Es bastante interesante y hasta gracioso el origen de la palabra calamar, del latín calamarius. Este calamarius es derivado de calamus, “pluma o caña de escribir”, de donde naturalmente proviene el antiguo cálamo castellano, que el idioma moderno sólo usa en poesía y en la famosa locución “cálamo currente”, “al correr de la pluma”, todavía usada por algunos aficionados a la que don Francisco de Quevedo llamó La culta latiniparla.
La parte graciosa del asunto está en que nuestro idioma no tomó la palabra calamar directamente del latín sino del italiano calamaio, que significa tintero y tiene también la forma de calamaro.
No se requiere un gran esfuerzo para comprender por qué se le dio tal nombre a este molusco cefalópodo, por lo demás delicioso, que no es por cierto el único de la familia capaz de producir tinta. También el pulpo y la jibia o sepia, por ejemplo, son unos auténticos tinteros vivientes.
El calamar, de cuerpo alargado y provisto de una especie de esqueleto consistente en una pluma córnea, tiene diez tentáculos, dos más que el pulpo. Aunque los hay muy pequeñitos, algunos ejemplares pueden ser tan grandes como el pulpo.
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Cualquiera que sea su tamaño, el calamar es un magnífico nadador y está dotado con unos ojos casi tan bien desarrollados como los de los animales superiores. La tinta es su arma de defensa y, desde el punto de vista culinario, también su perdición. Porque no se puede negar que hay pocos platos tan exquisitos como los calamares en su tinta.
Y cerramos por aquí esta breve incursión en la biología marina, no vaya algún oyente a preguntarnos si vamos a seguir con este calamar.
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Tomado del libro “La palabra de hoy / Programa radial” (Cenal, 2014)
Autor: Aníbal Nazoa González (Caracas, 12 de septiembre de 1928 – Ibíd., 18 de agosto de 2001) poeta, periodista y humorista, considerado «uno de los escritores venezolanos que mejor retrató el siglo XX».
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