todos los escenarios, siendo la estrella de cierre en los conciertos. Fue la figura política que el movimiento Hippie esperaba junto a Joan Báez y Bob Dylan, y aunque sus canciones no tenían en absoluto que ver directamente con la política, su sola presencia era del dirigente que no diciendo palabras ni pegando gritos, decía y alentaba mucho con su guitarra, en ocasiones ensordecedora y otras tan chillonas como el llanto de un niño. Así el público entendía su crítica a la guerra de Vietnam, su lucha contra el racismo y su alegría por el mayo francés. Producto de esa imagen, el Poder Negro de los EEUU lo presionó para que formara su tercera agrupación: Band of the Gypsies, de extraordinario éxito pero de duración efímera en el mundo artístico por el estado anímico de Hendrix.
Los efectos y consecuencias de tres años continuos de giras y abusos de alcohol, sexo y drogas, lo fueron alejando de la realidad. Cuenta la historia de esos días que un 18 de septiembre de 1970 se ahogó en su propio vómito producido por una sobredosis de heroína y LSD.
Pero, al lado de mi casa estaba una colección celosamente guardada por mis vecinos de la revista PELO, hoy un material de colección y toda un clásico, que comentaba el episodio de esa madrugada, aduciendo que existió en ese momento desidia de los enfermeros que pudieron salvarlo y no lo hicieron porque el fantasma racial hizo su aparición y el asco de limpiarle el vómito a un negro en la delicada Londres, pudo más que rescatar para el mundo musical a uno de los virtuosos más grandes de la historia del rock.
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Escribí este artículo a los veinticinco años de su muerte y hoy a los cincuenta y tres de su viaje eterno, lo retomo y transcribo porque no tiene desperdicio para este espacio. Jimi Hendrix mantiene su fuerza a través de Biografías, discos reeditados y películas que lo mantienen siempre «vivo» entre nosotros, y a él debemos una de las frases más memorables que repetimos siempre a favor del futuro: «Cuando el poder del amor supere el amor al poder, el mundo conocerá la paz».
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Simón Petit (1961), Punta Cardón, es consultor cultural, escritor, guionista de cine y televisión, columnista de prensa y revistas literarias, productor y locutor de radio y televisión.
Ha publicado los poemarios: Bajo la Grúa (1991), Otros a la Intemperie (1992), Bajo la Grúa Sobre el Andamio (1999), Sol Sostenido (2001), La Mirada Impía (2004), Desmemoria Infiel (2010), Vieja Luna (2011), El Eco Formidable (2014) y 50 Haikús y 7 Tankas al pie de un volcán (2019).
Entre otros ha obtenido el Premio Nacional de Guion Cinematográfico en Super 8, 3er Premio Mejor Película en el VI Festival Nacional de Cine S8 por su película “Tránsito de Sombras” y 1er Premio Nacional por la misma película en 1988 en el V Encuentro Nacional de Cine S8. Premio Municipal de Literatura del Municipio Carirubana en 1992.
Invitado a la Cátedra de Poesía José Antonio Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca en el 2012.
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